Capítulo 36
Ayliz
La convicción del deseo de Mariana de defenderse era palpable, aunque las palabras no salían. Su boca se abría y cerraba, intentando articular una respuesta, pero la sorpresa y el miedo la paralizaban. Su mano temblorosa se aferraba con fuerza a la tela de su blusa, como si ese acto pudiera desvanecer el sutil, pero incriminatorio, aroma a avena que la señora Teresa había detectado. Cada fibra de su ser gritaba su inocencia, una súplica muda que solo mi propia intuición parecía escuchar en ese momento.
En ese instante de silencio aturdido, la necesidad de entender la verdad se apoderó de mí. No podía aceptar tan fácilmente lo que parecía evidente. La mirada de Mariana, más allá del nerviosismo, mostraba una genuina confusión, no la astucia de alguien atrapado en una me
