Punto de quiebre Parte 1

1902 Words
El grito de Megan resonó en la cabaña. – Dejen sus puestos, vamos arriba – dijo Bruno y subió los escalones corriendo, al llegar a la habitación creo varias cadenas que surgieron de las paredes para tener un punto fijo y encerraron el cuerpo de Lucy, Armando entró poco después y fue a ver a Megan. – Estoy bien – dijo ella – me estoy apoyando. Abajo, en el primer piso, estaba la pierna de Megan, pisando un bat de beisbol. Sandra creó más cadenas, eran tantas que ya casi no podía verse el rostro de Lucy. – Armando, el escáner – pidió Bruno. Él estaba ocupado ayudando a Megan a levantarse. – Armando, ahora – insistió Bruno. Megan logro salir y Armando sacó el escáner de su mochila, por la premura, este cayó al suelo y se escuchó muy claramente el sonido que hizo al impactarse, Armando lo levantó, el escáner tenía el tamaño de un teléfono viejo, sostuvo las piezas para unirlas y caminó hacia la cama. Casi enseguida las cadenas se rompieron, Armando que estaba más cerca, tuvo que formar un escudo para no ser golpeado, en sus manos el escáner lanzó un resultado, sin patrón, solo una letra – chicos, tenemos un cambiante de grado A. – Esa perra de Lilith eligió el peor día para faltar al trabajo – maldijo Sandra. Afuera Catalina no pudo soportarlo, entró para ver a su hija y fue lanzada contra la pared. Bruno evitó que se golpeara, la bajó lentamente y la dejó sobre el sillón – de nuevo, Armando, el escáner, necesitamos el patrón. Sandra, los amuletos, Megan – la miró – toma el lugar de Sandra y apoyamos con los sellos. Los tres hicieron lo que se les pidió, Armando volvió a tomar el escáner y miró al demonio, al instante todo su cuerpo hormigueó, sí no fuera por los amuletos que traía consigo, estaba seguro de que estaría paralizado, con cuidado dio un paso y continúo acercándose, Megan formó cadenas delgadas y torcidas, y Sandra arrojó todos los amuletos que traían sobre la cama. Funcionó. El demonio perdió parte de su fuerza, pero aún podía defenderse. – Buen trabajo – dijo Bruno – Armando, es ahora o nunca. El escáner arrojó un patrón – lo tengo. Megan caminó hacia atrás para no estar cerca del demonio y se colocó detrás de Armando. El patrón del demonio era muy claro, era la ventaja de los demonios de alto rango, pero eso no significaba que sería fácil. – Comencemos – dijo Sandra y el piso bajo sus pies se desquebrajó, a diferencia de Megan que se apoyó en un bat, ella cayó hasta el suelo de la cocina. Bruno maldijo entre dientes, se quitó el collar que traía puesto y arrojó la piedra a la cama. Al instante se formaron cadenas mucho más gruesas que encerraron a Lucy y presionaron sus extremidades, ella gritó y gruñó con rabia. – Recuerdan lo que dije de que esto se parecía a una película – dijo Megan – ya no me gusta. Bruno arrojó una campana – Sandra, ¿puedes levantarte? Ella tenía la pierna lastimada, pero no había fractura, solo un moretón – sí. – Ven en cuanto puedas, los demás, no se queden ahí, ayuden. Sacar al demonio y meterlo dentro de una campana les tomó cinco horas. Era un tiempo demasiado largo, ningún demonio antes de ese día les costó tanto trabajo, ya era de noche cuando terminaron, estaban cansados, adoloridos y con los ánimos bajos. Lucy estaba dormida, su madre la llevó a la cama y se quedó a su lado esperando que despertara. Los demás volvieron a la camioneta. – Hagamos una parada en el hospital – pidió Sandra. – Estoy de acuerdo – pidió Megan. Bruno se recargó hacia atrás – no podemos explicar cómo resultamos heridos, iremos a una farmacia, compraremos lo que necesitamos y volveremos a casa – encendió la camioneta. Armando también estaba exhausto. La parada en la farmacia fue larga, Megan tenía varios rasguños, pero Sandra tenía moretones, la caja de banditas se terminó, toda la camioneta comenzó a oler a alcohol y tomaron turnos para ir al baño y limpiarse. Después de terminar, el hambre los golpeó. – Ese lugar se ve bien – dijo Sandra – huele a carne asada y el platillo principal tiene puré de papa con queso. – Carne, papa y queso, ¡toma mi dinero y pon la comida en mi estómago! – pidió Armando. Bruno miró el restaurante, él también tenía hambre – hay tiempo, vamos. No hizo falta que lo preguntará, todos dejaron la camioneta y ordenaron un gran plato de carne con cuatro pedidos de puré de papa, vegetales y refresco. La camioneta permaneció estacionada. Un dentista de cuarenta y cuatro años, divorciado, con dos hijos que vivían actualmente con su ex esposa, entró a la farmacia – una pastilla para el dolor de cabeza y una botella de agua – pidió, pagó y destapó la botella para tomarse la pastilla. Era una noche muy fría, no tenía ganas de volver a casa y estaba cansado de caminar, salió al estacionamiento, miró las calles y respiró profundamente. – Ayuda, por favor. La voz de una niña resonó de pronto, el dentista miró alrededor. – ¡Ayuda! En esa ocasión pudo escuchar de dónde venía la voz, era del interior de una camioneta, corrió al estacionamiento, se asomó y después miró hacia atrás – oficial – corrió – hay una niña atrapada en la camioneta, tienen que venir. Los dos oficiales se apresuraron, escucharon la voz venir desde el interior y forzaron la puerta para abrirla. Dentro había mochilas, cajas y ropa, uno de los oficiales revisó con su lámpara, el otro esperó afuera y con un leve tintineo, una campana cayó al suelo. El dentista la levantó, unos segundos después, se marchó. Armando tomó un gran trozo de carne y lo vertió sobre su platillo de puré de papa con queso, después con los tenedores, mezcló todo y le dio un gran bocado. – Cualquier otra noche – dijo Sandra – estaría asqueada de verte comer, pero hoy, estoy muy hambrienta. – Cállate y come – le dijo Megan. Bruno también comió apresuradamente, no sabía que tenía tanta hambre hasta que llegó al restaurante y captó el dulce aroma de la carne asada. Al fondo, se escuchó la alarma de un coche. El grupo siguió comiendo. Uno de los meseros se acercó a la mesa – disculpen, ¿es de ustedes la camioneta azul que está frente a la farmacia? Bruno alzó la mirada – es mía, ¿por qué? – Un oficial lo está buscando. Bruno se levantó y tomó una servilleta para limpiarse la boca, en la entrada del restaurante estaba un oficial junto al empleado de la farmacia, que lo señaló con la mirada y dijo – sí, es él. El oficial se adelantó – es el dueño de la camioneta azul, placas… – Sí – respondió Bruno. – Tuvimos una situación. La “situación”, no podía ser más desfavorable. Un transeúnte reportó a una víctima menor de edad atrapada dentro de la camioneta de Bruno, la policía también escuchó gritos, abrieron la puerta y constataron que no había menores de edad, pero el transeúnte que hizo el reporte desapareció y la campana, tirada al borde de la banqueta, estaba vacía. – Entiendo – dijo Bruno con el rostro pálido y sudores fríos. – Por el daño en la puerta… – Está bien – interrumpió al oficial – mi tío es mecánico, él lo arreglará – pensó en Iván Miler, el padre de Megan – ustedes cumplían con su deber y yo debí dejar el celular transmitiendo una película, muchas gracias. – Agradecemos su cooperación. El ambiente se volvió frío y cansado, Bruno se sentó sobre la banqueta, sostuvo la campana por espacio de dos minutos y después se levantó – paguen la cuenta, pidan todo para llevar y vengan, de prisa – dijo en voz alta y llevó las ondas de sonido hasta sus compañeros en el restaurante. Unos minutos después Sandra y Megan fueron a verlo. – Tenemos un problema – dijo Bruno mostrando la campana. Los demonios cambiantes y los visitantes, tenían morfologías distintas a las de otros demonios, por su naturaleza al cambiar constantemente de cuerpo, no se aferraban, ni creaban conexiones, lo que ellos hacían era permanecer como parásitos dormidos dentro de los cuerpos que habitaban, hasta encontrar alguien con quien firmar un contrato, la desventaja, era que, sin una posesión clara, era difícil encontrarlos. – Hay que ponernos en sus zapatos – dijo Armando después de enterarse del problema y con las bolsas de comida – somos un demonio cambiante, acabamos de huir de un grupo de magos, ¿nos quedaríamos a mirar?, o ¿escaparíamos? – miró a Bruno – yo digo que esa cosa ya dejó la ciudad. Bruno peinó su cabello hacia atrás. – Ya conoce nuestros rostros – dijo Sandra – mudará de cuerpo apenas nos vea y también conoce nuestro método, esto es grave. – No necesito que lo digas – reclamó Bruno. – ¿Qué hacemos ahora? – preguntó Megan. – Buscar – dijo Bruno. El resto del grupo no estuvo de acuerdo, pero lo hicieron, se separaron, caminaron por las calles poco transitadas y observaron a las personas, ya que no había forma de detectar la energía demoniaca y ellos estaban agotados, perdieron casi una hora sin obtener resultados. Al final, volvieron y se detuvieron en casa de Gustavo Elkan, padre de Bruno, para explicar lo que pasó. Gustavo ya estaba dormido, se puso una sudadera y bajó a verlos – lucen terribles, explíquenme – se sentó – ¿cómo fue que el demonio escapó? Bruno dio un paso al frente y relató los eventos de las últimas horas, todo, desde el momento en que llegaron a la cabaña, las trampas, Megan cayendo en un agujero, el demonio defendiéndose, y al final, su escape. Gustavo respiró profundamente – dicen, que tenían a un demonio de categoría A, atrapado dentro de una campana y decidieron que era una magnifica idea, dejarlo dentro de la camioneta e irse a comer – lo dijo con sarcasmo. – Lo hacemos todo el tiempo – susurró Sandra y se arrepintió de haber dicho algo. Gustavo los fulminó con la mirada – expliquen esa parte, ¡dejan los demonios sin vigilancia!, ¡todo el tiempo! – No todo el tiempo – dijo Bruno – a veces hacemos paradas cortas y dejamos a los demonios dentro de la camioneta, es la primera vez que pasa esto. – Aguarden – dijo Armando, repasando mentalmente – Lilith hacía algo, ella se quedaba hasta el final y luego, todos íbamos a divertirnos, comer, al baño, íbamos…, a hacer cosas. Megan agudizó la mirada – es cierto, ella siempre se quedaba hasta el final, pero nunca supe qué hacía. El señor Gustavo se levantó – tomen un taxi y vayan a casa, Bruno, ven conmigo – lo llamó, por su forma de caminar era obvio que estaba molesto y a su paso, la puerta del estudio se cerró. Afuera, Armando llamó tres taxis, los tres volvieron a casa, y dentro del estudio, el señor Gustavo miró a su hijo con enfado. – Explícame cómo permitiste que tu novia se volviera más importante para el grupo que tú.
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