La luces de los faroles que iluminaban la calle parecían pestañear, a Bethany le parecía que era ojos que la juzgaban; “vas a robarte a ese hombre desnudo y sensual”, pensaba que le susurraban al oído. Ya no tenía miedo pues ahora no sentía extraño que el hombre en su cajuela hubiera pasado de…lo que sea fuese lo que había en el bosque, perro, lince, lobo…le daba igual, puesto que las palabras “ayúdame”, eran más fuertes que todo eso, incluso más fuertes que sus propias manos aferradas a la dirección del vehículo.
— ¿A dónde iré ahora? —se preguntaba una y otra vez.
Las calles eran oscuras y cada vez se iba alejando más del centro de Weston.
Al tener que detenerse frente a un alto, quitó las manos del volante y las apoyo contra su cabeza. Inhaló y exhaló varias veces hasta que por fin tuvo la fuerza para mirar a través del retrovisor y comprobarlo una vez. Desde donde estaba se podía ver una leve figura que se movía de arriba abajo. Era la respiración pausada y profunda del muchacho, que si bien se notaba el esfuerzo que su cuerpo hacía, significaba que seguía con vida.
—Piensa, Bethany, piensa…—se dijo en cuanto la luz del semáforo le volvió a dar el paso y entonces lo supo, un viejo recuerdo alumbro su vente avispada y nublada—. La casa de descanso del tío.
Sí, el mismo tío que ahora estaba tras las rejas, sin posibilidades de salir fuera en muchos, muchos años…
A las afueras de Weston, entre los limites más alejados el tío Becker había comprado una pequeña casa de retiro, así lo llamaba él. Un lugar a donde iría cuando hubiera trabajado lo suficiente y ahorrado tanto dinero como pudiera para no tener que preocuparse.
— ¿Cómo pudo ser posible? —soltó con rabia sin siquiera pensarlo, pues aún se preguntaba las razones del tío para cometer aquel brutal acto que condenó a todos los Greyson, aún le parecía increíble que en el juicio, el tío Becker simplemente se levantara y dijera “soy culpable”, esa sola frase fueron sus únicas palabras, no dedico nada más a su familia, ni siquiera una mirada a la abuela, que se desvaneció en cuanto el tío cruzo la sala acompañado de los guardias que lo escoltaron.
Cuando Bethany dejo atrás la carretera asfaltada, se internó en un pequeño sendero, su coche dio tumbos, y con temor se fijó si su pequeño ocupante en la cajuela estaba cómodo, no se movía más que para respirar, eso era bueno.
10 minutos después de seguir recto, llegó a la casita. Una pequeña propiedad de un solo piso, por la oscuridad no se podía apreciar su delicado color naranja. La chica se bajó y corrió a la cajuela, la abrió de un golpe y con miedo, se aseguró de que sus ojos siguiera siendo testigos de lo que había frente a ella: Un masculino de posiblemente más de metro ochenta, fornido, bañado en sudor y con la melena más enredada que jamás haya visto.
—Ho-hola —le dijo de modo suave para despertarlo—. Hola —llamo un poco más alto y se aventuró a tocarle el hombro, estaba hirviendo, como su taza de té recién servida.
—Umm—le pareció que dijo él en respuesta—. ¿Dón…Dónde estamos? —logró articular después de abrir los labios, aunque sus ojos lucharon por abrirse fue en vano.
—Es casa de mi tío.
—No —grito él y se incorporó—, personas no.
— ¡Tranquilo! —exclamó Bethany y con ambas manos lo volvió a sentar sobre la cajuela. El hombre habría tratado de ponerse en pie y salir de ahí—. No hay nadie aquí —le aseguro.
Sus ojos se abrieron solo un poco, en ellos no pudo ver más que confusión. Un leve asentimiento por su parte le dio a entender que lo aceptaba y accedía a lo que ella hiciese con él. En este caso, llevarlo dentro de la casa para ponerlo en una cama, la única cama que había ahí.
En cuando Bethany le paso los brazos por los hombros, él la ayudo para llevar su peso y ponerse en pie. En cuando lo hizo, su cabeza se ladeó y reposo sobre los hombros de la chica, sin embargo, no fue lo único que se tambaleo y cayó, la pequeña manta que cubría su cuerpo se deslizo libre. Dejando totalmente expuesto su cuerpo ardiendo en fiebre.
Un calor recorrió su cara, sentía la necesidad de mirar, pero la contuvo. Sin embargo, en cuanto ambos comenzaron a caminar guiados por los frágiles y dubitativos pasos de Bethany, algo carnoso, caliente y largo rozo con sus piernas.
> pensó ella, pues no se trataba de otra cosa más que del viril m*****o de él.
Se puso rígido y fijo la mirada el frente, un descuido, una muestra de debilidad y la imagen de lo que gigantesco que era aquella cosa, jamás se le borraría de la mente. Con gran voluntad, llego a la entrada de la casa, subió los 4 escalones con lentitud para no agitar al chico y lo obligo a descansar su espalda sobre el costado de la entrada mientras buscaba la llave bajo una maceta con plantas muertas y abría. Lo llevó hasta la única habitación y lo dejo sobre la cama, ni siquiera tuvo tiempo de despolvarla porque de inmediato, él se aovillo y comenzó a tiritar. Bethany busco las sabanas y cobijas en el viejo ropero, desdoblo una de ellas y en cuanto se dio la vuelta, se quedó boquiabierta ante lo que tenía enfrente.
—Es un durazno —exclamo.
El trasero que estaba bien visible, le pareció la cosa más bonita que había visto, era como el de los comerciales de lociones para broncearse, o bien como el de los de ropa interior de varón. Redondo, brillante y liso. Instintivamente se llevó una mano a su propio trasero. Bethany tenía caderas anchas, pero no sentía que fuera algo de lo que sentirse orgullosa, pues Oliver le recordaba con
stantemente que estaba pasada de peso.
—Deja de pensar en eso —se reprendió en cuanto recordó a Oliver.
Con más diligencia, y casi con el amor de una enfermera primeriza, Bethany cobijo al chico dos mantas ligeras, buscó en el botiquín de primero auxilios de la casa y regreso con un cubo de agua helada y gazas. El agua ahí era por naturaleza helada, y las tuberías congeladas de noviembre eran perfectas para mantenerlas como cubos de hielo. Dejo remojar unas gazas y se dedicó a aplicarlas en la frente de él, como respuesta el suspiraba con dolor, aunque el temblor iba cesando de a poco. Entonces notó un extraño color rojizo en el costado izquierdo del chico, levantó las mantas y descubrió que en su pierna, había extraña mancha, la toco con los dedos y cuando la examinó a la luz, se dio cuenta que era sangre.
—El disparo —dijo y se apresuró a tratar la herida como Dios le dio a entender, puesto que dotes de enfermera no tenía, aunque sí contaba con la actitud, pero…algo con lo que no contaba Bethany, era que la herida se estaba cerrando—. Esto no puede ser —exclamo antes de poner más atención y comprobar, que increíblemente, la herida del muchacho se cerraba de a poco, la sangre dejaba de brotar y unos leves bordes rosados comenzaban a brotar como piel nueva.
En cuanto levantó la mirada, se topó con un torso desnudo y unos terribles ojos esmeraldas que no le quitaban la mirada de encima.
—No…—el muchacho comenzó a hablar con voz calmada—…Te…Asustes.
Pero fue muy tarde para cuando Bethany soltó un grito aterrada antes de que una sola mano fuerte le cubriera los labios en gesto tranquilo.
—No te haré daño —dijo, pero por el contrario, parecía que él le haría muchas otras cosas.