El fuerte sonido de la lluvia golpeando mi ventana, me despierta. Durante unos segundos, todavía entre dormida y despierta, pienso que hay música sonando en algún lugar, algo suave y constante. Pero luego, al abrir los ojos, me doy cuenta de que no es más que la lluvia y la resaca jugándome una mala pasada.
Me muevo un poco en la cama, intentando apartar la sensación de pesadez. Pero no es una sensación. " Ay Dios "Abro los ojos de sopetón y busco el peso sobre mi cintura. Es Diego. Su brazo se envuelve en mi y tengo la mejilla pegada a su otro brazo que a saber cuánto tiempo llevo usando de almohada. Puedo sentir el calor que emana su piel desnuda pegada a la mía, y todavía en la oscuridad parece algo irreal lo que ha pasado.
Intento salir de entre sus brazos sin despertarlo. Repto por la cama completamente desnuda acostumbrándome a la oscuridad. Necesito ir al baño. En silencio, me pongo una camiseta que encuentro en el suelo, es de Diego. Es su camiseta, me queda enorme, pero me cubre lo suficiente.
Una vez llego al baño a tientas, me encierro y por fin enciendo la luz. Andar me cuesta por las agujetas y el reflejo que me devuelve el espejo es grotesco. Y un poco erótico. Tengo el pelo rubio alborotado, un ligero chupetón en el cuello que podré camuflar cuando me peine, y la forma de la mano de Diego incrustada en un cachete del culo. La boca todavía me sabe a una mezcla de alcohol y Diego cuando salivo. Estoy echa un desastre y no se me ocurre volver a la cama con estas pintas. Me aseo deprisa, pero mientras el agua caliente me relaja los músculos no puedo dejar de imaginarme a Diego encima de mi, penetrándome y tragándose mis gemidos. Cierro el grifo de un manotazo y cuando me seco, vuelvo a ponerme su camiseta.
Intento no hacer ruido cuando vuelvo, aunque el "click" de cuando cierro la puerta parece sonar con altavoz. Giro y me lo encuentro semi incorporado en la cama, apoyado con un codo en el colchón y mirándome fijamente.
—No quería despertarte —susurro.
—Ya, da igual —me imita—. ¿Por qué te has duchado a estas horas?
—¿Es muy pronto?
—Las cinco y media.
—Es que... La resaca me estaba matando. —No me puedo creer que haya pasado. No puedo creer que Diego esté aquí, en mi cama, semidesnudo.
—¿Te vas a quedar ahí de pie? —Y está extrañamente relajado.
Mi ropa sigue tirada por el suelo, creo que piso el sujetador mientras me acerco. Me estoy metiendo —de nuevo— en la misma cama que él y no ha dicho ni una palabra al respecto. ¿Esto cómo nos deja?
—¿Ahora no me vas a mirar a la cara? Estoy aquí porque te recuerdo que prácticamente me suplicaste que te follara.
Me quedo paralizada antes de poner una rodilla sobre el colchón.
—Bueno, podrías haberte esmerado más en rechazarme —le digo, tratando de sonar casual, pero la verdad es que odio que me lo haya echado en cara.
Suelta una risotada que me pilla completamente por sorpresa. No sé si me siento más sorprendida o enfadada. Si se ha quedado para echarme cosas en cara debería haberme quedado a dormir sobre el plato de ducha.
—¿Qué es tan gracioso? —pregunto, sintiendo cómo el calor de la frustración sube por mi pecho.
La sonrisa le permanece en los labios, cosa que solo me irrita. Se remueve, como si fuera a reírse de nuevo, pero sigue apoyado de costado sobre el colchón, mirándome como si él supiera algo que yo no. Dios. ¿Y si hice cosas de las que no me acuerdo? Apenasrecuerdo el momento de quedarme dormida, y menos que él lo hiciera conmigo.
—Quita esa estúpida sonrisa y dime que es tan divertido —reclamo, agarro la almohada y le doy con ella, lo que solo hace que se vuelva a reír—. Si me vas a echar cosas en cara...
Atrapa la almohada y tira de ella. No me da tiempo a soltarla cuando me desplomo sobre su pecho, completamente sorprendida. Su cuerpo se siente firme bajo el mío, caliente, y aunque estoy irritada, el contacto me descoloca.
—Va a ser verdad que eres una rubia tonta.
—Ah, genial, y ahora me insultas —ojalá pudiera mantenerme en mi casilla de estar indignada, pero sé ya no lo aparento. No cuando Diego agarra el dobladillo de su camiseta y hunde la mano por debajo de la tela, tocándome—. Y no te supliqué nada.
—Y yo no te iba a rechazar, pero como siempre lo jodes todo sacando conclusiones. —Me hace resoplar por no hablar de quién ha jodido más cosas como, por ejemplo, la amistad que antes teníamos.
—Y tú jodes las cosas por nunca querer hablar, igual por eso tengo que sacar conclusiones. —Algo más relajada me dejo caer contra su pecho y dibujo formas invisibles en su piel—. Antes eras más fácil y te echo de menos.
Lo he soltado porque de alguna manera estoy segura de que no va a irse. Puede que porque si lo intenta voy a encararme como un koala a él. Sea como sea tampoco dice nada. Me empuja por la espalda contra su pecho y me rodea con el otro brazo en un gesto que llamaría protector.
—¿Si te prometo que seré menos gilipollas me darás algo de tregua?
Y si no lo prometiera yo siempre le estaré dando treguas.
—Sí —respondo bajito.
---
Ya es de día cuando vuelvo a despertarme y no hay ni rastro de Diego en mi cuarto más allá de su olor por las sábanas. Ha debido de recoger porque todo lo que anoche estaba por el suelo ha desaparecido.
Sigo con su camiseta del pijama puesta cuando quito las sábanas y bajo las escaleras arrastrándolas por el suelo para aplastarlas dentro de la lavadora.
Mi madre está pasando la aspiradora por el salón. La apaga de una patada dándome una sonrisa.
—¿Estás limpiando tu cuarto sin que te lo tenga que decir? —Se agacha a doblar una manta que hay tirada por el sofá, lo que me recuerda que anoche vi a mi padre durmiendo aquí.
—Algo así —farfullo—. ¿Dónde está papá?
—Comprando. —Vuelve a darle un pisotón y el ruido es insoportable. Me gustaría haber podido preguntar por Diego.
La respuesta me la da Vera. Para cuando encuentro mi móvil un buen rato después, veo que tengo una llamada perdida suya y otros mensajes de Patty. El timbreteo de la llamada me mata la cabeza.
—Buenos días —canturreada animada—. A ver, ¿por dónde empiezo? He llegado a casa hace un rato y si en algún momento mi madre pregunta: he dormido contigo. Pero he pasado la noche en casa de Nate. ¿Sabías que vive solo en un apartamento? Es súper pequeño y un poco desastroso, pero está guay.
Se tira un buen rato parloteando sobre su noche con Nate y me tengo que alejar el teléfono de la oreja un par de veces para pasar la jaqueca. Sigue lloviendo con fuerza y las ramas del árbol repiquetean en mi ventana de vez en cuando.
—Y he desayunado con Diego —suelta, y me siento recta en la cama. ¿Cómo que ha desayunado con Diego? Lleva en casa unas cuantas semanas y ni yo he hecho eso—. Beno, desayunar no porque yo me estaba tomando un café y él estaba fumando con Nate en el sofá, pero al caso: que le he visto.
Saber dónde está me deja algo más tranquila. Sabía que ponerme a pensar que se había ido así sin más era extremista, pero nunca es ínfima la posibilidad.
—Nos acostamos anoche —confieso.
El chillido que pega podría haberme roto el teléfono.
—¡Cuéntamelo todo!