[ZAED]
La noche cae sobre Miami como un manto denso, húmedo y pegajoso. Cada paso hacia el bar arrastra conmigo el peso de todo lo que he perdido. Afuera, la ciudad brilla con luces de neón y escaparates que parecen burlarse de mi impotencia, de la culpa que me carcome desde que Alya me habló del bebé que perdió.
Entro al bar. Es un lugar oscuro, lleno de humo y de sombras que se confunden entre risas huecas y música grave que retumba en el pecho. Me siento en la barra, apoyo los codos y le digo al bartender con voz áspera:
—Lo mismo de siempre.
El alcohol golpea rápido. Cada sorbo quema, pero también adormece, aunque nunca lo suficiente. Mis recuerdos me atacan sin piedad: la brisa en la playa, sus manos temblando, sus lágrimas cayendo sin sonido, la confesión de su pérdida… y mi culpa, tan pesada, tan asfixiante, que siento que me hunde. Alya está ahí, en mi mente, con su mirada de reproche, y yo… yo no hice nada para impedir que su dolor fuera tan profundo.
La imagino casándose con él, con Samuel, y el mundo se me vuelve un lugar inhabitable.
Afuera, la ciudad sigue girando, frenética e indiferente. Mi mano se aprieta contra el vaso mientras repaso las últimas palabras que nos dijimos. Cada promesa rota, cada instante en el que fallé, me atraviesa como un cuchillo. Y entonces, de repente, ya no hay más bar. Ya no hay más ruido, ni luces, ni voces. Solo el recuerdo de ella… y la certeza de que nada volverá a ser igual.
Con dificultad, me levanto. Camino hasta el auto con pasos torpes y el sabor amargo del alcohol mezclado con rabia. La noche parece más oscura que nunca. El tráfico de Miami me obliga a concentrarme en el asfalto, pero mi mente está lejos, atrapada entre lo que perdí y lo que estoy por destruir.
Cuando llego a casa, algo no encaja. La puerta principal está entreabierta.
El presentimiento me sacude. Avanzo despacio, en silencio, y entonces escucho voces. Subo las escaleras, guiado por la luz cálida del salón, y lo que veo me paraliza: mi padre e Isabella, conversando con una naturalidad que me hiere. Me quedo en la penumbra, invisible, con el corazón latiendo tan fuerte que temo que lo escuchen.
—Zaed… —dice Isabella con suavidad—. No sabía que habías vuelto.
Mi respiración se corta. La mirada de mi padre se posa sobre ella con ese mismo gesto frío, calculador, que aprendí a temer desde niño. No puedo moverme. Sus palabras son cuchillos que se clavan una y otra vez, fragmentos que no entiendo, pero que destilan amenaza.
—Tenemos que asegurarnos de que no haya interferencias —dice mi padre con voz firme, implacable—. No podemos permitir que nadie arruine lo que hemos planeado.
Isabella asiente, tranquila, demasiado tranquila.
—Todo estará bajo control, no te preocupes —le contesta y por un momento siento que habla de algo que solo ellos dos saben.
El miedo me golpea primero. Luego la rabia. Es un fuego que me sube desde el estómago, que me quema el pecho y me hace apretar los puños. Cada recuerdo de Alya se mezcla con esa sensación sofocante de estar atrapado. La suavidad de su piel, la forma en que me miraba, la intensidad de su voz cuando me pedía que no la dejara… todo eso se siente tan lejano, tan perdido.
Y ahora, aquí, entre ellos, todo parece condenado.
Me acerco a la ventana y apoyo la frente contra el vidrio frío. La ciudad se extiende frente a mí, brillante e indiferente, como si se riera de mi miseria. Las luces no alcanzan para apagar el fuego en mi pecho. Sé que esta noche marca un antes y un después. Lo que está en juego no es solo Alya: es todo lo que he sido, lo que he construido, lo que aún podría perder.
El alcohol se mezcla con el miedo y la culpa, formando un veneno que me sacude por dentro. Cierro los ojos y los escucho otra vez: interferencias, plan, control… palabras que no puedo borrar y que me dejan claro algo: ya no estoy a salvo. Nadie lo está.
Quiero gritar. Quiero irrumpir y romperlo todo. Pero la impotencia me paraliza.
Estoy solo. Cargando deseo, culpa y desesperación. Alya está lejos, en su mundo, tal vez en los brazos de él, mientras yo me ahogo en esta casa que debería ser mi refugio y ahora solo me ofrece sombras y palabras en clave que no sé que significan..
El viento nocturno golpea los ventanales, mezclándose con mi respiración agitada. Cada latido de mi corazón suena como un presagio. Sé que esta noche no terminará en calma.
Miro por última vez a Isabella y a mi padre antes de desaparecer en las sombras del pasillo. La culpa me quema, la rabia me consume y el deseo por Alya me atraviesa como un filo helado. Todo está en juego. Y yo… yo todavía no sé cómo salvar lo que amo sin destruir lo poco que queda de mí.