Zoe Volkov
Me aseguro de que nadie me siga antes de dirigirme a la dirección. Camino con pasos firmes por el pasillo, sintiendo cómo la rabia aún me arde bajo la piel. Al llegar, la asistente del director me ve y, sin siquiera decir una palabra, me deja pasar de inmediato. Su expresión parece indicar que ya me esperaba, como si mi visita estuviera escrita en la agenda del destino. No digo nada, solo le lanzo una mirada agradecida y entro, empujando la puerta con fuerza hasta que se cierra de golpe tras de mí.
— ¿Sucedió algo? — pregunta Matías con su tono sereno habitual, sin levantar la vista de los papeles que sostiene entre las manos. Casi como si supiera que era yo.
— Ignóralos, Zoe... Mira, en serio que no puedo hacer nada — dice, sin cambiar el tono ni el ritmo de su voz —. No creo que hayas llamado la atención de ellos, y si acaso lo hiciste, que lo dudo mucho por cómo te has comportado... Pues hablaremos mañana de eso, ¿okay, Zoe? — repite con una mezcla de sarcasmo y molestia, dejando escapar un suspiro forzado.
Trago grueso, sintiendo cómo la furia empieza a hervir en mi interior al recordar lo que me dijo ayer. Me adelanto un paso, la rabia chispeando en mi voz.
— Que va, unas llamadas a media noche y una amenaza de muerte en el instituto... ¡Wow, sorpréndete! ¡Eso sí que no llama la atención! — exclamo sarcástica, sintiendo cómo la tensión se apodera de mis músculos.
Él al fin deja los papeles a un lado y me observa con más atención. Su ceño se frunce con algo parecido a preocupación.
— ¿De qué te amenazaron y para qué? ¿Y cómo así, de un día para otro? — pregunta con curiosidad genuina, ahora completamente enfocado en mí.
— ¿Ahora sí te importa? — respondo fingiendo sorpresa, arqueando las cejas con burla.
— No uses ese tono conmigo, señorita. Explica las cosas — advierte con firmeza, sin perder su compostura.
Bufé con fuerza, cruzándome de brazos. Lo miro como si deseara estrangularlo ahí mismo, y probablemente en ese momento no lo descarto del todo.
— A ver... ¿cómo te lo digo? — empiezo con falsa concentración, sabiendo que eso le irrita profundamente — ¡Oh, sí! — reacciono como si de repente recordara algo increíble —. Amenaza de muerte, insinuación de abuso... y todo eso solo para ser su novia. ¡Wow! De “polvos” a novios, qué historia de amor tan encantadora — suelto una risa seca, amarga, sin rastro de humor.
— Oh... — es todo lo que dice, sorprendido por la crudeza de mis palabras.
— Primero que nada, no uses ese vocabulario. No es correcto para una señorita...
— ¿En serio quieres hablar de mi vocabulario, Matías? — lo interrumpo, frunciendo el ceño con fastidio. No puedo creer que ese sea su enfoque en este momento.
— Está bien, tienes razón — concede, rascándose la cabeza —. Segundo... ¿cómo por qué de novia? — pregunta desconcertado, como si tratara de entender la lógica detrás del absurdo —. Su relación más larga hasta el momento es...
Se queda callado, claramente haciendo memoria. Finalmente, responde con una vaga conclusión.
— ... con ellos... — dice, como si no encontrara otra manera de explicarlo —. Ellos nunca han tenido una... ¿novia? Eso es nuevo. Siempre ha sido “polvo” y asunto resuelto — comenta pensativo —. Además, todo es demasiado precipitado. Apenas ayer entraste aquí toda apanicada diciendo que te vieron... que los viste. ¿Comprendes, Zoe? Ayer me hablabas solo de una mirada, una primera mirada, después de más de dos años viviendo acá. Eso no me gusta. Tiene que haber una razón. Nadie, de la noche a la mañana, llega y te hace su novia a punta de amenazas — reflexiona mientras se rasca la barbilla —. No le haces eso a una desconocida solo por miradas — remata, como si estuviera explicándole algo obvio a alguien lento.
— Wow, eso no lo esperaba — digo con una mueca de fingida sorpresa —. ¡Por favor, Matías! Dime algo que no sepa — pido con fastidio, levantando los ojos al techo —. Además, sabían demasiado de mí como para que apenas me hayan visto ayer. Saben de mis hermanos, de Cristal... Dios, ¡hasta saben de mi mamá! — exclamo con creciente inquietud —. Y no solo eso, conocen gestos míos, patrones, cosas que uno no puede saber con una simple observación. Esto ya roza el acoso, ¿lo ves? Pero estoy atada de manos. No sé... no cuadra — confieso al final, bajando la voz con angustia.
Por muy insolente que sea a veces, sé que puedo confiar en que Matías me escuche. Siempre lo ha hecho. Aunque no sepa todos los detalles de mi vida, conoce lo esencial. Sabe a lo que se dedica mi padre, igual que Omar. Sabe de la infidelidad de mi madre, que fue la razón principal por la que terminé aquí. Matías es bueno escuchando... supongo que eso se debe a que estudió algunos años de psicología, aunque luego abandonó la carrera porque le aburrió.
Aun así, es una persona que, en algún momento, estuvo dentro del mismo tipo de vida que yo, la de mi familia... y la de otras familias como la mía. Tiene dinero, eso es evidente, y aunque no sé por qué está aquí de director, según él, disfruta de esto. Le gusta ayudar a los alumnos, guiarlos para que no repitan los errores que él cometió en su adolescencia.
Trata de entendernos, de conectarse con esta generación. Se adapta a nuestros gustos, a nuestro lenguaje, pero sin perder esa autoridad que infunde respeto. Matías puede ser tan divertido como sabio... y quizás por eso me resulta imposible no buscarlo cuando siento que el mundo empieza a desmoronarse bajo mis pies.
— Dime que esa altanería no la has usado con ellos — habla con un tono de súplica que me toma por sorpresa. Su voz suena más vulnerable de lo habitual, casi como si le preocupara en serio lo que podría haber desencadenado.
Me ofende su casi súplica. ¿Acaso cree que soy tan ingenua? ¿Tan fácil de controlar?
Obvio que... ya la usé.
— ¿Con qué cara me viste como para yo tratarlos bien? — pregunté con sarcasmo y una ceja alzada, dejándole en claro que su petición llegó tarde, demasiado tarde.
— Mierda contigo, Zoe — masculla entre dientes, visiblemente frustrado —. ¿Quieres ser más inteligente que tu madre? ¿No?
— Sí, claro que sí. Pero... ¿qué tiene que ver ella con esto? — cuestiono confundida, sin comprender por qué la arrastra a esta conversación.
— Ellos son un problema para tus planes, Zoe. Son una distracción — afirma con seriedad —. Y más aún porque tú no vienes de una familia normal. Ellos son un problema en todo sentido. Así que lo mejor es que no los provoques — explica con una mezcla de advertencia y resignación en la voz.
— Sí, eso lo sé — admito con un suspiro —. Solo que vengo a desquitarme contigo por no haberme hecho caso ayer — le explico con tono acusatorio, pero sin perder la intención juguetona. Me acerco un poco, ladeando la cabeza con una sonrisa maliciosa —. Además... ellos fueron los que decidieron venir a mí, no yo a ellos — comento con satisfacción, recordando el momento exacto en el que la balanza se inclinó a mi favor.
Matías me lanza una mirada que dice claramente "tú no tienes remedio", pero debajo de su expresión frustrada, puedo ver que también hay una chispa de orgullo, por retorcido que suene.
— Tú sabes lo que haces. Yo solo estoy aquí para apoyarte. Soy tu refuerzo en la destrucción — dice con una sonrisa torcida, y aunque suene a broma, sé que lo dice en serio.
— Lo sé — respondo con sinceridad, bajando la mirada por un instante. Agradezco su presencia más de lo que él imagina.
— Mientras tanto, trata de seguir teniendo ese toque tímido e inocente... o al menos algo que se acerque a la inocencia — añade, y lo miro mal por su comentario.
— Soy sincero, Zoe. Trata de seguir viéndote débil ante el cazador. En este caso... ante los depredadores — me aconseja con voz grave —. Recuerda que los lobos se disfrazan de corderos — agrega con tono solemne —. Y tú, Zoe... tú eres una astuta loba — sonríe con orgullo, como si ya supiera el final de esta historia.
Una sonrisa genuina se dibuja en mis labios por su apoyo.
— ¿Qué haría sin ti? — pregunto en tono bromista, inclinándome ligeramente hacia él.
— Nada. Porque ya estarías muerta — bromea con humor oscuro, y ambos reímos.
— Debo dejar de alimentar ese ego tuyo... — río, negando con la cabeza.
— Soy el mejor, hija — se idolatra a sí mismo con una sonrisa arrogante, y me hace soltar otra risa.
— Bueno... a seguir con mis clases... — me dispongo a dar media vuelta, pero justo en ese instante la puerta se abre sin que nadie haya tocado.
Dos Brooks entran sin anunciarse, impertinentes como siempre, con esa mirada de arrogancia que los caracteriza. En cuanto los veo, mi cuerpo reacciona sin pensar: mi postura cambia, mis hombros se encogen y mi expresión se suaviza hasta adoptar una apariencia tímida, casi sumisa, como si hubiera sido entrenada para ello. Como si mi instinto supiera que debía protegerme.
— Gracias por su comprensión, Rector. Trataré de no volver a cometer ese tipo de faltas — digo con voz suave, fingiendo que seguimos en una conversación disciplinaria. Lanzo una mirada cómplice a Matías, recordándole lo de ayer para que me siga la corriente.
Él asiente con un leve gesto, captando al instante lo que intento hacer.
Una obra de teatro silenciosa, en la que ambos sabemos que nuestras vidas dependen de nuestras actuaciones.
— Por favor, señorita Vólkov — me sigue la corriente Matías con toda la formalidad del mundo —. Ya sabe, cualquier cosa, aquí estamos. Puede retirarse.
Qué buen actor eres, Matías. Te mereces un premio.
— Gracias, con permiso — respondo con una leve inclinación de cabeza, adoptando el tono obediente que tanto agrada a los que no me conocen. Camino con paso firme, cruzando entre Amon y Benno, que me observan en silencio.
Una mirada intensa me atraviesa como una flecha justo cuando paso entre ellos. Ambos me clavan los ojos encima como si intentaran descifrar algo oculto en mí, como si ya supieran que todo esto es parte de un juego más grande. Trago saliva, fingiendo calma, y continúo mi camino.
Creo que ya pasó todo, que la escena quedó atrás. Respiro profundo, reviso el horario mentalmente: mis siguientes clases comienzan en veinte minutos. Genial... (nótese el sarcasmo). Hoy sí que desperdicié el tiempo. Qué fabuloso día.
Pero justo cuando doblo por el pasillo, sintiéndome un poco más libre, unas manos me sujetan con fuerza por detrás. Una de ellas me tapa la boca antes de que pueda gritar. Pataleo con fuerza, luchando por liberarme, mi corazón se acelera como si estuviera a punto de estallar... pero cuando volteo la cabeza, lo veo.
Graven.
Su mirada está fija en mí con una concentración aterradora, como si cada centímetro de mi rostro fuera una fórmula que quiere memorizar.
— ¡Pero qué carajo te pasa! ¡Me asustaste! — le reprocho furiosa apenas me suelta, dándole un manotazo que intenta detener al atraparme la muñeca con rapidez.
— ¿Qué hacías en dirección? — pregunta, arrinconándome contra la pared del pasillo con esa manera suya de invadir el espacio personal como si fuera dueño del aire que respiro.
¡¿Por qué este lugar tiene tantos rincones ideales para hacer lo incorrecto?!
En otro momento, quizá habría encontrado esto interesante... incluso emocionante.
Pero ahora... mmm... no. Definitivamente no.
— Explicando por qué me retiré temprano el día de ayer — respondo sin titubear, aunque adopto un tono más suave, casi tímido. Hay veces que dejar que crean que me intimidan es más útil que resistirme.
— ¿Tu timidez regresó, pequeña? — pregunta con una sonrisa ladina, tan encantadoramente molesta que dan ganas de golpearlo.
Si la timidez existiera en mí, tesoro, estaría bien enterrada bajo metros de orgullo.
— N-no — murmuro, fingiendo un tartamudeo.
— ¿No? — repite divertido, inclinándose un poco más —. A mí me parece que sí — dice mientras ríe con una tranquilidad irritante.
Ríe mientras puedas, cabrón. Se te va a acabar.
— Emmm... tengo que ir a clases... — intento zafarme, moviendo ligeramente el cuerpo.
— Sí, lo sé. Te llevaré yo — responde como si fuera lo más natural del mundo —. Ya que a Adad te le escapas, ¿eh? — añade, recordándome ese pequeño y nada conveniente detalle.
— N-no... no era mi intención... — balbuceo, pero él alza una ceja con escepticismo. No me cree ni por un segundo.
Justo cuando parece que va a responder, aparecen Amon y Benno. Los dos se aproximan en silencio, como si su presencia fuera inevitable. No sé por qué, pero siento que le soy... indiferente a Benno. Su mirada no transmite interés. Ni siquiera la mínima curiosidad.
¿Y eso a ti qué te importa? — pregunta mi subconsciente, mordaz.
Tienes razón — le respondo mentalmente. Pero si le soy indiferente a Benno... ¿por qué ser pareja de los seis?
Acá hay gato encerrado — concluyo mi pensamiento, sin poder evitar sentir que algo no encaja.
Déjate de cosas. Ambas sabemos que es más que solo eso — me acusa mi conciencia con una voz interna afilada.
Déjate de estupideces y cállate — le reprocho a mi mente, intentando recuperar el control. No es momento para dudar, ni para dejar que pensamientos sin forma me nublen el juicio.
— ¿Escaparte de Adad está bien, pequeña? — pregunta con voz suave pero lo suficientemente clara como para arrancarme de mi mundo de pensamientos turbulentos.
— No... pero él me estaba molestando — respondo con torpeza, bajando un poco la mirada.
¡Joder! Parezco una niña pequeña dando esa excusa ridícula, como si no tuviera la capacidad de manejar las cosas por mí misma.
Ellos sonríen. Y no cualquier sonrisa. Esa clase de sonrisas divertidas, burlonas, que claramente disfrutan de mi incomodidad como si fuera entretenimiento gratuito.
Los fulmino con la mirada, frustrada por mi propio desliz emocional.
— ¿Me llevan a mi clase o no? — pregunto con fastidio, cruzándome de brazos.
— Sí, pequeña — responde Amon con una sonrisa que mezcla diversión con un toque de algo que no termino de identificar. ¿Gusto? ¿Satisfacción?
— Vamos entonces — digo con un suspiro resignado.
Sin previo aviso, Amon posa su mano en mi cintura. El gesto es natural para él, como si tuviera derecho sobre mi espacio personal.
Yo, en cambio, siento una descarga incómoda recorrerme desde el punto de contacto.
Por dentro, una risa amarga se burla de la escena; por fuera, solo hay rigidez. Técnicamente, su cercanía sí me incomoda, aunque nunca lo admitiría en voz alta. No delante de ellos. No ahora.
Caminamos los cuatro en dirección a mi siguiente clase. Mis pies se mueven solos, mientras mi mente está sumida en una tormenta de pensamientos que no me da tregua.
Siento — y veo — cómo los tres se comparten miradas rápidas, casi imperceptibles... pero no para mí.
¿Qué carajo hay entre estos tres?
¿Qué se traen entre manos?
¿Por qué esa complicidad silenciosa?
La verdad es que en mi cabeza no dejan de repetirse las mismas preguntas una y otra vez como una alarma constante:
¿Por qué elegirme a mí como novia de ellos cinco?
¿Qué ganan con eso?
¿Qué buscan realmente?
¿Y por qué saben tanto de mi familia?
No importa cuánto intente convencida de lo contrario...
Sé que no es casualidad.
Sé que me tienen en la mira desde hace mucho tiempo.
Y aunque de mi familia no saben todo, claramente saben más de lo que deberían. Y eso, simplemente, no me gusta.
— ¿En qué tanto piensas? — pregunta Amon de pronto, su voz se desliza entre mis pensamientos como una cuchilla.
— E-en nada — tartamudeo, como si me hubieran atrapado con las manos en la masa.
— ¿Regresó tu timidez? — insiste, su sonrisa vuelve a curvarse en esos labios que parecen disfrutar de jugar conmigo.
Otra vez la mula al trigo.
— Mmmm... — es lo único que consigo articular, como si mi lengua se negara a cooperar.
Finalmente, llegamos frente al aula. Mis pasos se aceleran, con la esperanza de perderlos de vista en cuanto cruce el umbral. No me despido. Ni siquiera los miro.
Solo quiero alejarme.
Pero el universo, como siempre, tiene otros planes para mí.
Antes de dar siquiera un paso dentro del salón, una mano me toma del brazo con fuerza suficiente para detenerme, pero sin lastimarme. El movimiento me obliga a girarme, y en ese instante, mi cuerpo tropieza directamente con un pecho firme y cálido.
Graven.
— ¿No te despides? — pregunta con tono coqueto, su rostro peligrosamente cerca del mío.
— Adiós — murmuro con sequedad, intentando zafarme, pero la historia se repite.
Otra vez, otro brazo, otra detención.
Esta vez es Benno.
— ¿Qué quieren? — pregunto, ya sin disimular mi mal humor. Estoy cansada de estos juegos.
Pero lo que me desconcierta no es su actitud.
Es su sonrisa.
Benno... sonríe.
Y eso, eso es algo que no hace nunca.
Nunca.
Mierda.
Eso no es buena señal.
Eso... es mala señal.
— Despídete de la forma correcta — dice, con una voz grave que vibra contra mi piel. Se aproxima lentamente, acorralando mi cuerpo con el suyo. Su presencia se vuelve asfixiante, invasiva... peligrosa.
— ¿Sabes cuál es la forma correcta? — susurra, inclinando su rostro hasta quedar a escasos centímetros del mío.
Ah...
Con que de esto trata todo.
Claro que lo sé, amor.
Y créeme...
Voy a usarlo a mi favor.
— Mmm... sí, claro... — murmuro con voz suave, casi melosa, mientras avanzo lentamente hacia él. Cada paso está cuidadosamente calculado. No debo exagerar, no quiero levantar sospechas. La clave es que todo parezca natural, genuino, como si de verdad me saliera del alma.
Mi mirada se funde con la suya, intensa, segura... pero bajo la superficie, mis pensamientos giran como engranajes afilados.
Voy a hacerlo caer.
Voy a girar el juego a mi favor.
Llevo una mano a su pecho con suavidad, deslizándola hacia arriba con una caricia que parece casual. Siento el calor de su cuerpo bajo mis dedos mientras mi palma se abre paso hasta su nuca.
Nos observamos a los ojos, detenidos en ese instante suspendido, cargado de tensión, de expectativa.
Entreabro los labios cuando estoy a escasos centímetros de los suyos. Ladeo un poco la cabeza y, justo antes de que el momento se vuelva real, mojo mis labios con rapidez y desvío el objetivo.
En lugar de besar su boca, deposito un beso suave justo en el centro de su mejilla.
Cálido. Preciso. Inesperado.
Retiro mi mano de su nuca con elegancia, con la misma lentitud con la que me acerqué, y me aparto con una sonrisa que no llega a mis ojos.
— Ahora sí... bye — digo con voz dulce mientras me suelto completamente de su cercanía. Puedo sentir sus ojos sobre mí, su sorpresa, su desconcierto. Están en trance. Y lo adoro.
Me giro hacia Amon y Graven con descaro.
— ¡Oh! También un beso para ustedes — lanzo uno con los dedos al aire, coqueta y burlona.
Sin esperar reacciones, entro a mi clase con paso firme.
— Bye, amores... — susurro para mí misma, dejando que el tono cargado de burla se pierda en el aire, lo suficientemente bajo como para no ser oído.
¿Qué esperaban? ¿Que les diera un beso a cada uno en los labios después de unas cuantas horas de amenazas y juegos mentales?
¡Por favor! Un poco más de inteligencia, hermanos Brooks.
Camino sin mirar atrás. Me dirijo directamente al fondo del aula, donde el rincón más alejado me llama como un refugio.
Apenas hay tres estudiantes más, ninguno me presta atención. Perfecto.
Me dejo caer en el último asiento, saco mis cosas con tranquilidad y suelto un suspiro largo. Luego, no puedo evitar que una pequeña risilla escape de mis labios.
Y así, caballeros...
Así es como se juega mi juego.
¿Y el suyo, hermanos Brooks?
Estoy ansiosa por descubrirlo...