Toco la puerta de la casa de Juan sin pensarlo. No solo toco, sino que la tiro abajo prácticamente. No me importa la hora, si está durmiendo o si está en el trabajo, pero necesito saber si lo que dijo Santiago es cierto. Abre la puerta con un gruñido y da media vuelta mientras se dirige a la cocina. Yo cierro con un portazo y lo sigo a paso rápido. Cuando me mira me doy cuenta de que mi jefe tenía razón, él está peor. Tiene la cara completamente inflamada, cortaduras en las cejas, los pómulos raspados y ni hablar de sus ojos, parecen huevos negros. Me sostengo de la mesada para no caerme. ¿De verdad Santiago fue capaz de hacer algo así? —Me mirás como si fuera un fantasma —expresa con voz ronca y en un murmullo—. Antes de que preguntes, no fue tu novio el que me hizo esto. Bueno, en