—Niñas, ¿pueden hacerme un favor? —su padre les pidió después de la cena. El reloj en la pared de la cocina marcaba las diecisiete horas con veinte y dos minutos. Bethany y Lluvia se miraron entre ellas antes de devolver la mirada a su padre, el hombre ya llevaba una visible calva que le dejaba ver unas entradas en forma de “v” bien marcadas en la cabeza. Sus ojos se veían cansados y las gafas que llevaba no hacían otra cosa que avejentarlo, desde lo del tío, parecía que todos en la casa habían perdido o ganado, tres o cuatro años más.
— ¿Qué ocurre, papá? —preguntó la mayor.
— Podrían ir a ver a la abuela.
Su voz sonaba triste, seguramente era porque la pobre anciana no deseaba ver a nadie. Becker, su hijo menor estaba en prisión a causa de un asesinato, la tía Emma había muerto hacía
