Salgo del coche con una sonrisa radiante, balanceando las caderas con picardía, sabiendo que él todavía me observa. Me detengo por un instante, miro hacia atrás y, al notar su guiño, le devuelvo el gesto con complicidad. Al llegar a la puerta, escucho cómo el motor se enciende y el coche se aleja. Soy consciente de que mi madre está en la ventana observando todo. Hay dos cosas que me preocupan: la primera es que no tengo ni idea de en qué me he involucrado con el señor misterioso; la segunda es que mi madre me va a bombardear con preguntas absurdas. Cuando abren la puerta, no solo veo a mamá, sino también a mis tías, que intentan correr para dar la impresión de que no han estado espiando. Examiné el lugar y me di cuenta de que no había ningún hombre, ¡estoy a salvo! —pensé. Bueno, en r