La caja dorada Parte2

1893 Palabras
El príncipe Jeffrey heredó las habilidades de sus padres con la espada, era inteligente y de acuerdo a sus maestros, muy maduro, pero seguía siendo un preadolescente. Vladimir cruzó los brazos – escuché que despediste a otro profesor. Jeffrey resopló – le hice algunas preguntas para medir su capacidad y no pasó la prueba. Beatriz sonrió – tengo un hijo tan exigente, deberíamos hacerte una prueba a ti y ver cuán preparado estás. – Lo estoy – declaró Jeffrey. – No importa que lo estés – dijo Vladimir – Esmeralda necesita un profesor que la entienda, no uno que la involucre en la política. Jeffrey se molestó – ¿por qué? – Porque es lo correcto, tiene doce años. Jeffrey frunció el ceño y de repente, su madre lo abrazó y le plantó un beso en la mejilla – ¡mamá! – Haremos un trato – dijo Beatriz – Esmeralda tiene doce años, pero no los tendrá para siempre, cuando sea más grande decidirá si quiere aprender sobre los espíritus corruptos, o sobre el tejido y entonces contrataremos un profesor adecuado. Hasta entonces tienes que dejar que tu hermana lea los libros que ella quiera leer y tenga los profesores que sean de su agrado. Cariño, no la estás protegiendo, te estás entrometiendo – enfatizó. Jeffrey quiso reclamar, pero rara vez sus padres estaban de acuerdo con algo y si eso sucedía, nadie los hacía cambiar de opinión. Esa noche se quedó hasta tarde en el área de entrenamiento y su cuidador, el caballero Frederick, se quedó dormido. Jeffrey suspiró – ¿es tan malo querer un maestro decente? Había muchas interrogantes en su vida, muchos misterios que no tenían explicación y que había notado desde que tenía ocho años. Pero nadie podía responderle. Después de un entrenamiento corto y de escuchar roncar a Frederick, dejó la espada y caminó a la biblioteca. Entre los miles de libros había un pequeño escondite donde siempre, sin excepción alguna, encontraba a un niño de su edad que un día se coló en la biblioteca y por miedo a ser capturado, se escondió. Jeffrey prometió que nadie se enteraría y que podría quedarse todo el tiempo que quisiera. Jeffrey lo llamaba: ratón. – Aquí otra vez. Ratón se levantó y bajó la cabeza – alteza. – Puedes relajarte – dijo Jeffrey y se sentó sobre el suelo – también estoy cansado. Ratón también se sentó – alteza, ¿quiere ver lo que encontré? Jeffrey tuvo un día largo, así que no dudó en responder – muéstrame. Ratón sonrió – el otro día me metí en la sección de aventura, ¿sabía que en toda la biblioteca no hay ni un solo libro sobre el héroe Casian? Jeffrey asintió – sí, ya me lo habías dicho. Fue un día de verano del año anterior, Ratón quería leer sobre Casian, Jeffrey le prometió conseguirle un libro y cuando preguntó, descubrió que su abuelo, el antiguo rey Roger De Lacorde, mandó a quemar todos los libros que hablaran sobre Casian. Lo extraño, es que todos recordaban que los libros fueron quemados, pero nadie sabía por qué. – Encontré un libro, tirado en el suelo mientras limpiaba. – Vaya, eres afortunado – sonrió Jeffrey – ahora podrás leer sobre él. Ratón se humedeció los labios – pero, alteza, lo raro no es que haya encontrado el libro, sino lo que contiene – su mirada se volvió traviesa – venga. Jeffrey se levantó y siguió a Ratón, su viejo amigo era mucho más pequeño que él y cabía entre los rincones más delgados, gracias a eso podía esconderse de los caballeros que custodiaban la biblioteca. Pero también debido a esa condición, Jeffrey tenía problemas para seguirlo. Tras pasar por debajo de una mesa, Ratón se detuvo frente a un librero y señaló el piso. Jeffrey se agachó y recogió un libro. – Ahí lo escondí, no quiero que lo quemen – explicó Ratón. – Ya te dije que eso no volverá a pasar – explicó Jeffrey, limpió el polvo de la portada del libro y al abrirlo, se encontró con un dibujo de su hermana. No. Esa no era su hermana, era imposible que lo fuera porque su hermana Esmeralda tenía doce y esa persona tenía por lo menos dieciséis, sin embargo, el parecido era increíble. – Alteza, ¿la conoce? – preguntó Ratón. Jeffrey reaccionó y regresó a la realidad para mirar a su amigo – no, no la conozco – mintió, para no mencionar el parecido con su hermana y guardó el libro – es mejor esconderlo, tienes razón, alguien podría intentar quemarlo para seguir las indicaciones del antiguo rey. Ratón asintió – gracias, alteza. El libro fue escondido entre la ropa de Jeffrey y esa noche lo revisó una vez más. El contenido era bastante básico, hablaba sobre el héroe Casian y sus muchas aventuras. Jeffrey había aprendido sobre ello en clases y gracias a los libros que tenían sus profesores, sin embargo, la parte extraña de ese libro era los dibujos en las hojas en blanco y todos coincidían con su hermana. Era muy inquietante. Su mejor teoría: una persona con habilidades artísticas observaba a su hermana y soñaba con su versión futura. Ese sentimiento fue llevado al extraño y se dedicó a dibujar a la princesa Esmeralda de la forma en que la veía siendo una mujer joven y no una niña. Jeffrey despertó con la frente cubierta de sudor, tomó el libro y corrió al comedor para ver a su padre. – Alteza – lo saludó el mayordomo antes de que él lo empujara e irrumpiera en la habitación de sus padres. A Beatriz la estaban peinando y al rey Vladimir le terminaban de ajustar el traje. Beatriz fue la primera en verlo – ¿hijo? – Necesito, un momento, es importante – habló entre gemidos, desde el momento en que se levantó corrió sin detenerse y no podía explicar su urgencia con palabras. Vladimir ordenó a los sirvientes que se marcharan y Beatriz pidió un vaso de agua mientras ayudaba a Jeffrey a sentarse. – ¿Qué ocurre?, dinos – pidió Beatriz. Jeffrey los miró y con un poco de miedo, habló – yo, encontré este libro en la biblioteca, estaba debajo de una estantería – lo abrió y mostró la primera página. Beatriz sintió una punzada en el pecho, pero su dolor no pudo compararse con el de Vladimir, cuya visión se volvió borrosa y al agacharse, escupió sangre. Beatriz gritó. Los guardias volvieron a entrar, trajeron a los médicos y pronto, el día se volvió agitado. La seguridad del rey era prioridad, todos recordaban la enfermedad que azotó al rey Roger y la forma en que se deterioró. Beatriz permaneció a su lado, la nana de la princesa Esmeralda la mantuvo en su habitación y el caballero César se quedó junto a Jeffrey. Mientras todos corrían y las noticias fluían, Jeffrey sintió que era su culpa. Fue él y ese dibujo quien provocó la herida de su padre. Después pensó en las acciones del antiguo rey Roger, el hombre que sin razón aparente mandó a quemar todos los libros relacionados con el héroe Casian. Quizá, no fue una acción sin sentido, sino una medida de prevención. Ratón estaba en su lugar de siempre, se levantó en cuanto escuchó ruido y al ver a Jeffrey, corrió – alteza, alteza. Jeffrey siguió caminando. – ¿Alteza? Jeffrey no se detuvo, siguió por el camino que Ratón le mostró el día anterior como si lo hubiera recorrido cientos de veces, pasó por debajo de una mesa y miró la sección cubierta de polvo donde el libro apareció. Ratón se agachó – vino…, para ver lo que encontré, ¿alteza? Jeffrey frunció el ceño – ¿qué encontraste? Ratón se agachó y extendió el brazo – está más al fondo, no pude alcanzarlo, pero no tiene la forma de un libro. Jeffrey también estiró el brazo y no pudo alcanzarlo, regresó para traer cualquier objetivo alargado que pudiera usar y escogió una lanza que estaba colgada en la pared. Con ella sacó el objeto que estaba hasta el fondo. Era una caja de madera con un grabado muy extraño en la parte de arriba y un sistema de apertura que no dependía de una cerradura, solo bastaba con descorrer los cerrojos externos y levantar la tapa. – ¿Cree que esté relacionada con el libro?, alteza – preguntó Ratón. – Podría ser – dijo Jeffrey y miró a Ratón – no puedes contarles a otras personas lo que viste, debes guardar el secreto. Ratón asintió. Jeffrey tomó la caja, la abrazó y regresó sobre sus pasos. – Alteza, ¿no va a abrirla? – No. Su respuesta fue precisa y honesta, Jeffrey no quería abrir la caja, tampoco quería volver a estudiar el libro, ambos objetos eran peligrosos y para mantener la paz dentro de su familia, nadie debía abrirlos. Esa tarde, mientras los doctores atendían al rey, el príncipe Jeffrey limpió su habitación, separó un gran baúl, lo vacío y puso dentro el libro y la caja dorada. Después cerró el baúl con un candado, lo cubrió con una manta, lo empujó hacia una de las paredes, colocó una mesa en ese mismo sitio con un mantel que llegaba hasta el suelo y puso sus zapatos al frente. Con un simple vistazo, no había forma de saber que en esa pared se escondía una pequeña caja de madera con los bordes dorados. El rey Vladimir se recuperó, la familia siguió como si nada hubiera pasado y con el paso de los años el corazón del príncipe Jeffrey se relajó. Porque su hermana, la princesa Esmeralda, creció de una forma muy diferente al dibujo en aquel libro, a tal punto, que con cada día que pasaba, Jeffrey se convencía de que eran personas distintas. Pronto, Jeffrey cumplió diecisiete años y su pequeña hermana Esmeralda tenía quince. – Un espíritu corrupto – explicó el mago Tobaldo, de la torre de magia – cumplió el deseo de un hombre, le dio fuerza, valor e inteligencia, pero también corrompió su corazón, la fuerza vino con los celos y la inteligencia vino acompañada de la arrogancia. Entre más fuerte e inteligente era, mayor era su menosprecio por el resto de las personas y una noche, tras ser derrotado en una pelea de cantina: asesinó a su mejor amigo y huyó – suspiró – esto pasó hace solo dos años. Espero haberlo dejado muy en claro, los espíritus corruptos son seres abominables dispuestos a lo que sea para destruir a la humanidad. Esmeralda prestó mucha atención, durante ese tiempo había aprendido bastante de los espíritus corruptos y por suerte, su hermano dejó de involucrarse en su educación y se preparaba para conocer a su prometida. La vida era tranquila. Una tarde, mientras estudiaba, Esmeralda dejó caer un libro por error, intentó tomarlo y vio una mano pequeña que también se estiró para alcanzar el libro. Detrás de uno de los estantes se escondía un niño pequeño que no podía tener más de ocho años, con el cabello muy oscuro y la ropa un poco sucia. – Hola – saludó Esmeralda – ¿tus padres trabajan en el palacio?, ¿cómo te llamas? El pequeño bajó la mirada – no tengo nombre, me metí a escondidas, pero mis amigos me llaman: Ratón.
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