Angelica White —¿Qué haces aquí? —Mi voz no se escucha tan fuerte como debería. Mis piernas puede que se hayan aflojado un poco y que mi centro, expuesto, haya comenzado a latir con necesidad. «Maldito traidor». —Corrigiendo errores —se pone de pie con ese porte suyo tan imponente y camina hacia mí como si fuera un depredador, yo su presa—. A veces hay que hacerlo… a empujones. Todavía lleva parte de su traje. El pantalón de vestir, la camisa blanca arremangada hasta los codos y con los dos primeros botones abiertos. Su cabello, casi siempre perfectamente peinado, está revuelto, como si hubiera pasado sus dedos demasiadas veces por entre las hebras. Se detiene delante de mí. Yo aferro mis dedos al borde de la toalla. Pero de nada sirve. Sus manos me toman por la cintura y esta vez