Félix
Miro el celular cuando regreso a mi oficina y veo que hay varias llamadas perdidas de Adeline. Hacia días que no sabía nada de ella. Devuelvo la llamada, pero ya no me responde. Algo me dice que ella debe estar en problemas, siento una opresión en mi pecho. Corro fuera de la oficina para ir a buscarla. Rastreo su celular.
Mi secretario está llamándome. Declino la llamada, pero sigue molestando.
—¿Qué sucede? —pregunto cuando atiendo la llamada.
—Tenemos un problema. Ha habido llamadas a la policía de que el Hatsu tenía un incendio.
—¿Qué? ¿De qué estás hablando? —mi discoteca era de lo más seguro.
—Las salidas han sido bloqueadas y nadie puede salir. Además de que había un número elevado de personas en el lugar más del que tenemos autoridad para tener.
Pienso en ese momento en Adeline ¿estará ahí? Espero que no. Pero me equivoco. La dirección que me marca el celular de Adeline, es del Hatsu, mi discoteca. Acelero, espérame Adeline.
Cuando llego al lugar, hay policías, bomberos y ambulancias. Hay cuerpos en el suelo, unos cubiertos con sábanas blancas y otros dándoles RCP. El corazón está latiéndome demasiado rápido, y la desesperación por encontrar a Adeline me llena. Intento pasar la cinta de precaución, pero varios oficiales me detienen.
—No puede estar aquí. Estamos intentando sacar a todos dentro de allí.
—¿Qué? ¿Hay más? —ella debe estar adentro aún.
—Si. Están atrapados, hay unos ochenta más dentro. No hay suficiente aire para todos.
—Tengo que entrar. Hay una persona ahí dentro que me espera. —pero el oficial no cede. Llamo a mi gente.
Las camionetas se estacionan en línea y los policías le miran. Todos se forman para escuchar mis órdenes.
—Quiero que saquen a todas esas personas de ahí. —Ordeno.
—¡Si, señor! —Grita mi gente.
—Ustedes no pueden pasar. ¡Hay demasiados ahí! ¡estorbaran! —Los policías intentan detenerlos, pero ellos son más fuertes.
Me acerco al oficial. —Soy el dueño de la discoteca y sacaré a todos de ahí, incluida a la persona que vine a buscar. —Respondo por ellos.
Mi gente se dispersó. Fueron a la salida de emergencia y derribaron la puerta, sacaron a personas que apenas podían mantenerse en pie. Otros escalaron hacia la azotea para sacarlos por arriba, y muchos derribaron las ventanas. Quedaba poco tiempo, así que el oxígeno que ellos tenían era muy poco para sobrevivir. Esperaba que Adeline lo hiciera. Ella no podía estar mucho tiempo en lugares tan llenos de personas.
Espérame, Adeline. Por favor, se fuerte.
Sacaron a 150 personas de mi discoteca. Contando con las que ya estaban afuera, eran unas 200 personas. Cuando el límite era de 100.
Había paramédicos dando RCP, a muchos. No eran suficientes. Busqué a Adeline, grité su nombre, pero nunca escuché una respuesta. Miré el rostro de cada mujer siendo atendida, pero aún no la encontraba. Esperaba que no estuviera aquí.
Entonces la vi.
Estaba tendida en el suelo, siendo atendida por un paramédico, dándole RCP. Me acerqué a ella, pero el sujeto me dijo que me apartara.
—Adeline, despierta. Por favor. No me dejes —esperaba que escuchara mis palabras. —Adeline, por favor. Regresa a mí.
Mi mundo se derrumbó cuando el paramédico se dio por vencido.
—Lo siento. —sacudió su cabeza. —Hora de la muerte. 02:30 am. Paro cardiaco.
—¿Qué? ¡No! ¡Ella está viva! Por favor. Siga intentándolo. —Supliqué.
—Lo he intentado. Pero no hay signos de vida. Lo siento. Necesito atender a más personas —se alejó de nosotros y me sentí como un miserable.
Me acerqué al cuerpo de Adeline. Zarandeé su cuerpo. —Adeline, despierta. Por favor. No puedes dejarme. —mis manos tocaron su rostro, sus ojos estaban cerrados. —No te perderé de esta forma. No dejaré que te vayas.
Puse mis manos en su pecho y comencé aplicar RCP. Las veces que fuera necesario para que volviera a mí, no iba a rendirme tan fácil.
—Por favor. Perdóname. Solo una vez más, perdona mis errores, amor. —Pero su cuerpo no reaccionaba. —Adeline, te amo.
Un, dos, tres, cuatro, cinco.
Respira, por favor.
—Vuelve, Adeline.
Pero fue inútil. No había ninguna reacción por su parte ¿de verdad me había dejado?
Uno, dos, tres, cuatro…
Cuando estaba dándome por vencido. Sus ojos se abrieron e intentó respirar. Me sentí aliviado de tenerla devuelta.
—Intenta respirar —la senté despacio. Y tragó bocanadas de aire. Su pecho se movía irregularmente por tratar de respirar adecuadamente.
—¡Ayuda aquí! —el paramédico volvió corriendo y la miro estupefacto.
—¿Cómo es posible? —pero le dije que se apurara en revisarla. Inmediatamente le dio ayuda.
—Respira. —le dije, ella estaba desorientada. Después la llevaron en una ambulancia.
Ella iba a vivir.
La trasladaron al hospital más cercano para revisar que todo estuviera bien, fui con ella.
**
Charlie había muerto de un paro cardíaco. Fueron 93 muertos, 107 heridos. Cuando Adeline supo la noticia, no podía imaginar su dolor. Nadie esperaba esto, nunca pensé que algo así pasaría en unas de mis discotecas. Tantas personas no pudieron reunirse, siempre mantenía a un vigilante para saber el número que debería haber dentro. Para que estas cosas no sucedieran. Además, se bloquearon las puertas de emergencia y provocaron un incendio. Esto no era casualidad. Alguien estaba intentando joderme y descubriría quién era.
Algo era seguro. El culpable de esto, iba a pagar muy caro. Casi pierdo a Adeline, y eso no se lo perdono a nadie.
Ella estaba deshecha, por la muerte de su amigo. Y yo estaba preocupado por lo que le pudo haber hecho este desastre a su cabeza. Sabía que tendría secuelas.
—Me iré. —Me dijo una noche en mi departamento. —Le he notificado a mi jefe. Me dijo que, si quería irme, estaba de acuerdo. De todas formas, iba a irme la próxima semana.
—¿Lo harás? —El miedo aflorando en mis palabras.
—Si. Lo que me pasó en ese lugar, y lo que sucedió a Charlie, no puedo seguir aquí.
Sus ojos tienen lágrimas no derramadas cuando le pegunto. —¿Me vas abandonar?
—Debo irme, Félix. No puedo seguir aquí. —Su voz se quiebra. —Lo siento, pero no puedo soportarlo.
—Adeline —comienzo. Pero ella me silencia.
—Sé lo que hiciste por mí, y te lo agradezco. Pero si sigo aquí, temo a que desaparezca. Este lugar me recordará la muerte de un amigo. Tengo que irme, no soporto más el sufrimiento.
Ella estaba huyendo. Ella solo quería apagar ese dolor que la seguía consumiendo.
Cerré los ojos y dije. —Lo sé. Entiendo. —Si para que ella viviera, tenía que dejarla ir. Lo haría. No podía obligarla a que se quedase conmigo a costa de su dolor.
Sus ojos con lágrimas me miraron. —¿Lo haces?
—Si, comprendo por el dolor que estas pasando. Y haber vivido una experiencia así, debió ser traumática. —Camino hasta ella y le tomo de las manos. ——No te preocupes por mí. Estaré bien. Iré a visitarte cuando las cosas mejoren aquí.
—Félix. —susurró. Sonreí.
—¿Cuándo te irás? —llevo mis manos a su rostro y le miro.
—Mañana. —demasiado pronto. La atraje a mi cuerpo en un abrazo.
—Todo estará bien, ya lo verás. —Beso su cabeza. —Cuidaré de ti, donde sea que estés. —era una promesa. No iba a dejarla.