La música hace retumbar las paredes de la fraternidad y he perdido la noción del tiempo. No soy capaz de enfocar la pantalla de mi teléfono cuando quiero mirar la hora. Patty no para de enrollarse a lo bestia con Max, y Vera ha empezado a mezclar cosas raras de las botellas de la encimera.
—¡Pruebalo! —me anima. El líquido tiene un color raro y lo termino volcando en la pila, un poco salpica a una chica.
El estómago se me revuelve y busco algún vaso limpio en el que pueda echarme agua. Parece una misión imposible.
—¿Buscas esto? —Un chico baila entre sus manos un vaso de cristal—. No vas a encontrar de los de plástico a estas alturas.
El vaso está vacío, así que no dudo mucho en cogerlo y ponerlo bajo el grifo. El frescor de algo sin alcohol me asienta y me pone un poco los pies sobre la tierra.
—Gracias.
—¿Eres nueva por aquí? Nunca te había visto y me acordaría de una chica como tú.
No me importaría hablar con alguien, de no ser por la peste a porro que destila y que tiene la camiseta empapada de algo que no parece que vaya a limpiarse fácil. Sé que estoy algo pasada de copas, pero el chico intenta apoyarse en la barra y casi se me cae encima.
—Me llamo Leo —insiste inclinándose. Preveo que se me va a terminar cayendo encima—. ¿Y tú, guapa?
La risa de los demás retumba en el aire, y me doy cuenta de que estoy demasiado borracha para lidiar con esto. Justo cuando voy a darme la vuelta, pillar a Vera e irnos a otra parte de la fraternidad, alguien se mete entre nosotros y me aleja del borracho.
—Tío, lárgate, ¿no ves que molestas? —Durante un segundo reconozco su espalda y el pelo oscuro alborotado, ¿Diego?
El borracho me mira y como si no fuera nada del otro mundo, se va. Estoy algo patidifusa y con la boca semiabierta. ¿Ha venido? ¿Me ha estado viendo? ¿Sabe que estoy un poco borracha? Cuando se vuelve a mi, la ilusión se me desmorona: no es Diego. Es un tío muy parecido que tiene encajado un cigarro sobre la oreja. De verdad creía que iba a venir ¿a qué? ¿a salvarme de un borracho? ¿a aclararme lo que sea que me hace sentir?
Frustrada, gruño y me apoyo contra la encimera. La noche no está saliendo para nada bien.
—Eh —me llama el chico que he confundido por Diego—. ¿Estás bien?
Asiento con la cabeza y me aparto el pelo de la cara.
—Sí... Gracias por quitarme a ese tío de encima.
El Diego falso se coge el cigarro de la oreja, cuando se enciende el mechero creo que va a quemarse el pelo y contra más lo miro menos se parece a Diego. Tiene las cejas más pobladas y los ojos algo rasgados. Y Diego jamás se pondría un aro de metal atravesándole la ceja.
—¿Y tu amiga está bien? —Me vuelvo en la dirección a la que señala y lo único que oigo es mi grito sofocado al verla.
Está bailando entre dos chicas, restregándose entre ellas mientras un tío les sirve alcohol directamente de una botella. Veo cuando el chorro le moja el escote y una de las chicas se lo limpia con la lengua. >
—Se lo está pasando bien —respondo y él suelta una risa.
—Ya veo.
—¡Maggie! —me grita Vera desde el otro lado de la habitación, zafándose de los manoseos y corriendo hacia mí—. ¡Ven, baila con nosotras!
—¡Ni loca! —respondo, entre risas nerviosas.
—¡No seas sosa! —me grita, riendo a carcajadas.
Vera sigue riéndose mientras intenta arrastrarme. Cuando llegamos con el chico que reparte chupitos, me deshago ante la idea de abrir la boca y sacar la lengua para porbar un poco. El alcohol me moja la barbilla y me lo limpio con la mano antes de que a nadie se le ocurra lamerme.
Un rato más tarde y como me temía, estoy sujetándole el pelo a Vera mientras vomita en el retrete. Alguien no deja de aporrear la puerta del baño queriendo entrar a mear. Por fin, después de más vómitos de los que soy capaz de soportar, se detiene.
—Nos vamos a casa —sentencio—. Llamaré a un taxi.
Sin embargo, antes de llegar a las escaleras para bajar, el falso Diego que no se parece en nada a Diego, nos mira recostado en la barandilla. Sigue fumando.
—¿Os váis ya?
—Demasiada fiesta por hoy.
—Deberíamos haber dejado de beber una hora atrás —opina Vera.
—¿Queréis que os lleve a casa? —nos ofrece y Vera asiente demasiado envalentonada a meterse en el coche con un desconocido—. Tranquila, sé quién eres. Soy amigo de Diego. ¿Quieres que le llamemos para que te fies? —me pregunta con cierta burla.
—Es demasiado tarde, estará dormido y voy a llamar a un taxi.
Pero él ya está marcando y pone el altavoz. Tengo que pegar la oreja para escuchar su voz ronca cuando contesta. ¿Qué hace despierto a esta hora?
—¿Qué pasa? —brama.
Sí. Es Diego.
—Oye tío, que voy a llevar a tu chica y a su amiga a casa.
¿Su chica? Que no me haga reír por favor.
—Vale. La espero aquí. No hagas el gilipollas en la carretera.
Por el camino a casa, decubro que se llama Nate y que conoce a Diego desde hace un par de años. Es demasiado majo para ser su amigo pero no es algo que diga en voz alta. El coche va lleno de risas y me da la ligera sensación de que Vera y él van ligando gran parte del camino.
Primero me deja a mi en casa y salgo del coche algo patosa entre risas.
—Gracias por traerme, Nate —canturreo.
La puerta de la casa se abre, y ahí está Diego, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Me siento como una niña pillada haciendo una travesura. Empiezo a acercarme intentando que no se me note la borrachera. Se me había olvidado por completo que estaría esperándome.
—Ni lo intentes, sé que te has pasado con las copas —dice sorprendentemente agradable—. Gracias por traerla.
—No hay de qué —Nate sigue asomado por su ventanilla—. Es bastante enrollada la tía.
Me tropiezo entrando a casa y Diego me sostiene siseando que no haga tanto ruido. Es de madrugada. Al pasar por el marco del salón encuentro a mi padre durmiendo en el sofá, encogido con hedredón por encima y los pies se le salen por el reposabrazos.
—j***r, estás borrachísima —sisea.
Todo me hace gracia, hasta su forma de decirlo sin reproche. Será porque es raro que no me esté echando la chapa.
—Un poco —junto los dedos y me encaramo al primer escalón para subir—. Por lo menos no he dejado que una tía me chupe alcohol de las tetas.
A Diego le cambia la cara y creo escucharlo gruñir. Estoy un escalón por encima de él y soy casi de su altura. Lo que me decía, pero creo que un piercing en la ceja le quedaría curioso, incluso bien... O un aro de esos atravesando su labio...
—Aunque a tí te hubiera dejado hacerlo —confieso.
Él me mira con sus ojos oscuros y brillantes. j***r, está tan bueno… ¡Me encanta decir estas cosas! Total, si se enfada igual mañana ni me acuerdo. Qué borrachera más tonta.