El silencio es más pesado que las palabras, pero a veces, hay silencios que duelen. Joana tenía tiempo sintiendo que algo no estaba bien con su hijo Mateo y los médicos le dieron la razón. Su pequeño de dos años que aún no decía una sola palabra era sordo. Nunca la escucharía y probablemente, jamás le respondería. Había formas de enfrentar esa realidad, con mucha paciencia, amor y confianza. Pero Diego, esposo de Joana, no tenía ni una sola de esas virtudes. Lo que él quería era un hijo que le ayudara en la granja y Mateo se caía todo el tiempo. Educarlo para ser un granjero se sentía como un desperdicio. - Estará bien – dijo Joana – tendremos más hijos, ¿cierto?, amor. - ¿Y si salen como el idiota? – reclamó su esposo. Joana apretó la tela de su falda – no pasará, le rezaremos a los