Capítulo 37 Alexandro Estamos con la bebé acostados en nuestra cama, Ayliz le está acariciando su carita. Mi pequeña Luciana descansa plácidamente entre nosotros, su diminuto pecho se eleva y desciende en un ritmo suave. Es una melodía silenciosa que llena el espacio, una que solo se escucha con el corazón. Ayliz, con una ternura que solo una madre puede emanar, traza con la punta de su dedo la delicada línea de su mejilla, un gesto tan frágil como el aliento de nuestra hija. Cada caricia es un susurro silencioso de amor, un eco de la felicidad que encontramos en este pequeño ser. Mi mirada, sin embargo, no puede evitar perderse en la oscuridad del techo, donde las palabras de mi tía Teresa y la desesperación de Mariana resuenan sin cesar. El peso de la crema de avena en mi mano, la ima