La mayoría de los matrimonios eran arreglados por los padres, por lo que el matrimonio entre la princesa Serena y el príncipe Tomás, no fue extraño, sin embargo, muchos decían que la escena que se reprodujo en la iglesia fue, ante todo, inusual.
Todo comenzó con la llegada de un huracán a las costas del pequeño reino de Gelea. Las consecuencias fueron devastadoras, los pueblos más cercanos a la costa se inundaron, hubo deslaves y docenas de casas que fueron derribadas por la fuerza del agua y el viento. El cielo rugió con tal ferocidad que parecía ser una maldición de los espíritus del cielo.
Dos meses después hubo una celebración que reunió a grandes dirigentes y el rey de Gelea se presentó suplicando a todos los presentes piedad para su reino.
Por las lluvias, todos los campos de cultivo quedaron destruidos y esto provocó una fuerte hambruna que azotaba la isla. El rey prefería humillarse antes que ver a su gente morir y suplicó sin pena. Por desgracia, un rey humillado era un mal aliado y las acciones que él pensó lo salvarían, lo llevaron al aislamiento.
Muchos nobles se sintieron ofendidos por la forma tan irresponsable en que el rey de Gelea acabó con el buen humor de la fiesta y le pidieron que se marchara, con esa situación y a falta de la ayuda que tanto requería, solo era cuestión de tiempo para que otro reino decidiera invadir la isla y entonces, no habría forma de escapar.
Con las esperanzas sobre el suelo, el rey se marchó de la fiesta y recibió una invitación, en una reunión privada el marqués Mares le ofreció al rey toda la ayuda que necesitaba, granos, dinero, comida, mano de obra, el rey solo necesitaba pedirlo y le sería dado, la única condición era que el rey aceptara casar a uno de sus hijos con la princesa del imperio.
El rey se mostró desconfiado, la princesa era la única hija del emperador y era sabido que el primer hijo del marqués fue nombrado príncipe heredero, por lo que, esa petición de matrimonio bien podría ser un movimiento político para atar las manos de la princesa y tenerla alejada del trono.
El marqués Mares notó las dudas en el rostro del rey y lo invitó al imperio y agregó que debía ir acompañado de toda su familia.
Con gran temor la familia real se presentó en el palacio del imperio más grande del mundo y el emperador personalmente se mostró muy interesado en el matrimonio, no tuvo quejas, tampoco escatimó en la ayuda que ofrecerían, el trato era legítimo.
Un día después de firmados los acuerdos, tuvo lugar la boda, todo ocurrió en una pequeña iglesia, el obispo ofició la unión y los invitados fueron, además de los familiares, los sirvientes del castillo, ese ambiente íntimo convirtió la escena en algo más inusual, no obstante, el dato más relevante en aquel matrimonio eran las edades de los cónyuges.
Al momento de contraer matrimonio, la princesa Serena tenía tres años, llevaba un vestido blanco muy largo y no pudo permanecer de pie por mucho tiempo, por lo que la emperatriz se levantó de su asiento, cargó a su hija y a mitad de la ceremonia, la pequeña princesa estaba totalmente dormida.
Y el príncipe Tomás tenía siete años, todo el tiempo mantuvo la mirada baja, solo una vez la levantó, vio a su nueva esposa meterse el dedo a la nariz y volvió a desviar la vista.
Sobre el papel dejaron su huella entintada y al finalizar, cada uno volvió con su familia.
La ayuda llegó, tal y como el emperador lo había prometido, granos, comida, recursos, trabajadores y soldados, todo lo que el rey podía pedir para salvar la isla estaba en sus manos y el día en que las carretas hicieron una fila tan larga que no se podía ver el final, cuentan los rumores que el rey de Gelea lloró de alegría.
Por varios años la prioridad del reino fue reconstruir los caminos, llevar alimentos a los más necesitados y tomar medidas en caso de que otro desastre natural los golpeara.
Y un día, cuando el príncipe tenía once años, recibió una carta.
“Querido esposo: esta es la primera carta que le escribo, ¿cómo ha estado?, mamá dijo que cuando sea mayor podré enviarle un retrato, pero sí usted lo quiere, puedo hacer que lo envíen desde ahora, mi cabello creció mucho, tengo nuevos vestidos y me gusta ir al bosque con mi primo a cazar conejos, ¿a usted le gusta?, mi tío está renovando el hipódromo, sí le gustan los caballos podemos ir algún día, y si le gusta la pesca, mi abuela mandó a construir un barco nuevo, o sí prefiere las justas, le pediré a papá que construya un nuevo estadio, querido esposo, ¿qué es lo que le gusta?, no importa lo que sea, mi familia construirá lo que haga falta”
“Posdata: desde hoy escribiré una carta diariamente para que podamos conocernos y ser muy felices juntos, con amor, tu dulce, hermosa, fiel y querida esposa”
El príncipe terminó de leer la carta llena de horrores ortográficos y soltó un gruñido – ¿por qué me pasa esto a mí? – gritó y rompió la carta en pedazos.
Al día siguiente, llegó otra carta.
Se decía que la princesa mandó a construir toda una flota, todos los días a la misma hora un barco dejaría el puerto trayendo consigo la tan preciada carta escrita por la princesa y más tarde, regresaría al continente.
Sin proponérselo, la princesa había construido el primer sistema de comercio que uniría la isla con el resto del continente y cientos de pequeños comercios se vieron beneficiados de esa ruta comercial nacida por un capricho de la princesa.
Todos estaban felices.
Excepto el príncipe Tomás.
Su padre, el rey Francisco Gelea, suspiró – me han dicho que no le has escrito una respuesta en todo el mes.
Tomás tenía la mirada baja y en la espalda, las manos apretadas.
– ¿Tienes una idea de lo importante que es esta ruta comercial? – dijo el rey, alzando la voz – en el continente no tienen nuestros arrecifes, hay una gran demanda para nuestros corales, cuarzos y peces, nunca antes tuvimos tanta prosperidad. Has pensado, ¿qué haremos si la princesa deja de enviar cartas?
Tomás alzó la mirada – esto no es justo, yo no quiero hablar con ella – gimoteó, Tomás no era esposo, tampoco niño, era una firma en un papel que nadie le permitió leer.
El rey se levantó, caminó hacia su hijo y le dio un golpe tan fuerte, que lo tumbó al suelo – ahora veo, que tuve un imbécil por hijo. Si no deseas escribirle a la princesa, no lo hagas, contrataré un erudito que escribirá las cartas por ti, tú las leerás antes de que sean entregadas, esa será tu única tarea. Mírame – lo confrontó – dime que has entendido.
Tomás asintió.
– Sáquenlo de mi vista – anunció el rey.
La reina salió de prisa detrás del pequeño príncipe, el más joven de sus hijos y lo abrazó. Tomás hizo una pausa y volteó a ver a su madre.
– Mamá, no es justo, no quiero estar casado con ella, debe ser una pesada. Una persona horrible, por favor, ayúdame.
La reina se agachó para estar a la altura de su hijo y lo miró – cariño, nunca la has visto, ¿por qué piensas eso?
– ¿Qué más podría ser?, tuvo el capricho de escribirme y veinte barcos fueron construidos solo porque ella lo dijo – señaló el mar que se veía a través de la ventana – es una persona con mucho poder que solo piensa en sus intereses, nunca en las personas, yo no seré un esposo, seré un juguete.
La reina juntó las manos y se cubrió el rostro – cariño, ¿quién te ha dicho eso?
Tomás desvió la mirada.
La reina tenía una fuerte impresión y sabía que esos conceptos no veían de la mente de un niño – escucha con atención, el imperio de Theron es muy grande, muy vasto y muy fuerte. Hace muchos años estuvo en guerra y sus costas fueron invadidas. Se decía que la flota más grande que este mundo haya visto, se conducía hacia ellos y de pronto – hizo una pausa para aumentar el dramatismo – el cielo se oscureció, nació una gran tormenta y en el medio del mar se formó un gigantesco remolino que se tragó a toda la flota. Así de poderoso es Theron – apretó los hombros de Tomás – un reino tan pequeño como el nuestro debe ser precavido y tú eres la clave para mantener una alianza.
– No es justo – interrumpió Tomás.
– Ser fuerte no es lo mismo que ser justo, pero a veces hay que saber sobrevivir – suspiró la reina – pero, ¿sabes qué no es justo tampoco?, que tú digas que la princesa es una caprichosa, sin conocerla antes. Mandó a construir una flota porque quería comunicarse contigo, ¿qué te dice eso?, que ella está intentando conocerte.
Tomás no había pensado en eso.
La reina se levantó – a partir de ahora reemplazaré a todos tus maestros y contrataremos a un erudito para que escriba las cartas, pero recuerda, tú debes leer todas y cada una de ellas, porque un día ella vendrá y tu vida matrimonial dará comienzo. Hijo, ¿cuento contigo?
Tomás asintió, pero siguió odiando la idea.
Al día siguiente todos sus maestros fueron reemplazados y un niño de once años le fue presentado.
– ¿Cómo te llamas? – preguntó Tomás.
Él bajó la cabeza – este súbdito se llama Cedric, alteza, es un honor conocerlo.
La carta recién llegada de la princesa estaba sobre la mesa. Tomás la trató como a un insecto al que no quería tocar y golpeó el rostro de Cedric con ella – léela, responde y aléjate de mí, no quiero tener que volver a verte.
Cedric recogió la carta, pero no tuvo claro lo que tenía que hacer – alteza, disculpe, ¿qué quiere que escriba en la carta?
Tomás apretó los dientes – ¿para qué quiero un erudito si tengo que hacer todo el trabajo?, tú responde, con lo que sea, apuesto a que no es ella quien las escribe. Así que no importa.
Cedric se sintió un poco asustado. El estudio que recibió para llevar a cabo su trabajo tenía un escritorio orientado hacia la ventana desde la que se podía ver la playa y los riscos.
Siendo un huérfano que fue comprado por el castillo, tener un lugar así, era demasiado y se sintió un poco feliz.
– Bien – pensó en voz alta y abrió el cajón con todas las cartas de la princesa de la última semana, trató cada una como si fuera un tesoro y leyó.
“Querido esposo”, así comenzaban todas las cartas, más adelante la princesa contaba su día a día. Cada evento, por pequeño o grande que fuera, estaba enlistado en esas cortas líneas. La princesa era muy correcta, pero en ocasiones esa seriedad se perdía y ella simplemente escribía lo que se le venía a la cabeza.
“Querido esposo, dime, ¿cómo es la isla?, ¿es bonita?, sé que algún día la conoceré y me gustaría que me hablaras de ella, odiaría ser una extraña en el hogar de mi querido esposo”
Cedric sonrió y escribió – mi isla, es la más hermosa de todas.