[ZAED]
Ver a Alya alejarse en la playa ha sido igual de doloroso que aquel día en que me marché de Miami para protegerla de mi padre. Cada ola que rompía contra la arena parecía recordarme la distancia que he puesto entre nosotros, y siento que ese pequeño acercamiento que logramos en los últimos días se desvanece de nuevo por completo… por mi culpa. No puedo dejar de preguntarme cómo fui tan imbécil, cómo no me aseguré de que no existiera ni la mínima posibilidad de que Isabella quedara embarazada. Ahora ese bebé me ata a ella, quiera o no, y cualquier posibilidad de un futuro con Alya se siente irreal, imposible.
El viaje hacia la empresa es un suplicio. Cada semáforo, cada calle, parece burlarse de mí. Los empleados me saludan con entusiasmo; los socios ya me miran como si todo lo que traje de Europa fuera un salvavidas que llevará la empresa a otro nivel. Como si necesitaran mis conexiones internacionales para lograrlo. Como si la empresa no hubiera sido uno de los referentes más importantes del mundo incluso antes de mi regreso. Pero nada de eso importa. Nada si Alya… si ella sigue siendo un recuerdo que se aleja.
Entro al piso de mi despacho tras saludar con cortesía a todos los empleados que se acercan a felicitarme. Mi corazón todavía late demasiado rápido, el recuerdo de la noche en la playa clavado en cada fibra de mi cuerpo. Entonces, la veo.
—¿Isabella? —me pregunto en silencio, al verla hablar con mi padre, Vittorio Morello. Su postura, segura y confiada, es exactamente la que conocí durante años, la que ha logrado que me confíe en ella más de lo que debería.
No puedo permitirme perder la compostura. Mi padre me observa desde la distancia, con esa sonrisa calculadora que siempre ha tenido, la que esconde planes y expectativas. Isabella lo mira con esa mezcla de encanto y determinación que siempre ha sabido manejar perfectamente, y de repente me siento atrapado entre la memoria de Alya y la realidad de lo que he construido en estos últimos cinco años.
Mi corazón se encoge. Alya. Alya y su verdad. La confesión de la playa no me deja respirar. ¿Cómo voy a volver a acercarme a ella ahora? ¿Cómo voy a mirarla a los ojos y no sentir culpa, deseo, rabia… todo mezclado en un solo golpe que me deja sin aire?
Intento concentrarme en la reunión con mi padre, en los socios y los proyectos que esperan por mí. Pero mis pensamientos siempre vuelven a Alya: a sus ojos, a su voz quebrada, a la forma en que me dijo que no podía confiar en mí… otra vez. Y siento un nudo en la garganta.
—Zaed —me dice mi asistente, sacándome de mis pensamientos—. Tienes una llamada del bufete de arquitectura internacional, quieren discutir el proyecto del complejo residencial en Miami Beach.
Asiento, pero no puedo moverme. Cada palabra que Alya me dijo en la playa resuena en mi mente: “Una vez más me fallas… no debí volverte a ver”. La culpa me quema, pero también me provoca un impulso que no puedo controlar. Necesito hablar con ella, necesito explicarle… aunque tal vez no haya palabras que puedan reparar esto.
Mi padre se acerca, y por un instante veo en sus ojos esa chispa que siempre he temido: planificación, estrategia, control. No sabe nada del embarazo de Isabella, ni de lo que ocurrió entre Alya y yo. Pero todo lo que él planea siempre tiene consecuencias inesperadas. Y de repente comprendo algo que siempre supe: no importa cuánto intente construir mi vida, nunca podré escapar de la sombra de mi pasado.
Isabella se aparta de mi padre y me mira. Hay un brillo en sus ojos que no puedo descifrar, mezcla de complicidad y desafío. No me sorprende: siempre ha sabido cómo usar la presencia que tiene para manipular situaciones a su favor. Pero hoy no me importa. No quiero jugar a sus reglas. Todo lo que quiero es Alya. Todo lo que deseo es arreglar lo que rompí.
Tomo aire profundo, intentando calmar la tormenta que hay dentro de mí, y decido que no puedo esperar más. Si Alya aún me permite acercarme, debo enfrentarla, decirle la verdad, asumir la culpa y… descubrir si hay un camino hacia algo que no destruya lo que una vez fue nuestro.
—Isabella —digo, mi voz más firme de lo que me siento—. Necesito hablar contigo un momento.
Ella arquea una ceja, sonríe con ese toque de ironía que siempre tiene, y asiente. Pero en mi mente, Alya es la única a la que quiero enfrentar.
El dolor, la culpa, el deseo, todo se mezcla, y siento que la tensión de los últimos cinco años explota en mi pecho. Es hora de enfrentarme a mi realidad. Es hora de enfrentar lo que realmente importa.
Y mi corazón, por primera vez en mucho tiempo, late con la certeza de que no hay vuelta atrás.