Miro el tráfico de Nueva Orleans mientras Morris conduce hasta la reunión que tendré con mis Sheriffs.
Después del ataque hace dos días, ordené que reforzaran todos los clubs y casinos clandestinos que poseo en Bourbon Street. La misma orden fue para mis activos situados en el resto de Nueva Orleans y diferentes partes del país. Sé que el ruso y el mexicano quieren mi cabeza. Yo no estoy dispuesta a dárselas tan fácilmente. Al contrario, cuando ellos menos lo esperen, tendré las suyas en una bandeja de plata.
Soy una Yizmal y eso me basta.
Flashback.
—Yizmal significa Valiente —responde a mi pregunta Ciaran cuando estamos cenando.
Hace una semana que estaba viviendo en su casa. El hombre me halaga con obsequios, atenciones y su mirada me recorre con deseo cada vez que me ve y yo no puedo negar el magnetismo que me produce su presencia. Ciaran despertaba una parte salvaje en mí, que algunas veces me aterraba y otras me hacían querer ir por lo que quería.
—¿Aurelia? —parpadeó al darme cuenta de que no estoy prestando atención.
—Lo siento, ¿qué decías? — inquiero en voz baja.
—Decía, ¿qué si quieres ser mi postre? —Espeta burlándose de mí.
Este hombre me tiene en un constante estado de excitación, pero dejo claro que quiere que yo tome la iniciativa; sin embargo, no sé cuánto tiempo él podrá esperar a que cumpla con su demanda.
Y siendo honesta conmigo misma, también estoy cansada de este juego. Tomo un sorbo de la copa de vino sin perder mi sonrisa.
—Me encantaría ser tu postre, Ciaran—murmuro dejando a un lado la copa y pasando mi lengua sugestivamente por labios pintados de color rojo. Mi vestido blanco, corte griego, no deja nada a la imaginación con el escote en V profundo.
—Ven, acércate— demanda desde su silla.
Reúno todas mis fuerzas y apelando a mi sensualidad, me levanto de la silla y camino hasta la otra punta de la mesa donde Ciaran está sentado mientras me come con la mirada.
Cuando llego hasta él, me inclino.
—Si tanto deseas tu postre, ¿por qué no lo tomas? —susurro a pocos centímetros de su boca. Entonces, su mano va a mi nuca y me besa.
El beso es hambriento y, en un parpadear de ojos, estoy a horcajadas sobre él, al tiempo que su mano viaja por mis piernas y cuando llega a entrepierna suelta un gemido ronco y visceral.
—¿Estuviste toda la cena sin nada debajo de este vestido? —asiento con los ojos cerrados mientras me dejo llevar por las caricias de sus dedos.
Sus dientes mordisquean mi cuello y cuando mete un pezón en su boca a través de la fina tela de satén. Jadeo y me muevo en busca de fricción.
Esto es lo que queremos. No más juegos ni burlas. Solo dos personas que sienten atracción, y Ciaran tiene un magnetismo que me empuja hacia él. No sé si es seguridad o su oscuridad lo que me hace desearle.
Tomo su rostro entre mis manos y devoro sus labios con la misma pasión que él me devora a mí.
Fin de Flashback.
—Ya estamos —parpadeó ante la voz de Morris que me saca de mi recuerdo.
Miro al frente y sonrío con suavidad.
—Gracia por conducir, Morris.
—No es nada —se encoge de hombros y me mira a través del espejo retrovisor. —Ya tengo elegido a tu nuevo escolta y conductor —asiento.
Bajo del auto, acomodo mi vestido rojo largo de escote en V y entro a la casa de reuniones donde ya me esperan. Ciaran era un hombre inteligente y tenía una habilidad para hacer negocios. Él logró mantener lo que sus predecesores hicieron, y es ser de los pocos que se dedican a este negocio y tienen operaciones delictivas en algunos estados más. Ciaran ha mantenido los territorios fuera de NOLA y esa es una de las tareas que debo mantener.
No está en mí perder parte de esos territorios.
Avanzo por la mansión y, como es de esperar, mis cuatro sheriffs me esperan ansiosos. Cada uno está a cargo de mis negocios en Chicago, Florida, Texas y Nueva Orleans. Aunque vivo en Nueva Orleans, tengo un sheriff que se encarga de lidiar con todos los pequeños distribuidores a nuestra disposición, al igual que el negocio de las armas.
Miro alrededor de la mesa, posando mi mirada en cada uno de mis Sheriffs, y veo cómo se mueven incómodos. Dos ya han estado aquí hace unos días cuando "despedí" a Brian.
—Bien. Como sabrán, tenemos un problema en puerta con el ruso —comienzo cuando tomo asiento presidiendo la mesa de reunión.
—Nuestros hombres están reforzando las rutas y los almacenes donde guardamos la mercancía.
Esto viene de Alex. Mi Sheriff de Chicago. El hombre tiene unos cincuenta años y es de la vieja escuela. Viste siempre con traje de tres piezas a medida. Sus ojos azules son fríos y su cabello rubio está cortado al estilo militar.
—¿Cannon? —digo al nuevo Sheriff, que se remueve nervioso en su silla.
El hombre se ha deshecho de Brian sin problemas y ahora ocupa su lugar.
—El paso está resguardado —comenta antes de aclararse la garganta. —Hemos visto actividad de algunos del cartel mexicano, pero no han tenido las bolas de enfrentarnos.
—Bien. Veo que al fin alguien puede hacer bien su trabajo.
—Aurelia —Damián, mi Sheriff de Florida, interviene—. Me gustaría saber qué piensas de lo que hablamos.
Lo fulmino con la mirada y me reclino en la silla que presido.
—La respuesta sigue siendo no.
—Pero es un buen negocio. Podría traernos más ganancias y rápido. —Revira y es claro que no le gusta mi respuesta tajante.
Lo miro de manera inquisitiva.
—Recuerdo que en su momento se lo ofreciste a Ciaran y también recuerdo que él fue muy claro y dijo que no.
—La trata podría dejarnos...
—Podría —lo interrumpo. —Podría mi querido Damián dejarte un disparo en medio de tus cejas. — Lo corto en tono frío. —Te dije que no y nunca me vas a convencer —lo miró fijamente—. Si descubro que estás metido en eso sin mi permiso, ten por seguro que no seré condescendiente contigo y tampoco contigo —señaló a Cannon.
—Yo no haría eso sin su permiso— comenta en tono bajo.
—Tienes el punto perfecto para ese tipo de negocio estando en la frontera. Un consejo gratis. No te hagas matar por alguien que no meterá las manos al fuego por ti —concluyo.
Este no responde.
Hombre sabio.
Dirijo la mirada a mi Sheriff de Nueva Orleans. David. Un afroamericano con rastas, que viste un traje, pero este no lleva corbata, dándole así un aire menos elegante que el de Alex.
—Toda la mercancía para el Mardi Gras ya está en proceso. —Asiento
—Bien. Al parecer todo va en orden. Dentro de una semana enviaremos el cargamento que el turco nos compró —miro alrededor de la mesa. —No hace falta que les diga que todo tiene que salir a pedir de boca y, por el bien de todos, no me hagan desaparecer a otro Sheriff. —David es el único que se ríe entre dientes y me pongo de pie. —Los informes pueden dárselos a Morris. Ya saben qué hacer—. La reunión mensual también es para que cada uno de mis Sheriffs me entreguen informes de todos los movimientos de la organización en las zonas bajo su responsabilidad. Camino hasta la salida antes de detenerme y mirarlos a todos con atención. —Los veo esta noche en el club para seguir con los asuntos pendientes.
Es una tradición que sigo haciendo. Ciaran llevaba a sus Sheriffs a disfrutar la primera noche que se reunían. Así fue que lo conocí. Mientras bailaba en el tubo de pole dance, él estaba tomando algo con sus Sheriffs. De los cuales solo quedan Alex y Damián.
Morris me alcanza en el pasillo con un maletín donde están los informes.
—Aguarda un momento— me detiene en el vestíbulo de la casa. Abre la puerta, hace una seña y veo cómo entran ocho hombres. Sin embargo, es el último en entrar el que tiene mi atención.
Irlandés.
¿Qué demonios?
—Me dijiste que querías más seguridad. Estos son los que estarán en el club— asiento, estudiando a los seis hombres—. Ya escogí a tu chofer y escolta personal —Hace un gesto y reprimo la maldición cuando el irlandés da un paso al frente.
Lleva una camisa negra arremangada hasta los codos, mostrando sus brazos musculosos, pantalones de vestir color n***o y zapatos casuales, nada que ver con el hombre que iba a subirse al octágono. Sus ojos grises me miran fijamente, su cabello castaño con mechones rubios está recogido en trenzas.
No debería apodarse irlandés. Si no Vikingo, el hombre es un espécimen atractivo.
—¿Hay algún problema? —inquiere Morris caminando hasta mí. Niego
—Por supuesto que no—digo en tono sereno. Cosa que estoy lejos de sentir.
¿Por qué me desconcierta este hombre? ¡Joder, Aurelia! No tiene por qué gustarte. Avanzo frente a todos estudiando sus rasgos hasta que llego al último.
—Me parece una sorpresa verte por aquí —digo refiriéndome de frente al irlandés.
Él desvía su mirada hacia mí.
—Digamos que necesito el trabajo y Morris fue muy generoso con su propuesta.
—Perfecto. Entonces debes saber que respondes a mí —los barro de arriba abajo con la mirada a todos para dar énfasis —. Todos me responden. Si me traicionan, nunca van a encontrar sus restos. ¿Queda claro?
—¡Sí, Yizmal! —responden en coro, excepto el irlandés que me da una sonrisa autosuficiente.
Lo miro con expectación.
—¿Quedo claro, irlandés? —cuestionó en tono bajo y frío.
—Muy claro, Yizmal —responde sin perder la sonrisa.
Idiota.
—Nos vemos esta noche, Morris —habló sin alejar la mirada de irlandés.
Entonces, salgo sin esperar respuesta y, cuando voy a abrir la puerta del auto, una mano se me adelanta y abre la puerta para mí.
—¿A dónde vamos? —El irlandés me da una mirada seria.
—Conduce. Ya te diré a dónde —respondo mientras subo al auto.
Este cierra la puerta y lo veo rodear el auto, dejándome ver que el maldito tiene un trasero de diez.
Resoplo.
¡Vamos, Aurelia! No es para tanto.
—Solo es un culo —farfullo entre dientes.
El irlandés sube al coche y me mira por el espejo retrovisor. Sus ojos brillan divertidos. Lo ignoro mientras él enciende el motor del auto y se incorpora al tráfico.
—Detente aquí —le ordenó varias manzanas más adelante. El irlandés se detiene, bajo y veo el Vudú. El lugar que me dio trabajo cuando tenía que buscarme la vida y al cual vengo siempre. Una chica detrás de la barra se inclina y le hace señas al hombre junto a ella.
El hombre levanta la mirada y sonríe antes de hablar.
—¿A qué debo el privilegio de tu visita, Yizmal? —el viejo Harry. El dueño del café sale detrás del mostrador.
—¿Qué me tienes? —digo sin perder la sonrisa.
—Esta mañana había un par de hombres desayunando y hablando de una reunión que tendrá sitio en el puerto. Y hablaban de un ruso —asiento mientras veo que mueve las manos mientras lo hace. Harry es sordo, pero es un experto leyendo los labios. Por eso es un gran informante y todos en este lugar frecuentan el Vudú.
Harry había perdido la audición en una explosión ocasionada en un laboratorio de metanfetamina cuando estaba en sus veinte. Pero se ha adecuado muy bien y ahora, todo lo que me puede interesar, él me lo dice.
Simplemente, perfecto.
—Esta tarde enviaré tu pago —digo articulando para que lea mis labios y asiente con una gran sonrisa grande y deslumbrante.
Harry nunca fue malo conmigo. De hecho, me ayudo muchas veces que entré por esa puerta. Una vez satisfecha, dejo la cafetería y el irlandés me sigue de cerca sin dejar nada al azar.
—Llévame al club—le ordenó sin mirarlo.
Sube al auto y lo enciende antes de incorporanos al tráfico.
—Le gusta la sensación de ordenar, ¿no es así? —comenta mientras mira la frente del camino.
—Lo que a mí me guste o no. No te incumbe, solo eres mi chófer.
—Mi trabajo es mantenerla con vida.
Mi carcajada resuena en el coche
—¿De verdad, crees que no sé defenderme por mí misma?
—De seguro lleva armas escondidas ahí atrás —chasquea los labios—. El auto está blindado. Pero, eso no la exenta de un atentado —sus ojos azules me miran por el espejo retrovisor—. Créame. Soy su hombre, si de salvarle el pellejo se trata.
—Debo sentirme agradecida de que haces un trabajo por el que te pago.
—Por supuesto que no Yizmal—dice como si supiera que su respuesta puede definir muchas cosas y es de esta manera.
Estaciona en frente del club y uno de los guardias en la puerta se apresura a abrirme la puerta
—Recuerda cuál es tu puesto y para quién es tu lealtad —digo con simpleza —de esa manera podrás mantener la cabeza sobre los hombros —con esas palabras bajo del coche y avanzo a paso firme hasta el interior.
Avanzo hacia el club y me voy hasta mi habitación privada dejando atrás al irlandés. Entro a la habitación y me cambio. Miro el reloj y sé que en minutos tendré compañía. Esta vez, me visto con un conjunto de lencería que no deja mucho a la imaginación y encima, una bata de seda roja. Estoy colocándome algo de perfume cuando mi invitado llega.
Salgo del vestidor para encontrar a Máximo Donovan de pie en medio de la habitación. Le doy una sonrisa estudiada al hombre alto de buen aspecto.
—Señor alcalde—murmuró, acercándome a él con sensualidad. El hombre me recorre con la mirada y, cuando estoy a pocos centímetros, sus manos van a mi cintura y me acaricia como si viera un dulce.
¿Me importa usar mi cuerpo para manipular y conseguir lo que deseo? No, claro que no.
—Hace mucho que no nos vemos—dice con auténtico deleite.
Es verdad, desde hace un par de meses, que Máximo no venía a visitarme y eso por miedo a que pudieran exponerlo. ¿Qué pasaría si supieran que el recto alcalde de Nueva Orleans es uno más de mis títeres en este juego de poder en el que soy la ganadora?
—Dime. ¿Quieres que hablemos de cómo has dejado colar al ruso en la ciudad? O de cómo te estás haciendo la vista gorda ante el mexicano —digo con ironía. El hombre abre los ojos y niega. —Vamos, Max. ¿Tú también quieres destronar a la reina de esta ciudad?
—No sabía que ellos estaban en la ciudad—balbucea, pero su tono me dice lo contrario.
—Lo veo todo Máximo—susurro poniendo una mano en su pecho y llevándolo hacia atrás, hasta que cae sentado sobre la cama—Te recuerdo que, aún te mantienes en el poder porque así lo dispuso en su momento Ciaran y después de su asesinato, te brinde mi apoyo... y otras cosas—ladeo la cabeza y paso mis manos por sus hombros.
—Soy fiel a nuestra sociedad, Aurelia. Nunca te traicionaría —dice de forma apresurada—. Siempre fue fiel al Yizmal.
—Ahora yo soy la Yizmal. Por eso, quiero estar seguro de que siga siendo de esa manera —suspiro de manera dramática. —Sería muy triste que la credibilidad ante tus electores se viera opacada por tus malos manejos de las arcas públicas.
—No—responde en tono nervioso—, te juro que no sabía nada. Es un asunto que habría tomado personalmente en mis manos —mira a un lado antes de volver a mirarme—. Voy a localizar el paradero de ambos y te los haré llegar.
—Bien, eso me gusta más —asiento—. No queremos que se desate una guerra en tu ciudad, dejándote como un imbécil —me río entre dientes—. Sabes que soy capaz de quemar esta ciudad hasta sus cimientos para que a nadie le quepa la menor duda a quién deben obedecer.
—Lo sé—farfulla—ahora. Dime, ¿quieres que cerremos el trato? —me da una sonrisa lasciva. Miro su entrepierna con interés fingido antes de dar un paso hacia atrás.
—Solo cuando cumplas lo prometido, entonces ahí podremos celebrar, señor alcalde —anuncio, caminando hasta la cómoda y oprimiendo un botón. Segundos después, la puerta se abre y uno de mis guardias se detiene en la puerta. Su mirada no deja mi rostro cuando me ve.
—Acompaña al señor Donovan hasta la salida— anunció. El hombre asiente. Máximo se levanta de la cama y me mira, doy unos pasos hasta él, tomo su mandíbula y dejo un beso húmedo en sus labios antes de apartarme. —Adiós, señor alcalde—susurró.
Lo veo salir de mi habitación de forma apresurada.
El guardia me mira.
—No lo pierdan de vista —ordenó y él asiente antes de retirarse en silencio.