Marian trató de huir desesperadamente, pero entre más luchaba contra la red de agua, más fuerte sentía la presión y llegó el momento en que se cortó con la red.
– No luches – le pidió el espíritu corrupto – si dejas de moverte, ya no te harás daño.
Marian lo obedeció y notó que la red se sentía más suelta.
– Me tomará un día llegar a mi próximo destino – le dijo el espíritu corrupto – cuando eso pase, serás libre. No lo tomes personal, intento protegerme – se cubrió con el abrigo y dio la vuelta para irse.
– Espera – le pidió Marian y al estirarse, sintió cómo las redes presionaban su piel con fuerza. Respiró profundamente para calmarse – ¿cómo lo hiciste?, ¿cómo conseguiste piernas?, ¿hay una forma?, ¿es lo que causa la corrupción?
El espíritu bajó la capucha de su abrigo para mirarla – yo era como tú, le temía a la corrupción, pensaba que era como una plaga o una enfermedad, que se contagiaba por el aire o que se trataba de un monstruo listo para devorarnos si entrabamos al lugar equivocado, hasta hace poco entendí que eso a lo que llama “corrupción”, vive dentro de todos nosotros – presionó su pecho.
Instintivamente, Marian retrocedió y la red se contrajo alrededor de su cuerpo.
– No te haré daño – le dijo el espíritu y bajó la mirada.
– Espera – pidió Marian – no puedo entenderlo, probablemente jamás lo haré, solo necesito que me respondas una cosa, la corrupción, ¿puede convertirte en un ser humano?
El espíritu agudizó la mirada – realmente, ¡lo deseas!
Marian asintió.
Las olas de la marea golpearon las rocas.
El espíritu corrupto giró la mirada hacia la entrada, sabía que ese lugar era seguro porque los tritones lo buscaban dentro del agua y ninguno de ellos se acercaría tanto a la costa, porque ahí estaban los humanos, no imaginó que encontraría a una sirena con el deseo de ser humana.
– Puedo darte extremidades, pero no puedo regresarte a lo que eras, una vez que hagas el cambio, ya no habrá vuelta atrás. Y hay una condición, una vez que se complete el cambio, no podrás hablar.
Marian miró el agua de la marea – quisiera despedirme.
– No puedes, no me arriesgaré a que delates mi posición, si te vas de aquí, para cuando regreses yo ya no estaré – declaró el espíritu corrupto, dándole una única oportunidad.
Marian no tuvo suficiente tiempo para pensarlo y sabía que podría arrepentirse, pero quería intentarlo – por favor, hazlo.
El espíritu corrupto asintió, de entre las cosas que escondía en su tienda, sacó un incienso y una navaja. Hizo un corte en su dedo, dejó caer la sangre sobre el incienso y lo acomodó cerca de las rocas donde estaba la red de agua, ahí, encendió el incienso y miró a Marian – respira muy profundamente y espera, cuando el sol se oculte la red te soltará y serás lo que tanto deseas – acomodó su abrigo para cubrirse – sin importar lo que te pase, no estaré aquí, así que no me hagas responsable – se despidió.
Marian lo comprendió, esa era su decisión y de nadie más. Con una larga respiración, aspiró el aroma del incienso y el tiempo corrió. Su piel ardía, los colores se transformaban y la pesadez la sumió dentro de un profundo sueño.
Esa noche sería la última, Alejandro sabía que no encontraría peces extraños ni amorfos, y si los encontraba, les tendría tanto miedo que volvería a arrojarlos al agua, así que todo eso era un ejercicio inútil. Solo restaba esperar a que Román quisiera irse y entonces, se despediría de esas rocas y ese océano.
Suspiró.
En un mal momento, la balsa se ladeó peligrosamente, Alejandro se aferró al borde, miró el otro extremo y vio una mano delgada con la piel morena que se asomaba dentro de la balsa. Con la primera impresión llegó el miedo, pero poco después entendió que había una persona y necesitaba su ayuda.
– Aguarda – dijo y se abalanzó sobre el borde de la balsa para ayudar a esa persona a subir, al hacerlo descubrió que se trataba de una mujer y que estaba desnuda. Sin pensarlo se quitó el abrigo y la envolvió, después miró alrededor, buscando el barco de dónde esa mujer había salido, pero estaba solo – estarás bien, te llevaré a la orilla – remó con fuerza – buscaré un médico y te atenderán, estarás bien – repitió varias veces en su camino a la costa.
Marian entreabrió los ojos un par de veces, supo que alguien la cargaba, también entendió que estaba cubierta por una tela gruesa con olor a humedad y sintió el momento en que la colocaron sobre una superficie horizontal, después de eso su consciencia se hundió y al abrir los ojos, se encontró en el interior de un cuarto muy extraño, con paredes de madera, telas tendidas y un aroma medicinal que le picaba la nariz.
Apartó las cortinas y al mirar su mano, no la reconoció, su piel era diferente, tenía otra textura, otro color y entre sus dedos no había membranas, pero esas eran sus manos, su cuerpo, su cabello, su rostro y debajo de las sábanas…, sus piernas.
El impacto le hizo cubrirse la boca, ¡funcionó!
Alejandro abrió las cortinas y al verla, se apresuró a tomar la sábana para volver a cubrirla, no tenía ropa femenina y todo lo que consiguió de noche, fue un camisón – hace frío, debes estar cubierta – le dijo después de acomodar la sábana – dime, ¿cómo te llamas?
Consciente de las reglas, Marian permaneció en silencio.
– Mi nombre es Alejandro – dijo él para ganarse su confianza – soy administrador, asistente más bien, trabajo con un pintor muy renombrado, viajamos por el mundo buscando paisajes y objetos únicos, es un trabajo muy ocupado – intentó sonreír – ah, necesito saber tu nombre, o el de tu familia para poder llevarte con ellos, ¿me dirás?
Marian negó con la cabeza, porque no podía hablar y aunque lo hiciera, no había forma de que Alejandro pudiera encontrar a su familia.
Él suspiró – ¿no quieres decirme, o no puedes?
Marian intentó comunicarse por señas y Alejandro entendió el problema.
Más tarde fue a las oficinas del pequeño pueblo.
– Una mujer muda, no tenemos personas de ese tipo en la costa. Y estamos muy ocupados.
Alejandro se sintió molesto – ¿a qué tipo de personas se refiere?
– Ya sabe, personas inútiles – respondió el comisario y Alejandro apretó las manos en puños – tenemos muchas necesidades, las personas deben poder trabajar para quedarse aquí, no vamos a mantenerlos si tienen discapacidades. Ahora, como le dije, pronto vendrán los escultores y tendremos el monumento más grande que…
Alejandro dejó de escuchar, la gente necia debía ser ignorada o sus ideas se multiplicaban, como la plaga.
De regreso en casa, vio a Marian de pie, intentando caminar, dio un paso corto, después separó las piernas y tropezó.
Alejandro corrió para sujetarla – ¿estás bien?
Marian lo abrazó, tenía una sonrisa muy grande en los labios.
– Despacio – le dijo Alejandro.
Durante los siguientes días Marian permaneció en la casa. Cada mañana Alejandro le preparaba el desayuno y le explicaba las tradiciones, también le mostró algunas de las pinturas de su maestro, como su asistente, a veces recogía los bocetos que el gran pintor Román desechaba y en lugar de romperlos, los guardaba para sí mismo.
Por las tardes le ayudó a aprender a caminar, le compró vestidos y un día, dos semanas después de su llegada, la llevó al mercado.
Marian tomó las frutas y las pegó a su rostro para olfatearlas, tomó las telas y las apretó entre las manos sin permiso, también cargó una jaiba y la liberó, en resumen, fue un desastre, Alejandro tuvo que pagar por todo lo que ella tocó sin permiso y fue regañado por muchos comerciantes, pero fue una tarde muy divertida.
Para Marian, el mundo entero era una canción sin partituras.
Esa noche, mientras se instalaba la gran escultura del héroe Casian y el pintor Román era alabado como el invitado especial, Marian se hundió en una tina de agua caliente, emergió acomodando su cabello y miró su reflejo en el agua.
A veces extrañaba a su familia y se sentía culpable por no haber podido despedirse, pero ese sentimiento se perdía en cuanto veía una manzana o probaba el estofado y sentía el viento sobre la cara, y la arena bajo sus pies.
No se arrepentía.
Después de salir de la tina, se cubrió con una toalla, abrió la puerta de la habitación y se recostó junto a Alejandro, él roncaba y emitía un sonido ridículamente adorable, porque le hacía recordar las vibraciones del océano.
Esa noche se inclinó lentamente y lo besó. Alejandro despertó en el acto, miró a Marian y consciente de que había sido ella quien lo buscó, se atrevió a devolverle el beso. Ambos permanecieron en la cama el resto de la noche.
Un mes después la escultura estaba terminada, la celebración fue agradable y completada la misión Román dijo – larguémonos de este lugar. Apesta a pescado muerto, hay sal y arena por todas partes y la humedad en el aire es asquerosa. No volveremos al mar, lo he dicho, cualquier invitación que recibas de la costa, deséchala, quémala, ignórala – dijo, alzando la voz y al dar la vuelta su expresión cambió – ¿por qué demonios sonríes?
Alejandro tardó en reaccionar – ¿señor?
– Te estoy diciendo que aborrezco este lugar y tú tienes la cara de un idiota.
Alejandro se cubrió las mejillas para borrar su sonrisa – prepararé los carruajes, nos iremos por la mañana.
– Esta misma noche, no resisto respirar este aire otro segundo.
Alejandro asintió y soltó un largo suspiro, preparar todo el viaje en una noche era físicamente imposible, por lo que al final y sin importar lo que su jefe dijera, terminarían saliendo por la mañana. Esa idea generalmente lo hacía sentir muy estresado y molesto, porque en ocasiones las cosas no salían como él las esperaba, sin embargo, recientemente se sentía feliz sin importar cómo salieran las cosas.
Habló con los conductores de los carruajes, llevó hombres para empacar las cosas del pintor y al final, fue a su casa para ver a Marian. Despacio, para no despertarla, abrió la puerta, descorrió las cortinas de la cama y fue al baño. Ella no estaba.
Dada su condición Marian salía muy poco y siempre con él, así que no entendió su ausencia y entró en pánico.
El pintor Román, bastante ebrio, se acercó a la playa para orinar sobre la arena, tenía dolor de cabeza y quería vomitar, así de mal se sentía por estar en ese sitio tan alejado de la civilización. Terminó sus asuntos y dio la vuelta, pero antes, alcanzó a ver un destello azul sobre el agua que parecía venir de las cuevas.
Era noche de luna llena y sobre la piel de Marian había pequeñas escamas luminosas, no sabía por qué estaban ahí, el espíritu corrupto le dijo que nunca volvería a ser una sirena, esas marcas y ese tono azulado en su piel, eran causadas por la luna.
– ¡Maravilloso! – exclamó Román y Marian giró la cabeza.
El gran pintor había encontrado la pieza perfecta para sus pinturas.