La tormenta se escuchaba con fuerza, Adrián giró la cabeza al escuchar el estruendo y perdió de vista la herida de la mujer a su lado, cuando volvió a revisar notó que ya solo quedaban raspones, tierra y suciedad. Era probable que ella estuviera caminando descalza y arrastrándose en algún sitio. Adrián soltó el algodón – encárgate tú. Ella trató. Con dedos temblorosos intentó limpiar una herida en su brazo, pero la torpeza de sus movimientos era evidente. El algodón resbalaba, el alcohol se derramaba, y su respiración se agitaba cada vez más. Adrián la observaba desde su sillón, vaso en mano, con una mezcla de irritación y un extraño cosquilleo de incomodidad. Finalmente, bufó y dijo – eres un desastre. Dame eso – tomó de vuelta el algodón y en esa ocasión fue más brusco. Tenía razones

