Alejandro bajó a la costa, revisó las balsas pensando que Marian podría estar en una de ellas, preguntó a los comerciantes y recorrió las calles del mercado, pero era de madrugada y nadie respondía sus preguntas.
Un grupo de hombres volvían de la costa, algunos de ellos eran empleados contratados por el pintor Román, Alejandro corrió, vio la gran jaula de madera y un bulto dentro, después fue con el pintor – señor, ya está todo casi listo, nos iremos pronto, ¿qué están haciendo?
Román sonreía – la encontré, mi pieza maestra, la pintura que trascenderá – habló mientras seguía sonriendo, su risa era de celebración, de aventura y de júbilo.
Alejandro lo siguió, tenía un extraño presentimiento que no podía describir, entró a la mansión del pintor y vio cuando retiraron la tela dentro de la jaula, ahí estaba Marian.
Ya era de día y su piel y facciones eran totalmente humanas.
Román frunció el ceño – ¿qué es esto?, ¿por qué luce así?, tenía escamas, yo las vi – tiró de las manos de Marian y ella intentó liberarse.
– Señor – dijo Alejandro, alzando la voz – esta noche bebió mucho, quizá se confundió.
Enojado, Román se levantó y golpeó a Alejandro en el rostro – yo sé lo que vi, traigan agua, ahóguenla si es necesario, tiene que mostrarme lo que es.
Marian entendió finalmente las historias y los mitos detrás de los seres humanos, no era que ellos fueran inherentemente malos o buenos, era porque los humanos, a diferencia de los espíritus o los híbridos, eran capaces de los actos de bondad más hermosos y los actos de maldad más aterradores.
Su cabeza fue hundida en agua de mar repetitivamente, pero nada cambió, su piel, su cabello y su cuerpo siguió siendo humano.
Román frunció el ceño – enciérrenla, nos quedaremos aquí hasta que esté lista para mostrarnos lo que es.
Marian se recostó sobre el piso de madera dentro de la jaula y cerró los ojos entre lágrimas. Al despertar, sintió que su cuerpo era cubierto por una sábana gruesa, alguien la cargó, ella intentó luchar, pero no pudo hacerlo, la arrojaron sobre una caja y durante un largo tiempo, quiso vomitar.
El sol brillaba en lo alto cuando la sábana fue retirada, Marian estaba lista para luchar, pero la persona a su lado, era Alejandro.
– Eras tú esa noche, ¿cierto? – dijo él – la criatura que entró a mi balsa, ¡eras tú!
Marian asintió.
Alejandro tenía los ojos hundidos – vuelve a donde perteneces, este no es un lugar para ti – tiró de su brazo, Marian intentó detenerlo – humanos con humanos, monstruos – enfatizó Alejandro – con los monstruos – y la arrojó al mar.
Marian ya no podía volver a convertirse en sirena, nadó hacia un extremo y buscó la formación rocosa donde solía esconderse para mirar a Alejandro, desde ahí, lo vio volver a la costa, también vio a los hombres que corrieron por la arena, uno de ellos detuvo a Alejandro, lo golpeó y otro más le atravesó el corazón con una daga.
El resto fue a las balsas para buscar a Marian.
Ella se hundió en el agua, nadó e intentó respirar bajo el agua. Como el espíritu corrupto le dijo semanas atrás, no había forma de volver.
Antes de perder el conocimiento, escuchó una voz.
– Intenté advertírtelo.
Dentro de una burbuja de aire, Marian vio al espíritu corrupto que la convirtió, la mitad de su cuerpo tenía forma de pulpo y se movía entre las paredes antes de volver con ella.
Marian no podía hablar, tampoco volver, su sueño terminó en el momento en que extraño su hogar y deseó volver a ser una sirena, solo una noche. Si no lo hubiera hecho, Alejandro seguiría vivo.
– Lo lamento – le dijo el espíritu corrupto. Sus ojos reflejaban el dolor de quien confió en los humanos y terminó en soledad.
Marian movió sus manos y le pidió volver a ser una sirena.
– Podría intentarlo, hay una posibilidad de que funcione y otra de que mueras, sin embargo – dijo el espíritu corrupto – lo logre o no, ellos morirán.
Marian no supo a qué se refería y el espíritu extendió su brazo para presionar su abdomen.
Estaba embarazada.
Marian recogió las rodillas y se abrazó con fuerza.
Los hombres de Román buscaban desesperadamente a la criatura que escapó al mar y sus hombres vigilaban las entradas y salidas.
En la montaña, una carreta avanzó despacio, el guardia en la entrada los detuvo – ¿nombres?
– Jerome y mi esposa Marian, está embarazada.
El guardia revisó la carreta y retiró la manta revelando a una mujer de piel muy clara y cabello castaño, de acuerdo a la descripción, la mujer que buscaban tenía la piel morena y el cabello oscuro, así que los dejó pasar.
Mientras se alejaban, Marian miró el cielo recordando los días en que Alejandro se sentaba a su lado, al bajar la mirada, se preguntó cómo serían.
Humanos.
Tritones.
Sirenas.
– No lo pienses demasiado – le dijo Jerome – son tus hijos.
Marian miró hacia atrás y tocó el hombro de Jerome para preguntarle por señas – ¿a dónde vamos?
– Al valle, dicen que el primer espíritu corrupto habita entre los pantanos.
Marian asintió, en realidad, no le importaba el destino, su mundo, ya iba con ella.
*****
¿Qué hacía especial a una pintura?
Román no necesitaba pensar en la respuesta, para él lo que hacía única a una pintura era la exclusividad. Lo que los observadores veían en sus obras no lo verían en otro lugar, porque lo destruía después de plasmarlo.
En su forma de ver el arte, ese acto representaba tomar el alma de un objeto y ponerla sobre su lienzo. Era así como una pintura alcanzaba la inmortalidad.
Una de sus mayores obras se titulaba “El corazón de la sirena”, y mostraba a una mujer de piel morena con escamas azules surgiendo en su cuerpo mientras un pescador la observaba. Román se sentía muy orgulloso de su pintura porque a través de ella, su fiel asistente viviría para siempre.
– Yo…, conozco a esa mujer – dijo un adolescente, en una tarde cualquiera, mientras miraba la pintura.
Román enfureció – seguramente es una mujer parecida, le aconsejo que observe con más cuidado antes…
– No, estoy seguro, es la misma – lo interrumpió – pero, si no le gusta escuchar la verdad, no lo juzgo – sonrió el adolescente y siguió observando la colección.
Román lo siguió y esperó a que las personas se alejaran para pararse junto al adolescente que miraba la pintura de un peñasco – aún creo que comete un error, sin embargo, me gustaría saber, ¿en dónde vio a una mujer parecida?
El adolescente volteó a verlo – debió ser…, cerca de la costa, hay un restaurante en el camino que conduce a la escultura del héroe Casian, venden estofado de cangrejo, mi mamá nos llevó por recomendación y estoy seguro, la dueña es exactamente igual a su pintura.
Román apretó las manos en puños, ya fuera que ese joven tuviera razón y la criatura siguiera con vida, o fuera un malentendido y se tratara de una mujer parecida. No importaba, cualquier amenaza a la exclusividad de sus obras debía desaparecer.
Terminando la exposición reunió a sus hombres y cabalgaron con rumbo a la costa. Les tomó tres días llegar al sendero y detenerse frente al restaurante.
Ya era de noche.
Román les indicó a sus hombres que esperaran afuera, tocó la puerta y esperó.
– Ya está cerrado, vuelva mañana – dijo una voz desde dentro del restaurante.
Román volvió a tocar, esa vez con más fuerza.
Marian abrió la puerta – está cerrado – y lo miró. El reconocimiento llegó de inmediato, intentó cerrar la puerta, pero Román la empujó y Marian cayó al suelo.
Habían pasado casi veinte años y ella seguía luciendo exactamente igual, estaba claro que no era humana – como me habría gustado que modelaras para una de mis pinturas – suspiró – mi lienzo pudo ser más exacto y capturar esa expresión en tu rostro, es una pena – se lamentó profundamente – ahora que la pintura existe, tú no puedes seguir en este mundo.
– ¿Por qué? – preguntó Marian – ¿por qué cree que sus pinturas son más importantes que la vida?
Román sintió su pregunta tan ridícula, que no respondió, por supuesto que su arte era más importante que todas las vidas, pero era suyo. Se levantó y sacó una daga.
La puerta se cerró con fuerza, Román giró la mirada un momento y vio a una criatura aun más extraña que Marian, porque parte de su cuerpo estaba hecho de tentáculos y dos de ellos lo sujetaron de los tobillos para colgarlo del techo.
Afuera, los hijos de Marian asesinaron a los hombres que lo habían seguido, uno de ellos era el joven a quien Román vio en la galería.
Dentro del restaurante Marian miró al gran pintor, no mucho tiempo atrás visitó la galería y vio su propia pintura. Encontró desagradable cada aspecto de ella – antes de que te vayas debes saber una cosa – dijo Marian – prenderé fuego a todas tus pinturas – acto seguido, le cortó la garganta a Román y la sangre le salpicó el rostro.
Jerome retrajo sus tentáculos.
No encontraron al primer espíritu corrupto y tuvieron que vivir por su cuenta, ellos y sus hijos, sirenas y tritones con apariencia humana que cambiaban tras pasar más de dos minutos bajo el agua.
FIN