Lumus volvió a su oficina, se quitó la pesada túnica y relajó los hombros. Viajar era muy cansado y el exceso de luz le lastimaba los ojos.
El médico le dijo que las nubes en su visión seguirían creciendo y un día, perdería la visión. Eran las consecuencias de la ceguera de nieve que sufrió después de perseguir a un espíritu corrupto por más de dos semanas en los glaciares.
¡Gajes del oficio!
– De acuerdo, hay que continuar con el trabajo mientras aún puedo leer – pensó en voz alta y llamó a su secretaria para ver el primer grupo de carpetas.
Su trabajo era mayormente administrativo. Una posición que había heredado por su linaje familiar. De vez en cuando bajaba al laboratorio, observaba los descubrimientos de los alquimistas, vigilaba que los bibliotecarios catalogaran todas las nuevas plantas y sus posibles mutaciones. Revisaba la calidad de las gemas y tomaba nota de todo.
Él era el final de la cadena, el lugar a dónde llegaba toda la información y el responsable de tomar todos esos elementos separados y convertirlos en nuevos descubrimientos.
Su trabajo continuó sin sorpresas hasta un mes después.
– Señor – susurró su secretaria – la hechicera Casandra desea verlo.
Lumus estaba tomando notas, giró la pizarra para ocultar el texto y regresó a su escritorio – dile que pase.
La hechicera Casandra tenía la mirada un poco baja, se sentó en la silla libre y mostró un sobre – el rey Vladimir me pidió que regresara.
Lumus tomó la carta y agudizó su vista cansada para seguir leyendo. Después bajó el sobre – las obligaciones con tu empleador están después de la torre. Dile que volverás cuando termines tu trabajo aquí. Si él insiste, asigna a uno de tus discípulos y envíalo. Ahora sal de aquí, tengo mucho trabajo.
– Él planea atacar el bosque sombrío – dijo Casandra con las manos apretadas – está contratando hechiceros en toda la península, magos que han sido rechazados por la torre, también liberó criminales para usar sus deseos como catalizador y conjurar al bosque sombrío. Va a llevar esta batalla hasta las últimas consecuencias. Debemos detenerlo.
Lumus la miró sin comprender – un rey piensa enfrentarse a espíritus corruptos, ¿por qué quieres que lo detengamos?
– Porque no es una batalla que pueda ganar – dijo Casandra y se puso de pie – pondrá muchas vidas en peligro. Nosotros no somos competencia para los espíritus, ponemos barreras, trazamos líneas, creamos pociones y educamos a las personas para no escucharlos, pero nunca hemos tenido la ventaja. Peleamos con escudos, no con armas.
– No del todo – intervino Lumus – ahora tenemos plantas y gemas, yo diría que esas son armas muy relevantes.
Casandra negó con la cabeza – tengo un mal presentimiento. Por favor.
Lumus resopló – la investigación no ha terminado. Su lugar está en el laboratorio investigando y analizando muestras de plantas – alzó la voz – si viene conmigo es porque ya recibió una negativa del consejo y seguirá recibiéndola porque nadie aquí ir a decirle a un rey que no puede hacer su maldita voluntad dentro de su reino.
Casandra se mordió el labio. El sentimiento en su corazón no podía detenerlo, pero sabía que, si regresaba sola, nada cambiaría, el rey Vladimir no iba a escucharla. Nunca lo hizo.
Lumus notó el conflicto por el que estaba pasando, pero él tenía mucho trabajo – vuelva al laboratorio – le ordenó.
Los siguientes días fueron tranquilos. Hasta ellos llegaban noticias de la gran misión desplegada por el rey Vladimir y la historia del rey demonio que se llevó a su hermana y cambió las mentes de todos en el reino para que nadie la recordara.
Era una historia interesante, de ser mentira, sería mucho más impresionante.
La secretaria de Lumus tocó la puerta y entró – señor, lo buscan en el calabozo número cuatro, dijeron que es urgente.
Ese día en particular, los ojos de Lumus dolían y su visión estaba muy comprometida. Tomó sus anteojos y guardó las carpetas que tenía en los brazos dentro de un cajón protegido con magia. Se colocó la pesada túnica y bajó los escalones.
Los calabozos ya no contenían criminales humanos, sino criaturas y espíritus corruptos.
Ahí cosechaban lágrimas, analizaban comportamientos y determinaban la diferencia entre los espíritus puros y los espíritus corruptos. Después tomaban sus resultados y los enviaban a las oficinas de Lumus Percival.
Era una buena estrategia, por desgracia, no había producido muchos resultados y la presión sobre Lumus aumentaba, según el consejo de la torre, si todos hacían su trabajo correctamente, él ya debería tener la respuesta o al menos, un artefacto con la capacidad de categorizar los espíritus y resaltar la distinción entre ambos.
Le pedían imposibles y se enojaban con él por no cumplirlos.
Las puertas del calabozo se abrieron y Lumus avanzó – vas a decirme qué es tan importante, que tengo que verlo personalmente en lugar de leerlo en un informe.
El mago a cargo señaló el interior de la celda.
Lumus se molestó por no tener una respuesta y giró la mirada. Lo que vio, le hizo quitarse los lentes, tallarse los ojos y volver a ponérselos.
El espíritu en el centro de la habitación tenía la apariencia de una mujer adulta.
Dentro del mundo de los espíritus el tamaño no estaba relacionado con la edad sino con el poder. Los espíritus guardianes aparentaban más edad y podían ser más jóvenes que otros espíritus con la forma de infantes. Y eso significaba que el espíritu atrapado en ese calabozo era un espíritu guardián.
Lumus experimentó ansiedad – hay que liberarla.
– No podemos, señor, tiene que mirar con mayor atención.
El espíritu guardia giró la mirada, estaba llorando, sus lágrimas eran líquidas y caían sobre una superficie reflectante que cubría todo el piso.
– Eso…, es un espejo.
– Hemos intentado analizarlo, pero ella ataca a todos los magos que se acercan.
Lumus frunció el ceño – establecimos que era un espíritu puro. Los espíritus puros no pueden atacar humanos, va en contra de sus principios, se exponen a la corrupción.
– No nos está atacando – intervino otro – crea escudos para empujarnos fuera.
El espíritu dentro del calabozo seguía llorando y sus lágrimas caían sobre la superficie incrementando su diámetro. Lumus tragó saliva y caminó hacia los barrotes. Bajo su orden las puertas se abrieron y dio un paso dentro. Estaba listo para enfrentarse al escudo y analizar el impacto.
Pero este no se produjo.
– Al fin llegas – dijo una voz grave y muy profunda que todos en el calabozo escucharon y que venía del espejo.
Lumus miró hacia abajo y vio a un hombre con el rostro cubierto.
– ¿Qué estás esperando, cobarde? – dijo la voz que sonó extrañamente familiar – huye, y cubre el espejo.
Lumus corrió de regreso a los barrotes y miró a todos los magos que cuidaban el calabozo – ¿qué están esperando?, ¡cubran el espejo! Ahora – ordenó – no porque la voz lo dijera, sino porque era lo más sensato. Pero su corazón se hundió. La voz del otro lado del espejo se escuchaba como la suya.
Las gemas creadas por las lágrimas de los espíritus y su adhesión a los objetos para crear armas era conocimiento nuevo, pero parte del concepto vivía en el folclore. Se decía que numerosos magos habían recibido el patrocinio de los espíritus y se les entregaron esferas de magia que ellos colocaron en sus cetros, pero nadie sabía que el origen de esas piedras eran las lágrimas.
Lumus analizó los archivos y descubrió un evento que llevaba largo tiempo almacenado. Un espíritu corrupto encerró a un gran número de espíritus dentro de una cueva, los hechiceros de la torre lograron derrotarlo y al liberar a los espíritus y analizar la cueva descubrieron un gran número de pequeñas piedras que parecían no tener valor.
Eran lágrimas.
Gracias a esto consiguieron un inventario de gemas listas para ser usadas, sin embargo, aún no era suficiente. Necesitaban más gemas.
Siguiendo la lógica del maestro de la torre, los espíritus puros les debían obediencia, eran ellos quienes provocaron el surgimiento de los espíritus corruptos y su trabajo era darles las herramientas para aniquilarlos, no a cuenta gotas, sino con acciones que marcaran la diferencia.
Por eso atrapó espíritus puros, los encerró en ese calabozo y los obligó a crear plantas y gemas que les daría una ventaja.
Pero en el fondo, el maestro de la torre sabía que era imposible atacar con los espíritus corruptos, porque todo espíritu, incluidos los reyes, tenían la posibilidad de caer en la corrupción. Entonces, para acabar con la amenaza, tenía que acabar con todos.
Era igual a decir que el maestro de la torre quería asesinar a los dioses.
Lumus se encerró en su habitación por varios días. Pasaba las noches en su sillón, tenía la ventana cerrada y sus notas en la pizarra se habían vuelto un garabato que ya no podía entender.
Se estaba quedando ciego a una velocidad aterradora. Pronto no podría seguir engañando a sus compañeros, tendría que renunciar a la torre, volver a casa y entonces…
Tenía dinero, por años se dedicó a armar contratos con diferentes laboratorios y escuelas que la torre desconocía. Podía salir adelante. Si acomodaba bien sus piezas y administraba su fortuna, tendría suficiente para montar una casa y contratar personas que le ayudaran a esconder su discapacidad.
Si movía bien sus cartas…
Pero lo único en su cabeza era la voz que escuchó en ese espejo. Esa era su voz, no servía ocultarlo o fingir que no escuchó. Ese espejo no era una simple gema, era otra cosa.
Se levantó y caminó hacia el calabozo.
No llevaba lámparas de aceite ni antorchas, caminaba a oscuras, conociendo el terreno y sabiendo exactamente cuántos escalones debía bajar. Al final dobló en la esquina, no vio a la persona que chocó con él y siguió adelante.
El calabozo tenía dos guardias que se pusieron de pie al verlo.
– Díganme, ¿cómo está ella? – habló Lumus mientras caminaba a la celda.
– Como usted ordenó, colocamos una manta en la parte superior de la celda y la dejamos caer sobre el espejo. Ella ha estado tranquila. Parece que ya no llora.
Lumus agudizó la vista – no la veo, enciendo el reflector.
El otro guardia corrió hacia la esfera blanca, esa gema revelaba la forma de los espíritus. Al activar el hechizo el espíritu puro apareció, estaba sentada sobre la manta, con un largo cabello blanco y la mirada vacía.
Lumus la miró y avanzó hacia la celda – déjenme solo – les ordenó a los guardias y pisó la manta con la que habían cubierto el espejo.
El espíritu puro levantó la mirada.
– La voz que escuché ese día se parecía a la mía, ¿por qué lo hiciste?, ¿qué era lo que planeabas?
El espíritu bajó la mirada y tocó con las yemas de los dedos la superficie del espejo que estaba bajo la manta – no lo controlo, antes de que ella llegara no sabía que era posible y ahora no puedo detenerlo – miró a Lumus – la voz era tuya, quinientos años en el futuro. Y si lo escuchas, quedarás atrapado, porque nada puede cambiarse.