El jardín de los susurros Parte1

1758 Palabras
El silencio es más pesado que las palabras, pero a veces, hay silencios que duelen. Joana tenía tiempo sintiendo que algo no estaba bien con su hijo Mateo y los médicos le dieron la razón. Su pequeño de dos años que aún no decía una sola palabra era sordo. Nunca la escucharía y probablemente, jamás le respondería. Había formas de enfrentar esa realidad, con mucha paciencia, amor y confianza. Pero Diego, esposo de Joana, no tenía ni una sola de esas virtudes. Lo que él quería era un hijo que le ayudara en la granja y Mateo se caía todo el tiempo. Educarlo para ser un granjero se sentía como un desperdicio. - Estará bien – dijo Joana – tendremos más hijos, ¿cierto?, amor. - ¿Y si salen como el idiota? – reclamó su esposo. Joana apretó la tela de su falda – no pasará, le rezaremos a los espíritus, ellos nos ayudarán. Puros o corruptos, a Joana le daba igual en tanto respondieran a su llamado. Y un año después, para su gran felicidad, su hijo Ian nació, con todos los dedos de los pies, ojos muy abiertos y la capacidad de escuchar. La familia tuvo ocho hijos. Cinco varones y tres jovencitas. Diez años más tarde Ian caminaba por el pueblo mientras tiraba de una carreta, sus padres iban al frente, pero él, siendo el segundo hijo, debía cuidar a su hermano mayor Mateo. Era molesto y una carga desagradable. Desde los ocho años Ian tuvo que trabajar en la granja, sus manos aún eran muy pequeñas y no se le daba bien el trabajo duro, pero su padre dio la orden y al acostumbrarse a ese puesto, Ian se hizo una pregunta importante. ¿Por qué Mateo no trabajaba? Su hermano totalmente inútil pasaba el día comiendo y jugando mientras que él debía trabajar, era extremadamente molesto. Al dar vuelta en una esquina, Mateo se adelantó y tiró de la camisa de Ian. - Suéltame – dijo Ian – eres sordo, no ciego – le reclamó y lo empujó, sin importarle que su hermano no pudiera escucharlo – deja de molestarme. Mateo se quedó en el suelo unos minutos, miró alrededor y cuando quiso seguir a su familia, ellos ya no se veían. Estaba perdido. En la plaza corría una noticia importante, la torre de magia finalmente estaba construida y para celebrar que su reino se unía a los pueblos protegidos por la magia, un grupo de actores presentaban una obra en la plaza. Mateo se acercó muy lentamente para mirar las sombras proyectadas sobre una manta y sonrió al ver a los caballeros enfrentándose a los espíritus corruptos y levantando una torre muy alta. La obra fue hermosa, sin diálogos, contada a través de sombras que se movían por la manta gracias a figuras de papel. Mateo no quería irse. Pero conforme la noche avanzó, llegó el momento de volver a casa. Ese día, su familia no notó su ausencia, tampoco le apartaron comida, ya era demasiado pedir que lo alimentaran siendo que le era difícil trabajar. Lo sabía, pero no le importó, estaba muy feliz. Con catorce años y a falta de mano de obra, su padre lo llevó al huerto. Mateo leía los labios y entendía un poco de lo que le decían, pero era problemático, porque las personas a su alrededor no hacían pausas ni se molestaban en mirarlo directamente a la cara para que él pudiera leer sus palabras, por el contrario, hablaban sin detenerse. Mateo suspiró, tomó la pala y comenzó a hacer agujeros. Lo regañaban muy a menudo. - Corta todo – decía su padre, pero no especificaba qué debía cortar y dos horas después regresaba enojado - ¿qué hiciste?, te dije que cortaras la hierba mala, ¡maldita sea! Una de sus hermanas era paciente, ya que Mateo no podía escucharla, lo que hacía era mostrarle cómo se hacía. Con mucha calma amarró los árboles y fue por agua al pozo, después metió cada pequeño árbol dentro de la cubeta con agua y pasó al siguiente, varios minutos después regresó al comienzo, levantó el árbol para separarlo de la maceta y lo acomodó dentro de cada uno de los agujeros – es fácil – dijo, al ver a su hermano. Mateo asintió y repitió el proceso una y otra vez durante gran parte del día. Desde la casa, Joana lo miró. Su hijo era muy inteligente, comprendía lo que tenía que hacer y lo hacía, siempre que le mostraran antes, el problema era que tanto su esposo como la mayoría de sus hijos tenían poca paciencia para explicarle sin usar palabras. Suspiró. Los años siguieron pasando. Mónica, la única hermana de Mateo que le tenía paciencia se casó y dejó la granja para vivir con su esposo. Joana fue a buscar a Mateo, él estaba sentado junto al prado, miraba las hojas que caían y observaba sus sombras. Joana soltó un largo suspiro – Mónica debía ver por su futuro, no podía estar a tu lado todo el tiempo. Tú debes hacer lo mismo, aprender a valerte por ti mismo, no puedes andar por la vida esperando que el resto del mundo se ajuste a tu – hizo una pausa, no sabía qué palabra usar y después de un momento se dio cuenta; olvidó tocar el hombro de Mateo, él seguía mirando las hojas sin escuchar ni una sola de sus palabras. - No puedo – declaró Joana y se fue. De pronto, el viento sopló con fuerza y un gran número de hojas cayeron de los árboles, Mateo observó las sombras y encontró un patrón muy extraño que jamás había visto antes. Bajó la mirada y se sorprendió. Las hojas secas fueron movidas por el viento y formaron la figura de una persona con alas en la espalda que señalaba hacia la izquierda. Mateo siguió esa dirección y detrás suyo las hojas fueron empujadas por el viento y trazaron diferentes líneas y formas. Un día, un tigre dejó la montaña, su silueta formada por hojas lo empujó hacia el valle y se perdió entre los árboles sin sembrar que estaban apilados, entonces, un caballero, con el cuerpo de una rama y armadura de hojas, surgió de entre dos montículos de piedras para enfrentarse al tigre. Mateo sonrió, no hizo preguntas del porqué pasó eso, él miró las hojas y sonrió durante un largo tiempo. ***** A medida que el tiempo pasaba Joana notó que las gallinas atacaban a todos sus hijos, excepto a Mateo y que cuando era él quien peinaba a los caballos, estos se veían mucho más tranquilos y pacientes. También notó que el huerto se veía mejor y que los árboles que Mateo podaba retoñaban enseguida. Una tarde vio un árbol reducido a un simple tronco y a los dos días los retoños estaban regados por casi todo el árbol, si no enviaba a otro de sus hijos a podarlo, tendría ramas creciendo en todas direcciones. Y todo eso, solo pasaba con el mayor de sus hijos. Las dos hijas restantes se casaron y llegó el momento en que Ian debía elegir una esposa. Su prometida, Clara, era una joven de largo cabello castaño que trabajaba en la granja de su padre y estaba acostumbrada a los árboles, pero no a las gallinas ni a los caballos. En su primera visita, Clara evitó los establos y caminó hacia los árboles de manzanas, sintió que eran los más grandes que había visto en su vida y al sentir su sombra, fue como esconderse dentro de las cobijas de su cama. - Cálido – susurró. El viento sopló y empujó las hojas en una línea curva, Clara lo encontró muy irregular y siguió ese rastro hasta llegar a una parte de la granja en la que apenas se estaban trasplantando los árboles, ahí vio a un hombre con una pala y sonrió. - Hola, tú debes ser Ian – se apresuró y empujó las hojas que estaban acomodadas formando un árbol. Fue así como Mateo la notó y levantó la mirada hacia ella. - Mi nombre es Clara – sonrió ella – es un placer conocerte. Mateo no sabía que su hermano iba a comprometerse, o que el nombre de su prometida era Clara, por ende, no reaccionó demasiado y para su invitada, seleccionó una manzana y se la dio. - Gracias. Entonces, siguió con su trabajo. Clara sintió que su presencia no causó una buena impresión y acomodó su cabello de otra forma para volver a presentarse, pero en ese momento escuchó el ladrido de un perro y vio la carreta de sus padres – tengo que irme, te veré en la comida – sonrió y le dio una mordida a la manzana. Joana y Diego esperaron por la familia de su futura nuera para presentarla, al ser el matrimonio de su segundo hijo debían poner mucha atención y ambos se emocionaron al ver a Clara llegar con una manzana en las manos. Joana estaba muy complacida. La madre de Clara la sujetó de los hombros para presentarla - mi hija es muy dedicada, paciente y trabajadora, ha trabajado con nosotros en la granja desde que era muy pequeña, le resultará fácil adaptarse. Todo iba bien. Ian llegó tarde, fue al pueblo para vender y regresó cargando varios costales, Joana lo llamó para entrar a la casa y ahí conoció a su futura esposa. Era linda, nada memorable, pero si sus padres estaban de acuerdo, él no tenía problemas. En general, su reacción fue buena. Clara, por otro lado, miró a Ian y comprendió que había cometido un error, su prometido no sería el hombre que conoció bajo los árboles de manzana, sino…, ese hombre. Ian era brusco, tanto en su forma de hablar como de comportarse, también tenía manos duras y miraba de una forma que Clara encontró muy extraña y un tanto desagradable. Al final, no pudo quedarse con la duda, fue con la señora Joana y la interrogó – disculpe, en el campo vi a un hombre trabajando, pensé que era su hijo, era alto, de cabello oscuro, un poco largo, tenía un lunar en el cuello. - Mateo – dijo Joana deteniendo la descripción – es mi otro hijo, será tu cuñado después de la boda. Clara se sintió un poco decepcionada. Desde la cocina, Ian escuchó la conversación y esperó a que su madre se fuera, luego, se paró bajo el marco de la puerta y miró a Clara - ¿quieres conocer a mi hermano?
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