Transportaba mis partituras en un estuche al igual que mi violín, aunque mis manos temblaban reflejando mi estado emocional, estaba nerviosa y la razón era obvia. Hoy conocería al príncipe.
Avanzaba detrás de mi dueña con la cabeza gacha y una media sonrisa en mis labios, estaba emocionada por mi primer día en el palacio, pero también tenía miedo de cometer un error y además de eso estaba inquieta por lo que había escuchado. Mis amigos estaban planeando un asesinato, un crimen que se castiga de la misma manera, la muerte, ese es el destino que a todos nos espera si alguien descubre sus planes. No sé qué pensar al respecto, sé muy bien que tal vez la señora Marie se lo merece, nos ha tratado peor que animales todos estos años y para personas como ella no hay castigo ni consecuencias para sus actos porque no tenemos derecho alguno sobre nuestras vidas o al menos ese es el pensar de las personas libres, que nosotros no valemos nada y solo existimos para servirles.
No quiero ser cómplice de un acto tan vil y despreciable, pero tampoco quiero dejar solos a mis amigos en esto, al fin de cuentas estamos en la misma situación y ellos solo buscan la manera de detener la crueldad de la señora y ser libres de una u otra manera. Necesitamos hablar sobre esto, que Peter sea directo y honesto conmigo sobre ese tema, pero hablar con él significa que tal vez tendré que escuchar su petición de matrimonio y no estoy lista para eso.
Esos pensamientos me abrumaron durante el trayecto al palacio y al llegar fuimos retenidas un momento por la guardia real, revisaron mis pertenencias y al asegurarse de que ninguna de ellas representaba algún peligro nos permitieron el paso. Un guardia nos guio por un camino diferente al que habíamos visto en nuestra primera visita, esta vez caminamos por un pasillo amplio y largo que estaba resguardado por un séquito de guardias que mantenían una postura recta y la mirada firme sobre su lugar, un guardia separado del otro cada dos metros. No entendía por qué en un lugar como ese se necesitaba tanta seguridad si Vlinder era considerado el reino más bello y tranquilo de todos, aparte de que sus castigos públicos son el estímulo perfecto para causarle miedo a cualquiera que tenga siquiera la idea de robar o incluso matar, si quieren ver sangre es mejor ir a un ruedo donde si corres con suerte verás más de una muerte y una más cruel que la otra. Se supone que alguien como yo ni siquiera debe pensar en cosas como esas, la curiosidad no siempre es buena para los esclavos, saber mucho también te puede llevar por la senda de la muerte, he escuchado a muchos esclavos decir que la ignorancia te puede salvar el pellejo de muchas situaciones, pero yo no creo eso. Prefiero saber, averiguar o en otros casos dejarme llevar por la imaginación porque mi mente es lo único de lo que no se apropiaran, es mía y yo decido lo que es bueno o malo para ella, mis pensamientos eran los únicos que me quedaban, solo ahí podía ser libre, volar como una mariposa y alejarme de todo lo que me angustia, puedo viajar siendo yo misma, aunque al abrir los ojos siempre me decepciono porque realmente sigo aquí, encerrada en un destino que eligieron para mí, uno en el que debo agachar la mirada de todo aquel que no tenga una marca, porque ni siquiera soy digna de verlos.
El pasillo terminó en un vestíbulo extenso y muy alto, había ocho pilares enormes que parecían ser una de las bases que soportaba el peso de todo el palacio, de ellos colgaban grandes estandartes de color azul que bien podrían ser del tamaño del edificio en el que vivimos, sobre cada estandarte se encontraba plasmada la imagen de una mariposa y debajo de esta se encontraba otro símbolo, era como un árbol dentro de un círculo hecho de sus propias raíces. Debajo de nuestros pies estaba una alfombra roja que comenzaba desde la entrada central donde solo pueden entrar personas de sangre noble o algún visitante extranjero invitado del rey, aquel tapete largo se extendía hasta unas escaleras donde estaba un gran vitral con una mariposa enorme en su centro elevándose en lo alto del cielo, dando su bendición a las personas de la tierra.
El ambiente era extraño, misterioso y hasta en ciertos momentos ilusorio, era un lugar que traía paz al corazón, era como sentirse en casa, aunque realmente nunca he tenido una, sentí que mi presencia no era mera casualidad, por primera vez creí que el destino me había traído aquí por algo e incluso por mi mente paso una extraña y alocada idea, qué quizás hasta los más pequeños están destinados a grandes proezas y la mía se estaba escribiendo aquí.
—Señorita Annelie Rose— escuché una voz femenina, gentil y agraciada. Al girar en busca de la propietaria de aquella melodiosa voz descubrí que le pertenecía a aquella joven de tez morena, la joven asistente del príncipe. Se acercó a nosotras y realizo un cordial saludo con la cabeza. Portaba un hermoso vestido amarillo con olanes en las mangas y en la falda imitando los pétalos de una flor, además sobre su pecho estaba cruzada una banda de color azul royal; si no mal recuerdo Peter había mencionado que ese tono de azul era muy especial en esta nación porque en su mayoría las mariposas que abundan aquí son de ese mismo color. Me causo cierta curiosidad que significaba el emblema bordado sobre la banda, era una mariposa extraña a comparación de los otros símbolos que había visto de mariposas, pues esta tenía las alas más largas, pero parecían estar rotas, quizás por esa razón estaba posada sobre una flor, una gardenia o al menos eso me pareció. El emblema estaba bordado con un hilo plateado, pero el dibujo era tan fino y detallado que parecía más bien una pintura sobre un lienzo — es un gusto verla de nuevo.
—El gusto es nuestro—pronuncio la señora Marie contestando por mí— sobre todo el motivo que nos trae a este lugar. La petición del príncipe le traerá a mi compañía ambulante una excelente reputación al haber escogido a uno de mis artistas para instruirle en el fino arte del violín y me gustaría agradecerle en persona a su alteza real por el gran honor que me ha concedido.
La joven asintió con cierto aire de solemnidad, nunca había visto una educación tan refinada como la suya, pero supongo que ella debía comportarse de esa manera, después de todo trabajaba en el palacio.
—Entiendo que se encuentre agradecida con su alteza real, pero el príncipe no atiende a nadie a menos que se solicite una audiencia privada con él—explico eludiendo la petición de mi señora.
—Tal vez podría hacerlo antes de que mi esclava comience su clase—pronuncio insistiendo en conocer al príncipe, pero la joven asistente se negó con la cabeza.
—Discúlpeme, pero eso no puede ser. El príncipe tiene el tiempo medido y una agenda repleta que tiene que cumplir, el que usted interrumpa, aunque sea unos minutos, lo retrasara en su itinerario, así que si desea expresarle sus agradecimientos puede dármelos a mí, le aseguro que sus sentimientos de gratitud llegaran a él.
—Entiendo—respondió mi dueña, aquella joven no lo sabía, pero había provocado la ira de mi señora y probablemente habría graves consecuencias para el siguiente esclavo que se cruzara por su camino.
—Por favor sígame por aquí señorita Annelie—La joven se hizo a un lado extendiendo su brazo mostrándome una puerta no muy lejos de ahí— la llevaré al salón de música.
—Disculpe—mi dueña alzo su voz, notándose ligeramente enfadada al trato que aquella joven le había dado—¿Dónde debo esperar a mi esclava?