—¿Te encuentras bien? —fueron las primeras palabras que Bethany escuchó. Sentía que su cabeza le palpitaba y un leve ardor le punzaba en la mejilla derecha. Sus ojos comenzaron a dejar de percibir las manchas negruzcas que le impedían ver, aunque tuviera los ojos bien abiertos. Y poco a poco, el rostro que la miraba con ligera preocupación comenzó ser visible por completo, un rostro varonil, mandíbula marcada, cejas gruesas, labios finos pero carnosos y esos ojos tan encantadores. Antes de que ella pudiera responder “sí” con un tono pastoso, se dio cuenta de que estaba rodeada de dos poderosos brazos que la sostenían como si fuera una muñeca de cristal, porque lo hacían con delicadeza, con miedo a romperla o lastimarla. “Es un encanto” pensó y se apresuro a alejarse de él, moviendo los b