POV. AZRAEL. La noche huele a presagio. Cruzo los portones de la mansión y el metal retumba detrás de mí, sellando el mundo exterior. El silencio es tan espeso que parece tener peso. Avanzo por el vestíbulo y mis pasos suenan como golpes huecos contra el mármol. El aroma de madera pulida y cera fresca me envuelve, mezclado con ese perfume tenue, casi floral, que se aferra a las paredes como un recuerdo. Gedeón me espera en el despacho y es ahí donde me dirijo. La lámpara proyecta sombras en su rostro, y sus ojos, siempre insondables, me encuentran sin sorpresa. —Ya está hecho —digo con la calma de quien ha dejado de creer en redenciones. Asiente. No hacen falta palabras; todo lo que tenemos que decirnos ya está en la sangre derramada. Me mira un segundo más, evaluandome, como si quisie