Capítulo 6. Lo inevitable tiene su nombre.

3202 Words
Angelica White Estoy exhausta. Jodidamente exhausta. La cena de esta noche ha sido interminable, rodeada de políticos y empresarios que no hacen más que hablar de alianzas, intereses y discursos vacíos que, realmente, aunque ponga todo de mí para interesarme un poco de lo que hablan, no lo hace. No importa cuánto traten mis padres de integrarme. Es improbable que me anime estar en medio de gente tan falsa en todos los sentidos. Mi cuerpo pide descanso, pero mi mente sigue a mil por hora, no deja de recordarme todo lo que he dejado pendiente. El peso de las responsabilidades, las promesas y las expectativas familiares me agobia demasiado por estos días. Estoy agradecida por los pocos momentos que tengo con mis padres, pero no puedo evitar la sensación de que estos eventos son solo una fachada para mantenernos conectados a un mundo que no es mío. «Ni que yo no tuviera cosas que hacer». Agradezco que ya estemos a punto de descansar y casi haya terminado esta ronda de compromisos para volver a Nueva York. Ansío regresar. Hay demasiadas cosas qué hacer con la fundación, además, que el dejar a Vane sola tanto tiempo no es de mi agrado. Sé que estoy sobreprotegiéndola y que ella es una adulta completamente funcional, pero hay algo dentro de mí que me grita que debo estar cerca, algo que no termina de encajar. Por eso quiero irme. Aunque ella me haya dicho que me relajara y no le comenté nada de lo que siento respecto a esto, sabe bien que estar al lado de mis padres, no es sinónimo de estar relajada. Camino del brazo del hombre que ha estado a mi lado durante toda la noche y me ha salvado varias veces de que todo esto sea un caos. Suelo ser una perra en estos eventos y por más que mis padres entienden mi ácido humor, no me gusta decepcionarlos. Tener compañía es una buena manera de controlarme. Y quién mejor que Leo. Realmente hizo que la noche fuera más agradable y en general, mi estancia en este lugar. Sin él, realmente no sé qué habría sido de mí y mi paz mental. Caminamos juntos hacia el ascensor, así como hemos estado la mayor parte de la velada. Me duelen los pies y me apoyo a él, gimiendo un poco por la necesidad de aliviarme de estos zapatos. —Gracias por invitarme, Angie —dice, inclinándose ligeramente hacia adelante como un gesto de cortesía que me hace sonreír. Le devuelvo la sonrisa, aunque con un toque de sarcasmo, y le respondo con toda la ironía que me permite el cansancio. —No tienes nada que agradecer, Leo. Soy yo quien tiene que agradecerte a ti por acompañarme a esta tortura. Si no estuvieras aquí, no sé qué hubiese sido de mí sola entre estos personajes —señalo a mis padres que vienen detrás de nosotros. Leo suelta una carcajada y niega con la cabeza. El sonido del ascensor, que anuncia que sus puertas se cerrarán, interrumpe nuestra conversación y lo veo atravesar su mano para evitar que se cierre y nos deje afuera. Él sabe lo cansada que estoy y lo mucho que deseo huir de mis padres el resto de la noche. —Casi quedo sin mano por ti, esa es otra que me debes —hace un chiste y yo solo puedo reírme, porque sé que hoy me ha salvado incontables veces. —¡Oh! No podemos dejar que eso pase, porque te quedas sin una herramienta importante para ti —susurro con más entusiasmo del que siento y lo veo abrir los ojos para que me calle, mientras solo puedo reír. —¡Sabes lo importante, Angie! —me responde entre risas. Para mi mala suerte, mis padres entran detrás de nosotros y sé que aún no me libro de ellos, que quizás me inviten a su suite para repasar todo lo que ha sucedido hoy. Cierro los ojos y evito resoplar por eso, mientras me acomodo. Las puertas del ascensor finalmente se cierran al estar todos adentro, un poco apretados. Enseguida, la atmósfera se relaja y las risas se quedan flotando en el aire del pequeño cubículo del ascensor. Me quedo frente a las puertas del ascensor para escapar con facilidad apenas se abran, mientras mi Leo presiona el botón del último piso y la risa entre nosotros sigue resonando por un segundo. —No sé por qué me metí en esto contigo —dice él, mientras me mira divertido—. Tu humor es una bomba de tiempo. Le devuelvo una mirada rápida y bromeo. —Lo bueno es que siempre te divierto, ¿no? —digo con sarcasmo. Él me responde con una sonrisa ligera, y la mantiene mientras repasa todo el lugar. Se acerca un poco más a mí, apretándome para estar más cerca de él. «Gracias, Leo, eres mi héroe». Me alivia, porque me deja descansar mi peso a su lado. El ascensor comienza a subir y, aunque él y yo seguimos conversando, no puedo dejar de sentir que algo no está bien. Es una sensación extraña, atípica. No la entiendo. No es un ruido ni un movimiento, pero hay algo en el aire. Una presencia, un cambio en la atmósfera que no puedo identificar del todo. «No es nada, Angie. Son ideas tuyas», me digo a mí misma. Pero cuando la sensación se vuelve más tangible, más pesada, empiezo a sentir que no estamos solos en este pequeño espacio. O que estoy loca. Mis ojos se mueven hacia el espejo que tengo frente a mí, en la puerta, casi instintivamente, buscando algo. El aliento se me queda atorado en la garganta. Ahí está el motivo de esas sensaciones extrañas. Un hombre al fondo del ascensor, de pie, elegante, tan silencioso que ni siquiera lo había notado antes. Sus ojos, en el reflejo, se clavan en mí y siento cómo mi cuerpo reacciona ante esa mirada que ya he visto antes, hace unas cuantas semanas, y que me ha despertado jadeando un par de veces. Por un segundo, el mundo parece desvanecerse a mi alrededor. Me toma un segundo reconocer la figura de la persona que está a mis espaldas, a través del reflejo ante mí. Pero estoy segura que es él. Me volteo. Basta que mis ojos se crucen con los suyos para sentir que su presencia me pone tensa. Todo deja de existir. Leo, quien sigue a mi lado, se da cuenta de mi extraña actitud y mi incomodidad. Llama mi atención y me pregunta con la mirada si algo pasa, pero antes de que pueda procesarlo, esa voz me detiene en seco. —Encantado de volver a verte, Angelica. Mi cuerpo se paraliza de inmediato. La voz, grave y profunda, me derrite en un segundo. La forma en que dice mi nombre me hace sentir que toda mi piel reacciona. Mi respiración se detiene por un momento y mis piernas, como si no pudieran mantenerme en pie, titubean un poco. Curtis Wood, ese mismo hombre que me hizo suspirar como tonta en la última gala. Que sigue provocando a mi cuerpo de maneras que me hacen desconocerme. Mi corazón da un vuelco en mi pecho y aunque trato de mantener la compostura, el nerviosismo se apodera de mí. Quiero decir algo, pero solo soy consciente de que todos a mi alrededor reaccionan, con curiosidad, confusión, no sé. Su presencia, tan imponente, casi física, me sobrecoge. Curtis está allí, parado al fondo, sus ojos fijos en mí y yo me siento como si estuviera siendo observada demasiado de cerca. El espacio del ascensor parece volverse más pequeño, él está dominando la habitación con solo estar ahí. No puedo evitarlo. Mi cuerpo tiembla ligeramente, y aunque trato de disimularlo, mi rostro se enciende, como si de alguna manera supiera que él ha notado mi nerviosismo. Lo peor es que, en algún lugar en mi mente, sé que no puedo evitar que este hombre me afecte y esa idea me descoloca aún más. «Reacciona de una vez, Angelica. No eres una adolescente hormonal». La sensación de estar atrapada en este pequeño espacio del ascensor se intensifica con cada segundo que pasa. Todo lo que quiero es que este momento pase rápido, que el ascensor llegue al siguiente piso, que se termine esta presión. Pero no lo hace. No puedo apartar la mirada de él y, aunque trato de mantenerme serena, mi corazón late desbocado. Noto que sus ojos se fijan en cómo mis manos se aferran al brazo de Leo. La expresión de su rostro cambia ligeramente. «Mmm… interesante ¿Por qué este gesto le molestaría?», me pregunto internamente hasta que su voz vuelve a sonar, profunda y tranquila, demostrando que nada de esto le afecta. —Es una grata sorpresa encontrarnos aquí, Angelica —dice, y esa voz me hace sentir como si me hubiera sumergido en agua fría, todo mi cuerpo se estremece al oírla. Antes de que pueda responder, mis padres, que parecen haberse dado cuenta de mi desconcierto, miran a Curtis con curiosidad. Mi padre, siempre oportuno, y nótese el sarcasmo, no pierde el tiempo. —Angelica, ¿no nos vas a presentar a tu amigo? —Su voz es amistosa, pero también tiene esa entonación que me hace sentir extraña. Lo miro rápidamente, mis labios se mueven para decir algo, pero la verdad es que no sé qué decir. Siento que toda la conversación se está volviendo una pesadilla en cámara lenta. —Sí, Angelica, preséntanos —replica Leo, casi divertido, lo que le gana una mala mirada de mi parte. Pero lo peor de todo es que la mirada de Curtis no se aparta de mí ni un segundo y eso, por alguna razón, me pone más nerviosa de lo que debería. Me aferro más al brazo de Leo, que no me ha soltado en ningún momento a pesar de todo, sin poder evitarlo. Me siento atrapada entre mis padres y la intensidad de este portento de hombre que analiza cada gesto que hago. Y aunque trato de ser cordial, la incomodidad de esta situación me supera. Voy a abrir la boca para decir cualquier barbaridad, cuando, por suerte para mí, las puertas del ascensor se abren con un suave ding. «Salvada por la campana, qué alivio». Miro el panel y me fijo que estamos en un piso diferente al que nos dirigimos. El de Curtis, supongo, porque el mío está mucho más arriba. Puede que yo sienta alivio, pero está claro que mi padre no parece tener la misma prisa. Su voz se eleva suavemente, con una sonrisa en los labios, mientras mantiene las puertas abiertas. —Angrlica, estás siendo un poco maleducada —insiste, claramente interesado en hacer una presentación formal. Esas palabras me arrastran de nuevo a la conversación que no quería tener. Con un suspiro interno, trato de controlar mi incomodidad y, con la mirada fija en el hombre sexy del fondo, me decido a presentarlo sin mucha floritura. —Este es el señor, Curtis Wood —digo, señalando con un movimiento leve hacia él—. Él es un benefactor importante de la fundación, no es mi amigo, papá. Apenas y he cruzado un par de palabras con él, pero en la fundación estamos más que agradecidos —miento, al decir que solo fueron un par de palabras, pero mis padres no tienen porqué conocer los detalles. Tampoco me arrepiento de decir que no soy su amiga. Y eso me hace ganarme una mirada rara de parte del susodicho. Un ceño fruncido que no me pasa por alto. Casi que se le ven las ganas de refutar. Pero mentira no es. Leo, quien finalmente se da cuenta de lo que está sucediendo, asiente con una sonrisa algo forzada y un gesto de cordialidad, pero sé que se está divirtiendo con la situación. Los ojos de Curtis brillan de una forma que no puedo descifrar mientras asiente levemente y da un paso hacia adelante. —Es un placer apoyar el trabajo tan importante que hacen en la fundación —responde él, su voz profunda, pero cargada de una ironía sutil que me hace estremecer de nuevo. No es la primera vez que me afecta, y temo que no será la última. Luego, su mirada pasa de mí a Leo, escaneándolo de arriba abajo con una evaluación tan precisa que no puedo evitar notar cómo su mirada lo recorre con una calma que me parece demasiado confiada. —Con el permiso de todos —continúa, su tono de voz ahora completamente serio—. Es un placer conocerle, señor White —extiende su mano hacia mi padre y ambos se saludan, estrechándose y luego, saluda a mi madre. Mi padre sostiene la puerta abierta, más interesado en Curtis de lo que debería. —Sé que no me conocen, pero me gustaría invitarles a una cena. Tienen una hija maravillosa, que hace una labor magnífica en la fundación, y sería un honor compartir una cena con ustedes. Me ahogo. Me ahogo de la impresión y comienzo a toser. El puño de Leo está al instante en mi espalda, para tratar de aliviarme, y no me pasa desapercibida la mueca que hace Curtis al verlo. Mis padres, siempre atentos a cualquier oportunidad que beneficie su imagen, se miran entre ellos y asienten al unísono. Ignoran mi evidente rechazo en forma de actitudes infantiles. Cómo no. Mi madre sonríe con orgullo y mi padre, a pesar de su actitud imperturbable, también muestra una ligera aprobación en su rostro. —Nos encantaría, señor Wood —responde mi padre, un toque de orgullo por mi labor reflejado en su voz. A mí, la sensación de incomodidad no me abandona, pero no me queda más opción que aceptar el juego. Después de todo, Curtis está hablando de la fundación y de alguna manera, es un punto a favor para mi familia. Y para Vanessa. Finalmente, él se despide con una sonrisa llena de intenciones que no logro comprender completamente. Da un paso, uno solo, para salir de su lugar casi al fondo, para acercarse mucho más a mí. Su mano se extiende hacia la mía y con una elegancia que parece natural para él, me besa la mano con suavidad cuando acepto su gesto. El roce de sus labios, gruesos labios, besables labios, hace que en mi cabeza todo haga cortocircuito. Sus ojos no se alejan nunca de los míos, ni siquiera inclinado. Y por alguna razón, parece el depredador que va a beber agua al estanque, siempre vigilante. En este caso, esa mirada, esa posición, solo alimenta todas estas ideas desubicadas que no debería estar teniendo. Se incorpora y antes de alejarse, como en cámara lenta, le lanza a Leo una mirada de desafío, de territorialidad, que me hace fruncir el ceño, pero también me provoca una extraña sensación de diversión. Leo, sin inmutarse, devuelve la mirada de manera divertida, claramente sabiendo que algo está pasando, aunque no lo dice en voz alta. —Hasta pronto, Angelica —dice con esa voz ronca y productora, sin dudas, de grandes orgasmos. Le doy un asentimiento. Luego mira a Leo nuevamente. —Espero verle a usted también —dice, y pasa por nuestro lado. Mientras se aleja, aun cuando no hizo más que extender una invitación, todavía se siente la energía crepitante que su presencia deja. Suapiro cuando las puertas del ascensor se cierran. El aire se siente más ligero aquí dentro ahora que ya no está, aunque la tensión aún se aferra a mis músculos como un recordatorio de lo que acaba de suceder. Mi corazón sigue latiendo con fuerza, un eco persistente de la mirada que Curtis Wood me lanzó, de la manera en que su presencia removió algo dentro de mí que no quiero, o no puedo nombrar. —¿Te divertiste? —me pregunta Leo en un susurro. Su voz está llena de diversión mientras aprieta ligeramente mi brazo, el mismo que todavía sostiene. Es un gesto casi imperceptible, pero lo suficiente para anclarme al momento, para recordarme que no estoy sola en mi confusión. Trago saliva, intentando ordenar mis pensamientos antes de responder. Mis labios se separan, pero las palabras tardan un segundo más en salir, como si temieran materializar lo que realmente siento. —Cállate —murmuro, girando apenas el rostro para mirarlo de reojo—. Él es… es raro lo que me provoca. Lo admito en voz baja, como si al decirlo en un tono más alto le diera más poder del que ya tiene sobre mí. Leo sonríe y su expresión traviesa me dice que ha captado más de lo que quisiera que notara. —Pero ni siquiera me presentaste, así que supongo que estás jugando un poco, por cómo nos miró. Mis ojos se clavan en él, buscando alguna pista en su rostro. Su sonrisa se ensancha, es evidente que disfruta del enigma que se despliega frente a él. —¿También lo notaste? —Bajo más la voz, asegurándome de que mis padres no puedan escuchar nuestra conversación. No necesito más preguntas ni miradas inquisitivas de su parte. —Solo se necesita ojos para notarlo —responde con un encogimiento de hombros—. Y para notar que el tipo te gusta. Mi pecho se contrae de inmediato. Parpadeo un par de veces, sintiendo cómo una corriente de incredulidad y negación se agita dentro de mí. —¿Por qué lo dices? —murmuro, más sorprendida por la seguridad de su afirmación que por la idea en sí. Leo ladea la cabeza, estudiándome con esa mirada analítica que a veces olvido que posee. Luego, con una media sonrisa, lanza el golpe certero. —Porque omitiste deliberadamente el hecho de que soy tu primo —dice con calma, pero con ese deje de burla que lo caracteriza—. Pero tranquila, me encanta ser usado. Suelto un suspiro entrecortado y dejo caer la cabeza hacia atrás por un instante, chocando suavemente contra la pared del ascensor. No puedo evitar reír, aunque sea un sonido bajo y cansado, más una exhalación que una verdadera risa. Me obligo a recomponerme, a ignorar el revoltijo de emociones que Curtis ha dejado a su paso. Aún no sé qué significa, pero sé que necesito averiguarlo. —Pues prepárate —digo, con una ligera sonrisa que me cuesta sacar—, porque mañana en la noche serás muy utilizado para ver qué carajos quiere ese hombre en realidad. Leo no responde de inmediato, pero su expresión lo dice todo. Disfruta el juego, pero también sabe que hay algo más en todo esto, algo que ni yo misma quiero reconocer. Y lo cierto es que, en el fondo, me siento completamente desconcertada. Curtis Wood ha vuelto a irrumpir en mi vida de una manera que no quiero admitir, pero que ya no puedo ignorar. Su presencia sigue aferrada a mi piel, como un perfume que se niega a desvanecerse. Su mirada, su forma de pararse, la intensidad de su presencia, todo sigue latiendo dentro de mí, como un susurro persistente que no se apaga, que me obliga a enfrentar lo inevitable. Y lo inevitable tiene su nombre. Curtis Wood.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD