Cuando llego a mi habitación, la sensación familiar me envuelve y, por fin, recobro un poco la compostura. En la oscuridad distingo el orden habitual de mis cosas que me hacen sentir en control otra vez, aunque mi cabeza sigue aturdida por el alcohol.
—Nate es majo —opino—. Seguramente se enrollen, han estado tonteando toooodo el camino. Y parecía que me conocía. Ha sido una buena noche, podrías haberte pasado. —Echo la vista sobre mi hombro mientras me quito el abrigo y lo dejo caer al suelo. Nate está apoyado en el marco de mi puerta y opino que nosotros deberíamos hacer lo mismo: enrollarnos y más—. ¿Vas a estar de mirón? Porque puedes quedarte ahí a ver como me quito la ropa, o terminar de pasar y quitármela tú.
—Estás borracha —dice como si yo no lo supiera.
Diga lo que diga no deja de mirarme con los ojos brillosos.
—¿Y? —replico, y me acerco para plantarme delante de él—. El jueguito este de besarnos y que luego me trates mal deberia ser divertido para los dos.
—No te trato mal —replica—. ¿Y no era que no somos amigos?
Las comisuras de mis labios amenazan con levantarse en otra sonrisa, pero me obligo a permanecer todo lo seria que puedo aunque tenga la cabeza llena de unas ganas infinitas de arrancarle la camiseta.
—Todo el mundo se besa y hace estas cosas, ¿no? Así que o pasas, o te das la vuelta y cada uno por su camino.
Quizás mañana me arrepienta de mi boca borracha, pero ahora estoy disfrutando como nadie de ver su cara. Va a ser que él tampoco me conoce tanto. Me fijo en su lengua húmeda cuando se relame los labios, y en sus pupilas dilatas mientras veo la lucha interna que le vence.
—¿Tú desde cuando eres así? —dice, y me alegra no haberme hecho esa coleta, porque su mano se enreda en el pelo de mi nuca y me acerca a él.
—¿Y tú desde cuando piensas tanto en lo que haces?
—No tienes ni puta idea de lo que me haces, que es lo peor.
Su aliento, cálido y cargado, choca contra mis labios, y me doy cuenta del poco autocontrol que sujeto cuando estamos tan cerca. En cuanto nuestros labios se tocan, mi cuerpo entra en ignición. Gimo y él me recompensa con un gemido similar. Enrosco los dedos en su pelo y tiro con fuerza, incapaz de controlarme, incapaz de controlar las ganas que le tengo. Me siento completamente fuera de control, pero no quiero detenerme, no puedo detenerme.
Sus manos se sienten firmes en mis caderas mientras me lleva a la cama. Se sienta en el borde de mi colchón y me arrastra sobre él. Cuando apoyo las rodillas a los lados de sus muslos, el vestido se me sube por las piernas hasta descubrirme el culo. Alejo mi boca de la suya porque aunque sé que hace frío, estoy ardiendo y quiero que me quite la ropa. Me alegra haberme puesto un conjunto de ropa interior rojo, por cómo Diego se me queda mirando, creo que le encanta. Ver su expresión deseosa y como se le entrecorta la respiración, no hace más que hacer que le desee más.
Me encorvo a sus labios de nuevo, algo más tranquila mientras encuentro el camino bajo su camiseta del pijama para tirar de ella y sacársela de encima. Nuestros labios se separan un segundo y Diego echa la cabeza atrás.
—Joder...
Se me escapa una risilla. Tener el control sobre Diego me resulta magnifíco. Siento una oleada de poder recorrerme el cuerpo cuando lo veo así, tan perdido, tan completamente entregado a este momento y a mi. Balanceo mis caderas contra su entrepierna y me agarra la piel desnuda llevando el ritmo de los movimientos. Noto lo duro que se está poniendo. Se me abre la boca y empiezo a gemir en voz baja.
—Abre la boca —me pide, y me mete dos dedos dentro para que los llene de saliva—.Eso es... Estás más guapa cuando me haces caso.
Me echa el tanga a un lado, y en cuanto sus dedos húmedos me tocan me derrito ante él. Sus dedos entran y salen de mi, y aunque los efectos del alcohol se me vayan pasando, estoy borracha de él. Dios. ¿Y si me vuelvo adicta a esto? Diego me hace sentir tan bien... A punto de correrme lo cojo de la cara en un intento de callar mis gemidos contra sus labios. Me sigue el beso con tanta fuerza que creo que nos hacemos daño, pero no me importa.
Se levanta y me lleva consigo. Noto la suavidad de la cama en mi espalda cuando me deja tumbada y ansiosa estiro las manos para bajarle los pantalones. Sé que tengo... en alguna parte...
—Espera... —musito y lo empujo un poco. Tengo algún preservativo en el cajón de la mesilla de alguna vez que nos han dado charlas en el instituto.
Diego lo mira y lo rasga. Y mientras se lo pone vuelvo a lanzarme a sus labios. Estoy deseosa de él como nunca lo he estado de nadie. Me siento un poco hipócrita y egoísta por las miles de veces que he pensado que es un c*****o y, sin embargo, aquí estoy, dejando que me folle porque prácticamente se lo he suplicado.
Se me escapa un suspiro. El látex está viscoso y me resbala dentro haciéndome sentir momentanéamente tensa. Es un segundo que enseguida se me olvida. Esto es tremendamente increíble. Diego se mueve lento las primeras embestidas, y en cuanto empiezo a jadear se vuelve un salvaje. He perdido la noción del tiempo y de la cordura. Hace un intento de ponerme la mano en el cuello, pero parece recordar que no soy una cualquiera de la universidad y la aleja. Un gruñido le sale de la garganta. Tiene los ojos más oscuros que nunca y aunque sí, está siendo brusco, lo estoy disfrutando como nada.
No puedo hablar del placer que siento. Retiro la mano de entre su mata de pelo y me tapo la boca con ella, hasta me muerdo para asegurarme de que no voy a gritar.