Alejandro bajó a la costa, revisó las balsas pensando que Marian podría estar en una de ellas, preguntó a los comerciantes y recorrió las calles del mercado, pero era de madrugada y nadie respondía sus preguntas. Un grupo de hombres volvían de la costa, algunos de ellos eran empleados contratados por el pintor Román, Alejandro corrió, vio la gran jaula de madera y un bulto dentro, después fue con el pintor – señor, ya está todo casi listo, nos iremos pronto, ¿qué están haciendo? Román sonreía – la encontré, mi pieza maestra, la pintura que trascenderá – habló mientras seguía sonriendo, su risa era de celebración, de aventura y de júbilo. Alejandro lo siguió, tenía un extraño presentimiento que no podía describir, entró a la mansión del pintor y vio cuando retiraron la tela dentro de la