Los espíritus errantes trazaron círculos alrededor del gran árbol de corteza blanca.
– Otra vez – dijo uno de ellos.
– Este no fue asignado, ¿qué hacemos?
– Alguien debería decirles a los espíritus que no pueden hacer eso.
– Hazlo tú, diles y todos los seres vivos serán espíritus.
Lía alzó la vista, los espíritus errantes llevaban las almas de los seres humanos para que reencarnaran y como bien sabía, solo se presentaba uno de ellos, pero esa mañana había cinco y ella se estaba convirtiendo.
Avergonzada, se cubrió el pecho y los brazos.
– Está bien – le dijo uno de los espíritus errantes – no te haremos daño. Los espíritus debemos respetar toda forma de vida sin importar su naturaleza.
Lía lo sabía, eran las instrucciones que ella misma había recibido y siempre las siguió, por eso, no lo entendía – ¿qué me sucedió?, ¿por qué?
– Yo te mostraré – le dijo otro de los espíritus errantes y juntó sus dedos para formar un círculo.
Al instante, un hilo rojo apareció en las manos de Lía y el otro extremo estaba unido al corazón de Mateo.
– Sucede cuando un espíritu permanece demasiado tiempo con un humano – le explicó el espíritu errante – sus almas se conectan, prolongando la vida del humano y alterando su estructura. Es un acto que se considera egoísta porque los seres humanos no pueden negarse a esa conexión, ocurre por decisión del espíritu. No de ellos.
Lía se sintió culpable y bajó la mirada – ¿qué pasará con él?
Para responder, el espíritu errante colocó el dedo índice sobre la frente de Mateo y extrajo su alma, esta fue moldeada en sus manos y tomó la forma de un niño de cinco años.
Todos los espíritus nacían con esa edad y con el paso de los siglos crecían.
– No podemos asignarlo porque no estaba escrito que nacería otro espíritu – dijo el espíritu errante – será tu responsabilidad – le dijeron antes de despedirse.
Mateo abrió los ojos y lo primero que vio fue a Lía cubriendo su pecho para que él no viera las manchas negras que aparecieron sobre su piel, después miró el huerto, el árbol y finalmente a su abuelo tendido sobre la tierra.
El viento sopló y el sonido lo asustó. Fue cuando notó su tamaño y preguntó – ¿cómo? – pero no completó la frase. Estaba demasiado sorprendido por el sonido de su propia voz.
Lía lloró y de sus lágrimas nacieron pequeñas plantas de hojas blancas.
Mateo fue testigo de ese fenómeno y comprendió que Lía era el espíritu que estuvo a su lado todo ese tiempo – disculpa, ¿qué me pasó?
Lía le explicó sin entrar en detalles, estaba muy avergonzada y se sentía culpable, pero fue clara al decirle que ya no era humano, sino un espíritu. Al final lloró con más amargura y en esa ocasión sus lágrimas fueron totalmente líquidas.
Mateo la abrazó.
Luis llegó más tarde, vio la silla vacía y a su abuelo recostado junto al árbol, al tocarlo sintió la piel fría y cerró el huerto. Al día siguiente buscó a Casandra.
Mateo caminó por el pueblo en el que pasó gran parte de su vida, observó todos los cambios, escuchó el sonido de las aves y las risas de las personas, pensó que caminar sería fácil, pero los sonidos eran muy fuertes y al tropezar, descubrió que también podía volar. Lía sonrió y tomó su mano para ayudarlo.
Después de pensarlo mucho, al fin entendió cuál fue el acto corrupto que cometió. Los espíritus fueron diseñados para cuidar y proteger todas las formas de vida, pero ella eligió a un humano para darle su eternidad.
FIN.