[ZAED]
El aire se vuelve denso, casi irrespirable. Mis manos todavía sostienen las de Alya, pero siento que el mundo entero se desploma a mi alrededor. Samuel… su nombre se clava en mi pecho como un puñal invisible, arrastrando consigo todo el peso de la traición, la culpa y la desesperación.
—¿Qué…? —mi voz suena apenas un susurro, pero lleno de incredulidad y rabia contenida—. ¿Aceptaste?
Alya asiente, apenas, con la mirada baja, y algo dentro de mí se rompe en mil pedazos. Todo lo que creí poder reconstruir, todo lo que soñé en estos últimos días… se desvanece una vez más.
El silencio se extiende, pesado, hasta que lo único que escucho es el golpeteo acelerado de mi propio corazón. Siento rabia, sí, pero también un dolor profundo, casi físico, que me atraviesa. La amo… y al mismo tiempo, debo aceptar que el mundo nos ha colocado en caminos irreconciliables.
—Alya… —mi voz tiembla, cargada de impotencia—. No sé qué decir. No sé cómo…
—No hay nada que decir —interrumpe, y su tono es firme, dolido—. Esto es lo que es, Zaed. Lo nuestro… no puede existir mientras Samuel y ese hijo que esperas con Isabella estén…
Mi mente lucha contra mis emociones. Quiero gritar, suplicarle que todo esto no importa, que podemos luchar contra el mundo si estamos juntos, pero sé que no sería justo. No ahora. No después de todo lo que pasó, después de las decisiones que tomamos y de lo que el destino, de alguna manera, nos está obligando a enfrentar.
—Alya… —susurro nuevamente, bajando la mirada—. Siempre serás la única. No importa lo que haga, no importa lo que pase. —Un nudo en mi garganta me impide seguir, y siento cómo mis ojos se humedecen—. Pero… esto… esto duele demasiado.
Ella me observa, y por un instante, veo el reflejo de la mujer que siempre fue: fuerte, decidida, inquebrantable. Pero también veo el dolor que compartimos, el peso de la historia que llevamos juntos.
—Zaed… —dice finalmente—. Necesito tiempo. Necesito entender cómo puedo vivir con esto. Porque ahora… ahora todo es diferente.
Siento un vacío en el pecho, un hueco que parece tragarse todo mi ser. Pero también siento algo más: una chispa de desafío, de desesperación que no puedo ignorar. No puedo simplemente volver a rendirme, después de darme cuenta que la sigo amando como hace tiempo atrás.
—Alya… no voy a rendirme —susurro, con un hilo de voz cargada de intensidad—. No importa cuánto tiempo, no importa cuántos obstáculos, no importa Samuel… Esto… tú y yo… no se termina así.
Ella me mira, con lágrimas luchando por salir, y la tensión entre nosotros es eléctrica. No hay palabras que puedan deshacer lo que se siente, no hay decisiones fáciles. Solo estamos nosotros, el pasado, el presente y un futuro que amenaza con separarnos para siempre.
—Zaed… —susurra, y su voz está cargada de vulnerabilidad—. Esto es imposible.
Pero dentro de mí, una determinación salvaje comienza a crecer. Lo que nos une no es solo deseo, ni memoria, ni culpa. Es algo más profundo, algo que ni siquiera las circunstancias más crueles pueden borrar.
Y mientras el viento arrastra la brisa marina hasta nosotros, siento que la tormenta no ha terminado. Que esto apenas comienza. Que la lucha, el dolor y la pasión están destinados a chocar una vez más… y que, esta vez, nada volverá a ser igual.