Estaba sola, estaba completamente sola. Su madre se había ido fuera con Emily, ella nunca le hacía caso, parecía odiarla, no recordaba ninguna palabra amable o buena por parte de ella. Intentaba ser la hija perfecta para que ella la mirara. Emily solía ser un desastre a comparación suya y sin embargo, ella era quien recibía los abrazos, los besos y las atenciones. Joanne solo tenía a su padre, un padre que le decía lo brillante que era y que jamás debía conformarse con lo mínimo. Ella era la princesita de su padre, y merecía un apuesto príncipe que la quisiera y la cuidara, que la socorriera cuando estuviera en apuros. Un apuesto guerrero que la salvara de los malos que la atacasen y le sacara de esa soledad que tanto detestaba, alguien que la amara. La niña de siete años suspiró y