En algún lugar de México, acababa de terminar una llamada de negocios, vestido con un elegante traje cuando recibió una solicitud de videollamada de la persona que había designado como supervisor en algún lugar de Inglaterra. El nombre en pantalla decía: Jason, así que, sin dudarlo, aceptó la llamada. Unos segundos después, la imagen apareció en un enorme televisor de 75 pulgadas al que había conectado su teléfono y Jason, quien mostraba una amplia sonrisa, lo saludó. —Hola, señor, ¿Cómo ha estado? —preguntó, evitando mirar directamente a la pantalla y fijando la vista en el suelo. —Agradable —respondió él con frialdad, luego agregó—: ¿Cómo va todo en el departamento de periodistas? ¿Finalmente fueron competentes y me consiguieron una buena historia? —Eh… sobre eso, señor… —el jefe de

