Capítulo 8. Es una orden

1140 Palabras
Una sensación desagradable invade a Kael tras leer el informe completo sobre Joel. Sus ojos brillan con un resplandor naranja intenso. Ryder está en la superficie misma, gruñe con rabia dentro de su cabeza. Está furioso. Algo le dice que esto es solo una pequeña parte de lo que está sucediendo y que Aria quedará en medio del fuego cruzado de nuevo. —Dile que no la pierda de vista —dice a su beta—. Quiero que la vigile las veinticuatro horas y que me informe de toda novedad. Osman comunica al rastreador la orden del alfa. (…) Aria sigue en la cama de su amiga Nala con los ojos completamente rojos e hinchados y la vista perdida en la ventana. Su cuerpo se siente pesado y su mente agotada. Su amiga le trajo comida varias veces, pero ella no ha tomado nada más que unas tazas de té de limón. Ha pasado casi una semana y no tiene idea de qué hacer. El dolor y el miedo la paralizan. Tampoco Joel se comunicó con ella en ese tiempo y eso la tiene bastante angustiada. Incluso mandó decir al padre Ezequiel que está enferma y que no puede asistir a misa ni a los eventos benéficos por el momento. No quiere salir, no quiere ver a nadie. Lo único que tiene en la cabeza es a su hermano, a su hermana y a su sobrina. Todos están en peligro. Al día siguiente, aún débil, pero más firme, Aria toma una decisión. No quiere preocupar a su hermana, que está felizmente casada y con una bebé hermosa de tres años. Así que, dispuesta a correr el riesgo necesario para saber de Joel, decide llamar al número de su hermano. Pero antes de poder hacerlo, su celular suena. —Aria, unos hombres llevaron a Joel hace unas horas —solloza la novia de su hermano desde el otro lado—. Nos encontraron… No sé cómo, pero dijeron que lo matarían si no vas al mismo lugar que la otra vez. Que tienes hasta el mediodía. Por favor, sálvalo. El mundo de Aria se detiene con esas últimas palabras. Su corazón late con fuerza, haciendo que su respiración se vuelva casi agónica. No puede dejar que él muera. No tiene opción. Debe ir. —¿Qué sucede, amiga? —Nala se acerca a ella al notar la palidez de su rostro—. ¿Quién te llamó? ¿No me digas que es el hombre de la cicatriz? —Encontraron a Joel —Su voz sale ronca y rota—. Lo tienen, lo van a matar si no voy. Aria agarra su cartera que está encima de la mesita de noche y camina hacia la salida. Gracias al cielo, ya no lleva el hábito, ya que está usando la ropa de su amiga. Así no llamará la atención en el hotel. —¿Dónde vas? Aún estás débil. —Iré a ver a ese hombre —responde Aria. Nala la sigue, cierra la puerta con llave luego de agarrar su propio bolso. —Iré contigo. —No, amiga. Es peligroso. No sé qué serán capaces de hacer. —Por eso mismo, no te dejaré sola. —Nala le muestra las llaves de su auto. Ambas van hasta el hotel. El recuerdo doloroso de lo vivido allí golpea a Aria una vez que se colocan frente a la puerta. —Aria, ¿no es mejor hablar con las autoridades? Aún estamos a tiempo —dice Nala deteniéndola antes de tocar la puerta. —¿Crees que ellos harán algo? —Aria le dedica una sonrisa triste—. No tengo opción, amiga. Antes de que pudiera decir algo más, la puerta se abre y un hombre agarra a Aria y la empuja adentro de la habitación, mientras que otros, alzan a Nala y la guían hacia las escaleras. Ella empieza a gritar pidiendo ayuda, pero nadie le hace caso. En el momento en que llegan a la planta baja, Nala recibe un golpe en la cabeza y pierde el conocimiento. Aria es empujada al suelo frente al mismo hombre de la otra vez. Levanta la mirada y ve a su hermano colgado del techo, totalmente amoratado con sangre, saliendo de su boca y su nariz. Ella comienza a gritar ante la vista, pero uno de ellos le tapa la boca con una cinta antes de darle un golpe fuerte que tumba contra un mueble. Debido al golpe, en su frente se abre una herida que empieza a sangrar de inmediato. —¡Teníamos un trato, maldita zorra! —escupe el hombre y la agarra del cabello para arrastrarla al medio del salón—. Pero decidiste que era mejor huir, ahora tendrás que pagar diez veces más. Además de ver a tu hermano morir frente a tus propios ojos. Él la levanta y la acerca a Joel. La desesperación de Aria aumenta cuando se da cuenta de que él respira muy lentamente hasta que pierde el aliento por completo y fallece. Aria grita con todas sus fuerzas a pesar de estar herida y con la boca tapada. (…) En el campo de entrenamiento, el alfa Kael se encuentra junto con su unidad de élite y algunos jóvenes que buscan entrar al grupo guerrero de la manada. Desde la madrugada, el ejercicio ha sido intenso y sin descanso. Por lo general es muy exigente y los miembros terminan exhaustos luego de la sesión. Hoy es uno de esos días en los que nadie sale ileso. Todos están jadeando y agotados. Kael ha descargado toda su frustración en el campo durante todos estos días, tanto que hasta su padre está preocupado por su comportamiento. —Alfa —Osman se coloca a su lado—. Tenemos una situación. —El entrenamiento no ha acabado, hablaremos dentro de una hora —responde Kael en tono tosco, pero antes de que dé unos pasos, su beta habla por el enlace para que nadie los oiga. —Es el rastreador… Se trata de… la mujer. La mirada del alfa se oscurece. Voltea a mirar a Osman quien sostiene el celular en su mano. —Está a merced de los renegados. Kael sale corriendo del campo, Osman lo sigue de cerca. Llega hasta la casa de la manada y sube las escaleras a una velocidad descomunal. —Hijo, ¿qué sucede? ¿Dónde vas? —pregunta el alfa Esteban, entrando detrás de él. Ve a su hijo cambiarse la camiseta a toda prisa y agarrar las llaves de su camioneta. —No puedo hablar ahora, padre, tengo que irme. Hay algo urgente que debo resolver —responde Kael yendo hacia la puerta. —Osman irá contigo —manda. Kael quiere protestar, pero el alfa padre es tajante—. No irás solo. Y es una orden.
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