El diablo susurró en mi oído, ‘No eres lo suficientemente fuerte para resistir la tormenta ‘, hoy le susurré al diablo en el oído, ‘Yo soy la tormenta’…
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Mi respiración estaba agitada, mientras que los labios de Alexander recorrían mi cuello, me mordió con gentileza y yo gemí por aquél placer que recorría mi cuerpo, cuando estaba cerca de él, no podía razonar con claridad, caía ante él como una tonta y necesitaba más, y eso me asustaba.
Alguien golpeó la ventana del copiloto y Alexander gruñó, se alejó de mi y se sobó la boca, —Espera aquí, no salgas—ordenó, yo me recompuse, estábamos besuqueándonos dentro de su auto, era como una damisela en apuros, y Alexander siempre me rescataba, pero él no era un príncipe, no, él era la bestia que salía por las noches a buscar a su presa
