CINCO

1765 Words
El aire en los pulmones de Bethany comenzó a hacerle falta. Un leve temblor recorrió su cuerpo y el movimiento provocó que el chico dejará de cubrirle los labios. Entonces la miro de nuevo con esos ojos vibrantes y llamativos. —¿Volverás a gritar? —preguntó. Ella negó con la cabeza una vez, y así, de manera suave, él retiró su mano, permitiéndole volver a respirar con normalidad. Inhaló y exhaló varias veces hasta que se hubo calmado. Poco a poco, Bethany se dejó caer sobre la silla que había colocado a lado de la cama, se restregó las rodillas con las manos y trato de decir algo, sin embargo, las palabras no salieron. Al ver que la joven no decía o hacía nada más que ponerse nerviosa, el muchacho decidió entablar una conversación, al final de cuentas, ella lo había salvado de morir congelado, el disparo no le preocupaba tanto, la bala entró y salió, y por fortuna no tocó ningún órgano, entonces agradeció en silencio que el viejo granjero no tuviera la misma visión y precisión que en sus mejores años. —¿Dónde estamos? —quiso saber. —A —fue lo único que respondió. Arqueando las cejas e incorporándose un poco más en la cama, volvió a hacerle la misma pregunta, pero esta vez, notaba su cuerpo rígido y pesado. Estaba sanando sí, pero no tenía las fuerzas suficientes para volver a su hogar… "¿Hogar?"> pensó "Sí tan solo tuviera uno" —¿Eres un perro? —fue lo que le soltó de pronto. Antes la idea, una carcajada fuerte se le escapo y al hacerlo, notó un leve dolor en el estómago. En su cabeza, la idea de ser un perro le causo gracia, sin embargo, a Bethany le ocurrían dos cosas diferentes, experimentaba curiosidad y asombro, el primero por lo evidente, cuando ella lo encontró era un perro gigante, y lo segundo, su manera de reírse era tan atractiva que olvidó por completo con quien o que estaba. —No soy un perro. Lamento decepcionarte, linda. —¿Linda? —la pregunta la avergonzó, pero a él no, porque ella no lo había dicho como si estuviera ofendida ante su forma desvergonzada de hablar, sino más bien, porque sonaba a que ella no lo consideraba así. —¿No lo eres? —inquirió. —No. —Ni siquiera lo dudas. —No —repitió intentando sonar enfadada, pues de ese modo se negaba así misma que sentía atracción por el solo hecho de discutir con ese extraño de cuerpo perfecto. —¿Quién fue? —quiso saber él mientras esbozaba una sonrisa picará. —¿Quién fue qué? —respondió y se cruzo de brazos, apoyando la espalda contra el respaldo de la pequeña silla de madera. Un gesto que no pasó desapercibido para él, que lo interpretó como confianza. —El que te hizo tanto daño como para no aceptar lo obvio. Bethany dejo escapar una sonrisa tímida, pero no pudo ocultar el ligero rubor. "Cree que soy bonita"> se dijo y lucho para aplacar ese molesto golpe de sangre que se le iba a las mejillas. Eso por otro lado, a él le pareció agradable. ¿Cuándo hacía que no hablaba con una chica? ¿Meses? ¿Un año? Ya no lo recordaba. —No creo…—afirmo ella—, que tu definición de bonita sea como la mía. Y con gran sorpresa se dio cuenta de que él la observaba de pies a cabeza, prestando atención en sus piernas, ojos, cabello…Todo, el observaba todo. Chasqueó la lengua y se paso las manos por el pelo, de ese modo lo apartó de su rostro. —Tienes razón —dijo y Bethany sintió la decepción entrar en su cuerpo con tristeza—. Creo que mi definición es la correcta. —¿Qué? —Tienes un cuerpo atractivo, ojos negros brillantes, tu cabello es del color del azabache y tus labios se ven tersos como las frambuesas —"Ya no sigas, ya no">, rogó ella para sus adentros, pero no era como si el la escuchara, porque siguió hablando— , tienes la nariz más pequeña y preciosa que haya visto… Y por cierto, hueles a duraznos. A mi me gusta el durazno —dijo lo ultimo con más intenciones ocultas de las que podríamos imaginar. La chica carraspeó varias veces mientras se tapaba la cara con la mano, intentando disimular la gran sonrisa que se le formaba en el rostro. Nunca nadie le había dicho tales cosas, mucho menos la había descrito de forma tan sutil pero linda. —¿Qué eres? —preguntó para usarlo como escudo. Él se deleito un momento ante la reacción de la chica. No había perdido el toque, o eso sentía él, pero habiendo hablado con solo tres chicas a lo largo de toda su vida, no podía catalogársele como un perfecto casanova. Cuando se sintió satisfecho, pensó en darle una respuesta. —No humano, no del todo. —¡Aja! —celebró ella. Pues sus sospechas más fuertes la llevaban por ese camino en particular. —Soy un hombre caballo —tajó el. El rostro de Bethany se desmoronó. —¿Estás jugando conmigo? —No lo sé, ¿quieres jugar? "tonto">, casi se lo dice, pero había algo en la forma de hablar de él que no le hacía pensar que fuera un libidinoso, al menos no por completo. —¿Eres un playboy? —¿Play…boy? —preguntó. Ella asintió y le dedico una mirada furibunda—, ¿qué es eso? Bethany casi se carcajeó. —Por favor, ¿cómo no vas a saber? —pero el rostro de su chico caballo permaneció imperturbable—, ¿de verdad no lo sabes? Bethany le clavó los ojos de manera incrédula, ante esto, él se giró para no mirarla directamente y no tener que afrontar los hechos. Él de verdad no lo sabía. —¡¿En serio no lo sabes!? —exclamó y se puso en pie de golpe, buscándole la mirada, no importándole el hecho de subirse a la cama y quedar tan cerca de él. —¿Qué eres? Por favor dime. La suplica en la voz de la chica, su cercanía y el delicioso olor a duraznos que emanaba de ella, pudieron más que todo; que sus ganas de ocultar que era una especie de salvaje que solo sabía cosas muy básicas como hablar y buscar comida. —Sí sales corriendo…—quiso dejar en claro aquello—, ¿al menos podría quedarme aquí un tiempo? La pregunta asaltó a Bethany con más cuestionamiento: ¿Para que querría eso? ¿No tiene una casa? ¿Dónde está su familia? ¿La tiene? —Sí…—aceptó al final. —¿No vendrás aquí con armas para sacarme o matarme? —esa pregunta la descolocó aún más. —No…Lo prometo. > se preguntó, aunque de inmediato recordó que esa palabra se usaban para hacer algo duradero, a veces lo hacía parecer eterno. —Un lobo —admitió. —¿Cómo? —la confusión en su rostro se reflejó en cuanto se alejó de él. —Sí. Eso. —Un- Un… ¿Un hombre lobo? —las películas aterradoras que solía ver en casa, los disfraces mal hechos de Halloween, las figuras de los museos del terror y leyendas de horro se agolparon en su cabeza. —Sí. —No es cierto…—negó ella y se alejó por completo de él con una sonrisa nerviosa que denotaba cierta incredulidad. —Es cierto —su voz se tornó sería. —Entonces…—extendió las manos como una invitación—. Demuéstralo. Él se lo pensó, había tomado la decisión de mostrarlo a nadie por su propia seguridad, la última vez que trato de hacerlo, la chica salió despavorida, para volver después con hombres armados que casi lo mataban. Fue un caos total, pero era un niño, eso le dio cierta compasión al cazador que casi lo atrapa, dándole tiempo para huir. "Ella no parece ser así, huele...diferente">, se dijo internamente. —No puedo —decidió responder. —Entonces te vas de aquí, porque parece que ya puedes caminar —Bethany dijo aquellas palabras con la intención de orillarlo a probar su afirmación, porque sabía que su corazón de pollo no le permitiría dejarlo en la calle, al menos no como lo encontró. El rostro del muchacho se contrajo, señal de que se sentía acorralado. —No sé si pueda volver otra vez a esta forma si lo hago ahora, es difícil en este estado—Bethany no cedió y esperó con los brazos cruzados—. Bien —se quejó. Observó entonces como él se encorvaba hacía el frente. Un humo extraño comenzó a brotar de su cuerpo, el se puso rojo del esfuerzo y de pronto, una luz brillante iluminó la habitación, la luz era un destello negruzco con trazas azuladas. Y de pronto, ahí estaba, en la cama ya no se veía el cuerpo deseable de él. En su lugar había una enorme criatura de pelaje n***o como la noche. La pobre se tambaleó, se pegó a la pared de madera y observó al lobo gigantesco. El único atisbo del chico era sus ojos, que seguían siendo las mismas esmeraldas que hace unos segundos. —Te lo dije —gruñó él. Pero no era algo que ella pudiera entender. Pues solo eran gañidos, sonidos típicos de un gran can. —No…Corras— pidió él, pero aquello solo asustó a Bethany, que se pegó más a la pared, su respiración se agitó y el color en su rostro se iba de forma apresurada. Él supo entonces que debía volver, no le gustaba mucho estar así, pues se sentía más expuesto, sin embargo, lo haría, para demostrarle que no iba a lastimarla. Y con sus cuatro patas sobre la cama, luchó para volver, le dolí, no tanto como cuando lo hizo en la cajuela del auto donde lo transportaron, pero lo hizo. Y de pie, justo como Dios lo había traído al mundo apareció de nuevo. Bethany lo miró, pero no pudo evitar que sus ojos recayeran en aquella gran masa de carne que le colgaba en la entrepierna. "es una bestia", pensó, aunque ni ella supo a lo que se refería con ello. ¿Era a él? ¿Era a su gran amigo? Una sonrisa se le escapó en cuanto la vista se le nubló, la habitación giró y lo próximo que vio fue el piso precipitarse contra su cara.
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