TRES

1182 Words
Bethany se quedó quieta. Había un tirador en el bosque, probablemente de cacería…No, no podía ser. Esa idea la deshecho con rapidez, "No es temporada de caza, no aún" , se dijo, obligándose a inclinarse y pegarse al tronco de un árbol para ocultarse. Sí había alguien afuera con un arma, no quería llamar su atención con un movimiento y ser su próximo objetivo. Con eso en mente, espero por mucho tiempo, pasó alrededor de media hora antes de que el silencio le indicara que todo estaba bien, que era prudente salir. Dio un paso tras otro con lentitud, hasta que lo único perceptible era el sonido de sus pasos al chocar contra la hierba y quebrar una que otra ramita en su camino. Guiada por el sonido de los coches, supo que iba en la dirección correcta. Pero un quejido la detuvo de nuevo. Era un chillido, una súplica, pero había dolor en ella. —Es el animal al que le dispararon— afirmó—. Sigue vivo. Pero Bethany no quería ir en su búsqueda, eran tan sensible que verlo agonizando la aterraría de por vida. Lo ignoró y siguió avanzando, pero una vez más, las suplicas regresaron, esta vez con más intensidad. Parecía que le dijesen: “no me dejes morir, por favor” —No me hagas esto…—pidió, pero era tarde, porque algo en su corazón sentimental la hizo dar la vuelta e ir en busca del animal. Estaba oscureciendo cada vez más, y si no se daba prisa, pronto se le haría imposible volver. Los chillidos no cesaron, no hasta que lo encontró. Una masa negruzca yacía sobre el riachuelo. Bethany se acercó con cautela, y el animal, movió la cola en señal de agradecimiento. Sus movimientos eran lentos y parecía que le costaba respirar, pues lo hacía con verdadera pesadez. —Hey…—dijo con dulzura—. Hola, amiguito. Bethany recibió en respuesta un gemido, el animal sufría. Despacio y con una sola mano, la chica busco tocarle lo que creía era su cabeza. Era enorme, bastante como para ser de un perro común. —Quizá eres un pastor alemán…—no sabía decirlo con certeza, puesto que la poca luz no ayudaba a distinguirlo con claridad. Una vez dejó de sentir temor, se dio cuenta que el pobre estaba helado. Sí se quedaba ahí, moriría congelado o tal vez, desangrado. Pensó en sus opciones, trató de levantarlo pero al hacerlo, el animal se quejó en agonía, y ella se dio cuenta que no podría llevarlo todo el camino. Meditó un poco y entonces lo decidió. —Espera aquí, amiguito. Voy a volver, te lo prometo. —anunció y salió corriendo en dirección a la carretera, la escuchaba, estaba más cerca en esa dirección. Mientras se alejaba, se esforzó por no dejar que el gemido del animal la detuviera. Al salir a la carretera, se orientó visualmente. Había pasado por ahí antes, así que supo que si iba a la izquierda, llegaría al auto. Corrió con todas sus fuerzas, llegando a su auto en solo seis minutos. Se sacó la llave de la cazadora, abrió y puso la marcha a fondo. Condujo como maniática y al llegar al lugar de donde salió antes, encendió las luces de precaución, se bajó del vehículo y abrió la cajuela para sacar una manta. Trazó entonces sus pasos de vuelta al riachuelo, encontró al animal, pero este ya no profería ningún sonido. — ¡Resiste, amiguito! ¡Resiste! —suplico y se tragó un par de lagrimillas. Bethany lo envolvió en la manta, hizo uso de todas sus fuerzas y lo cargó hasta el auto. Cuando lo dejó dentro de la cajuela, y aun jadeante, se forzó a dejar de respirar para concentrarse y notar si aún había vida en el animal. Se alivió en cuanto vio un débil movimiento que subía y bajaba. —¡Sí! —gritó y lo envolvió con la manta por completo, esperando así mantenerlo caliente. Cerró la cajuela y condujo de vuelta a Weston, la primera veterinaria estaba cerrada, y la segunda estaba del otro lado del pueblo. Se saltó dos señales de alto, pero no le importó, si la detenían, no afectaba en nada, porque de igual forma, ya la tachaban de criminal. Se estacionó en cuanto notó que las luces de “abierto”, seguían titilando. Bajó de un salto y en cuanto abrió la cajuela cayó de espaldas. Se tapó la boca y ahogó así un grito. Lo que estaba ante sus ojos no podía ser real. , se preguntó mientras luchaba para controlar el frenético temblor de su cuerpo, los dientes le castañeaban y no podía apartar la mirada de aquel cuerpo. No era el cuerpo de un perro, era el cuerpo de un hombre. Bethany se sobrepuso lo más que pudo, se levantó y se acercó a él temerosa. La pequeña manta apenas y cubría parte de su cuerpo. Con las rodillas doblabas y los brazos ocultos entre sus piernas, un hombre de cuerpo atlético y una melena oscura y enmarañada respiraba con dificultad dentro de la cajuela, misma que se veía pequeña con aquel extraño invitado dentro. La joven se talló los ojos, pero no, no era una visión lo que veía. Se pellizco el brazo, y comprobó que estaba más que despierta. Extendió una mano, levantó con cuidado su melena y tocó su frente. El joven ardía en fiebre. — ¿Dónde está el perro? —se preguntó, como si al hacerlo, este fuera a aparecer por arte de magia. Una tos la hizo retroceder asustada. Era él, cuyo cuerpo febril necesitaba de atención médica. — ¿Qué es lo que haré? —se preguntó y miró alrededor de la calle. Se había estacionado al costado de la veterinaria, donde no había nada ni nadie a su alrededor. Pensó en llamar a su hermana, descartó la idea, entonces pensó en la policía, pero ¿qué les iba a decir? ¿Qué había encontrado un perro que se convirtió en un hombre? Agotada y sin ninguna otra idea mejor, supo que no podía hacer más que dejar el cuerpo en algún lugar y que otro se hiciera cargo. Decidida, se dispuso a cerrar la cajuela, sin embargo, y de manera abrupta, el hombre se incorporó. Bethany casi grita por ayuda, pero él la tomó de un brazo y clavó su mirada en ella. Sus ojos eran de un color esmeralda que la pasmaron. Entonces susurró— Ayúdame. Y de inmediato volvió a desplomarse, cayendo contra el cuerpo de Bethany, quién lo sostuvo entre sus brazos. La voz de Lluvia resonó en su cabeza como un eco muy lejano. Y como un impulso, similar al que sientes en una tienda cuando deseas tomar algo y llevártelo sin pagar, Bethany supo que estaba justo en ese momento. Reacomodó al chico en la cajuela, intentó cubrirlo con la manta y cerró. Subió a su auto y pegó ambas manos al volante, entonces encendió el motor y salió de ahí. Al final, Bethany había elegido llevárselo sin pagar.
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