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1791 Words
Por la noche, tocan el timbre de casa. Voy a abrir y ¡sorpresa! Mis tres locas amigas están allí paradas, sonrientes y haciendo poses sexys sobre el marco de la puerta. Me río. —Pasen, no sé cómo descubrieron que estoy sola —expreso sonriendo—. Son brujas. Van entrando en fila india. Es gracioso que en mi grupo todas tenemos el pelo de distinto color. La primera que me saluda es Lila, su pelo es colorado y tiene unos ojos azules bien grandes. Pasa corriendo al baño en cuanto pisa la sala. La segunda es Eugenia, rubia de ojos negros; aparte tiene un cuerpo privilegiado. Por último, Jessica, la teñida de pelo rubio y puntas violetas. —¿Qué pasó, bebé? ¿Por qué nos necesitas tan con desesperación un lunes por la noche? —cuestiona esta última, sentándose en el sillón con las piernas cruzadas y sacando una bolsa de galletitas. Arqueo las cejas—. Ya sabés, tenemos como un sexto sentido telepático. —Cierto —replico. —Iré a preparar café —dice Eugenia entrando a la cocina. —Qué alivio —agrega Lila cerrando la puerta del baño y sentándose al lado de Jessica. Así son ellas, piensan que viven en mi casa y me usan todo. En fin, así y todo las amo. Me siento en una de las sillas, enfrente de ellas. —¡Espérenme! ¡No hablen sin mí! —grita Eugenia desde la cocina. Cinco minutos después vuelve con cuatro tazas de café. Las deja sobre la mesa y se sienta a mi lado. —Bueno, ya, te conozco. ¿Me vas a decir qué te pasa? —interroga tomando la bebida. Frunzo la boca en un gesto pensativo y resoplo. —Creo que lo encontré —replico. Arquea las cejas. —¿A quién? —A Esteban —contesto con obviedad. Se encoge de hombros. —¿Quién? —repite con cansancio. —¡El que me desvirgó! —exclamo a los gritos, provocando que me miren con diversión y sueltan un suspiro de sorpresa. Siento que me sonrojo y me tapo la cara con las manos—. Creo que estoy trabajando en su casa —agrego más bajo. —¿Cómo te diste cuenta? —cuestiona Lila con tono incrédulo—. No creo que sea él, Nina, no te hagas una película. —Es que usa el mismo perfume que ese chico. Y jamás lo encontré en la vida, además, siento que lo conozco de algún lado, pero como ahora está mayor no lo reconozco. ¡Estoy segura de que es él! —vuelvo a gritar—. Sus ojos me lo dicen. Me miran con asombro y luego estallan en carcajadas. —Definitivamente, no. ¿Qué tiene que ver el perfume? Quizás simplemente es casualidad, no es el único hombre en el mundo que usa perfume —opina Euge, y las otras le dan la razón. —¿Ustedes me entienden cuando les hablo? —interrogo con irritación—. En todos mis años de estudio, jamás lo encontré. Ni siquiera volví a sentir ese aroma, y de repente aparece este hombre, ¡que sí lo usa y tiene los mismísimos ojos verdes que aquel joven! —A ver, amiga, parecés una loca. Comprendo que quieras encontrarlo, pasaste un buen momento y tuviste una linda experiencia, además de que ese chico estaba muy lindo, pero de ahí a pensar que lo encontraste en el primer tipo que usa su mismo perfume… es raro —dice Jessica. —¿Raro en qué sentido? —interrogo cruzándome de brazos. —Creo que te hace falta conocer a otros hombres, es hora de que te olvides del pasado —comenta con seriedad. Yo suelto una risa estruendosa al verla de esa manera, pero ella y las otras acompañantes se mantienen con el semblante sin inmutar, entonces interrumpo mi risa y arqueo las cejas. —¿Es en serio lo que me estás diciendo? —cuestiono incrédula. Asiente mientras se termina su café—. ¡Ja, ni en sueños! Yo no necesito a un hombre… —Está bien, estamos en una era en la que la mujer es independiente y no necesita a nadie, pero de vez en cuando, Nina, una alegría… —murmura Eugenia y no puedo evitar poner los ojos en blanco. —¿Vamos a un bar? —propone Lila interrumpiendo la charla anterior. —¡Por favor! —exclamamos todas al mismo tiempo. En cuestión de minutos, entramos al auto de Jess y salimos para nuestro bar favorito. —¡Uno más, uno más! —gritan mis amigas mientras me rodean y me apoyan para que me tome el último shot de tequila. Tomo fuerzas y vierto todo el líquido en mi garganta, siento cómo me quema y mi mareo me hace sentir que estoy flotando. Dios mío, apenas es lunes y ya estoy borracha, todo por culpa de ese tal Esteban. —Ya está, ya está —digo arrastrando las palabras, sintiendo que ya estoy demasiado mareada, en cualquier momento vomito. —Qué flojita —expresa Lila. Ruedo los ojos y me sostengo de ella para volver al taburete ubicado en la barra. Nuestras otras dos amigas se quedan hablando con unos muchachos que, por cierto, están muy buenos, aunque en este momento no tengo cabeza para pensar en hombres. Miro hacia la mesada y me encuentro con una pila de folletos. Chasqueo la lengua y extiendo mi mano para tomar uno y ver de qué se trata, ya que me pica la curiosidad. Es una publicidad sobre una cantante llamada Rocío Gómez, que al parecer va a cantar justo dentro de media hora. Me sorprende que en este bar haya una especie de cena-show, pero al menos me voy a entretener con mi mejor amiga mientras las otras dos desaparecen con sus acompañantes. Como se me pasó un poco el mareo del tequila, decido pedir una cerveza. El barman me entrega la bebida con un guiño de ojo y mi amiga sube y baja las cejas de modo sugestivo, pero yo solo me río y niego con la cabeza. No pienso hacer nada con nadie, ni aunque esté más bueno que el mismísimo Esteban. Entre una charla distendida y muy poco interesante, el tiempo fue pasando. Lila lo es todo para mí, es la hermana que no tengo y que siempre quise, la única que me entiende, me aconseja y, aunque no le parezca lo que hago, me apoya en todas mis locuras. Poco a poco las luces del bar se van apagando y solo queda iluminada una guirnalda de luces redondas puestas sobre un escenario de madera viejo. Allí hay un micrófono y dos pequeñas sillas. Todas las miradas de los presentes se dirigen hacia allí en cuanto una mujer rubia, voluptuosa, de caderas anchas y cintura pequeña sube a las tablas. Esboza una sonrisa coqueta y el diamante blanco de su collar se pierde entre su pronunciado escote. El vestido rojo tiene una abertura en las piernas que le queda mortal y, debo admitir, que si yo fuera hombre, esa mujer sería un sueño. Lentamente se sienta en el taburete, y aparece un muchacho jovencito con una guitarra sobre su hombro, el cual se coloca en el asiento vacío al lado de la rubia. —Buenas noches, yo soy Rocío Gómez, agradezco tener un público muy hermoso y espero que disfruten mis canciones tanto como yo disfruto cantarlas —dice la chica con voz tan seductora como su físico. Esboza una sonrisa, mira a su compañero y le hace un gesto para que empiece a tocar. Me sorprende cómo en un segundo el ambiente se torna sensual, los hombres básicamente están babeando y la mayoría de las mujeres miramos absortas la velocidad con la que ese chico mueve los dedos para tocar la guitarra. Digo, es algo atrapante y a la vez excitante. Recorro el lugar con mi vista, buscando a mis amigas desaparecidas, pero no las encuentro por ningún lado. A cambio de eso, puedo notar una mirada que destaca sobre el resto. Son unos ojos profundos, penetrantes, que brillan ante la poca luz del recinto. Trago saliva, no puedo distinguir muy bien el rostro, pero sí que esos ojos son lo más precioso del mundo. Miro a Lila, que está coqueteando como loca con el barman, así que tomo impulso para pararme por mis propios medios, rezando internamente para no hacer ninguna tontería. Camino medio tambaleante entre el tumulto de gente y observo cómo ese hombre no para de mirarme, ahora llevándose un vaso de whisky a su boca. Se relame los labios y, sin apartar sus ojos de mí, esboza una sonrisa de lado medio traviesa. O bueno, como solo le puedo ver la mitad de la cara porque la otra está oscura, quizás tiene una sonrisa entera que no logro notar. Aún así, puedo reconocerlo, su cuerpo atrae al mío como un imán. De fondo, la cantante sigue con su canción, que hace que el momento sea más que perfecto. En la oscuridad te sentí, en tus labios me perdí Nunca me sentí tan mujer como cuando estoy junto a ti. Te necesito a mi lado, tenerte en mi cama Sacarte la ropa y besarte hasta el alma. ¿Hace calor o soy yo? Cada vez me cuesta más caminar entre las personas, pero los empujo y se van moviendo, aunque en el proceso me gano bastantes insultos. Finalmente, como si fuese hecho a propósito, el último grupo me empuja hasta ese cuerpo grande, fuerte, duro y caliente. No puedo evitar soltar un gemido ante el roce de sus manos en mi cintura desnuda a causa del top que me queda por el ombligo y deja mi piel expuesta. Sus dedos son tan suaves como imaginé. —¿Estás perdida? —interroga con tono seductor y ronco. No conozco esa voz, no podría identificarla con nadie, lo que me decepciona notablemente. —Creo que sí —contesto. Él suelta una risa muy masculina que me eriza la piel. —Yo no lo creo. Me parece que viniste directo hacia mí. Hago una mueca avergonzada y abro la boca para responder, pero antes inspiro para tomar fuerza y me quedo atónita al sentirlo. Ese aroma. No estaba confundida, es él. Estoy segurísima. Antes de que ese extraño pueda decir algo más, la canción termina y la cantante invita a su novio al escenario. El desconocido (o conocido) me da un leve empujón y va corriendo hasta Rocío. Me quedo sin aire, con la mente en blanco. Si ese es mi hombre y esa mujer es su novia… estoy metida en un grave problema. 
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