INEVITABLE

1052 Words
[ALYA] Una semana después Llevo días sumida en una fantasía que yo misma me inventé para no enloquecer. Es la única manera que encontré para escapar de la rabia que me provocó el regreso de Zaed: inventarme que todo fue un desvarío, una breve resurrección de un pasado que no debía volver. Odio que haya roto mi paz, que haya removido mi pasado con la simple fuerza de su sonrisa. Odio que con un solo gesto me haga desearlo otra vez, y luego —como si el destino se complaciera en su crueldad— haga que todo se derrumbe, otra vez, como aquella vez. Trabajo como una loca para no pensar. Paso las horas clavada en planos, llamadas, reuniones imaginarias; me oculto en el despacho porque ahí, al menos, las decisiones tienen medidas y márgenes, y mi corazón no. Me dejo caer en los brazos de Samuel por inercia: compañía, seguridad, esa especie de afecto plano que tranquiliza y anula al mismo tiempo. Los preparativos de la boda avanzan con precisión de maquinaria: listas de invitados, elección del lugar, el menú. Me aterra, pero también me consuela pensar que tal vez esa sí sea mi única salvación para intentar ser feliz. La empresa está completamente vacía. Pedí a los guardias que se fueran; necesito ese silencio, quiero que los ruidos sean solo los míos. Quedé con la idea de pasar la noche revisando unas maquetas que no me dejan en paz. El reloj marca las once cuando el pináculo de concentración que logré se rompe con un ruido seco en el pasillo: un golpe delta, como una sombra que tropieza. —¿Quién está ahí? —pregunto, la voz me sale más fina de lo que quisiera. Me levanto de un salto, el cuerpo en tensión, y por reflejo agarro uno de los candelabros que adornan el escritorio, sujetándolo como si fuera una espada. Abro la puerta despacio. La penumbra del pasillo traza ángulos y fantasmas; las luces de emergencia apenas pintan el suelo con franjas anaranjadas. A lo lejos se recorta una figura alta. Mi corazón se acelera. La mano me tiembla y por un instante pienso en la posibilidad de que todo sea una broma horrible. —¿Quién eres? —alzo la voz y avanzo, decidida a aparentar más valor del que siento. Levanto el candelabro con intención de asestar un golpe si hace falta. La figura se acerca con paso firme. Cuando su rostro aparece bajo la luz, mi cuerpo reacciona antes que mi cabeza: es él. Es su perfil, la mandíbula, esos ojos que tantas noches me robaron el sueño. —¿Zaed? ¿Qué haces…? —trago el miedo y la incredulidad juntas, pero no tengo tiempo de formular nada más. En un movimiento veloz me sujeta de las muñecas; el candelabro cae al suelo, metálico, y queda rodando con un sonido estridente. No me suelta: me trae hacia su cuerpo con una fuerza que me deja pegada a su pecho. Siento el ritmo brutal de su corazón contra mi sien. —No puedo dejar que te cases —dice, con la voz quebrada y urgente. Su declaración no me da tiempo a reaccionar. Antes de que pueda apartarme, me besa. No es un beso contemplativo ni calculado: es un asalto. Sus labios buscan los míos como quien busca aire en el agua; es hambre y arrepentimiento, todo junto. El mundo se detiene: la oficina, la ciudad, el tablero de la boda; solo existe su boca, la sal de su piel, la aspereza del perfume que reconoce mi memoria. Me estremezco. Algo en mí se rinde al primer contacto —esa parte absurda y vieja que nunca aprendió a cerrarse— pero al segundo me saco de la ensoñación con rabia. Lo empujo con fuerza, consciente de que mi propio cuerpo protesta por alejarse de él y mi mente lo obliga a hacerlo. —¡Qué te crees que estás haciendo! —grito, mientras las lágrimas se queman en mis ojos por la mezcla de ira y deseo—. ¡No tienes derecho! Su rostro queda a centímetros. Sus ojos buscan los míos como si fueran un mapa que debiera leer. —No tienes idea de lo que siento cuando te veo —susurra, y la voz le tiembla—. No puedo perderte. Me aparto, poniendo distancia. Mi mano encuentra el candelabro en el suelo y lo levanto como un gesto absurdo de defensa. —¿Perderme? —repito, con la risa amarga que no quiero tener—. ¿Tú me crees una cosa que se puede perder? Me juraste una vez y me fallaste; me prometiste que volverías y lo único que hiciste fue repetirme la ausencia con otras palabras. Te has convertido en la excusa de todo lo que me duele. Su mirada se quiebra al oírlo. Supongo que esperaba otra reacción —un implorar, un clamor— pero le he dicho adónde pueden llevar las promesas rotas. Lo que experimento ahora es la mezcla de impotencia y poder: duele, pero me sostiene. —¿Entonces esto? —pregunta, incrédulo, acercándose de nuevo—. ¿Esto no significa nada? ¿Que no puedo luchar por lo nuestro? La verdad me arde. He dicho “sí” a Samuel, lo dije en un despacho días después de creer que ya no había vuelta atrás. El compromiso pesa en mi anillo como una cadena fría, y sin embargo, no puedo decirle que aún lo amo. —Esto no existe —digo señalandonos—. Nunca existió, siempre fue un maldito secreto porque lo nuestro esta prohibido y si te soy sincera, nunca entendí la razón —pronuncio con rabia. —Esto, como lo llamas tu, si existe —difiere y vuelve a acercarse tomándome por la cintura y haciendo que el candelabro vuelva a caer al suelo. —No existe, tu te fuiste, tu embarazaste a otra, tu… —Yo te amo, te sigo amando como el primer día —irrumpe y vuelve a besarme con una fuerza que me desarma. —Za… —su nombre se pierde en mis labios cuando todo mi ser me lleva a responderle a su boca. El mundo deja de existir por un momento y me pierdo en este mundo de sensaciones que significa sentirlo así.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD