Zoe Volkov
Crédulos
— Está bien, luego veremos quién respondió, pero regresando al tema... — lo interrumpo con rapidez, buscando desviar el asunto que empieza a incomodarme.
— Lo podemos dejar para después... Las clases ya comenzaron y no quiero recibir un nuevo llamado de atención — expreso con una voz cargada de falsa preocupación, acompañada de una sonrisa que no llega a mis ojos.
Qué excelente actriz soy. Deberían darme un premio por mi capacidad de ocultar lo que realmente pienso.
— No, luego arreglamos ese tema. Ahora importa este — nos señala a todos con un gesto amplio, como si tuviera el control absoluto de la situación —. Como ya oíste, tú desde ahora tienes... ¿cómo se podría decir?... — deja la frase en el aire, fingiendo pensarlo, aunque todos sabemos que lo está haciendo a propósito.
— ¿Qué? — pregunto en voz baja, entrecerrando los ojos con desconfianza. Puedo sentir cómo la incomodidad empieza a arrastrarse por mi columna como una serpiente fría.
— Una relación, mi amor — interviene Amon con una sonrisa burlona, enfatizando cada palabra como si saboreara la idea.
— Así no es una relación — me quejo de inmediato, alzando la voz en protesta, como si mi opinión tuviera algún peso real en esa conversación.
— Así son las nuestras, así que callas y obedeces — me advierte él con una tranquilidad que hiela la sangre. No grita, no se impacienta. Solo deja claro que lo que dice, se cumple.
Aprieto los puños con fuerza, sintiendo cómo las uñas se clavan en la piel de mis palmas. Es lo único que puedo hacer para no estallar.
¿Es que se creen reyes del universo?
¿Acaso piensan que pueden decidir sobre la vida de los demás como si el mundo les perteneciera?
Y lo peor de todo... es que tal vez, en este maldito lugar, sí pueden.
— Pero... ¿para qué? — pregunto con timidez, bajando la mirada como si no entendiera del todo, aunque en el fondo algo dentro de mí ya lo sospechaba.
— Necesitamos tener una bella chica con nosotros, pequeña — responde con voz suave el que está justo detrás de mí. Sus dedos se deslizan por mi cintura con una familiaridad que no he pedido, ni quiero. Lo ha estado haciendo desde que me tienen aquí, como si mi cuerpo le perteneciera por derecho.
— Una que no esté con nosotros por nuestro poder o dinero. Que no nos engañe. Que no sea una trepadora. Que no sea una cualquiera — continúa, sus palabras se clavan una a una como agujas. Cada frase parece cuidadosamente seleccionada para hacerme sentir “especial”, como si eso justificara lo que están haciendo.
— Queremos a una chica hermosa que esté solo para nosotros y... ¿qué mejor que tú? — concluye, como si su lógica fuera imposible de refutar, como si yo debiera sentirme agradecida por haber sido "elegida".
Esto está mal.
Esto arruina todos mis planes.
Vuelta atrás no hay.
¡Maldito profesor de mierda!
¡Maldito sea el momento en que los miré con tanta intensidad!
¡Maldita yo por dejarme arrastrar!
— ¿Cómo saben que yo tampoco estaría con ustedes por interés? — pregunto, fingiendo ingenuidad. Mi tono es tan suave que podría pasar por miedo, pero en realidad es estrategia. Quiero ver qué tan seguros están de su propia ilusión.
— Porque no nos has buscado por un interés. Estamos nosotros acá... y tú estás tratando de huir — responde Adad, mirándome con esa mezcla inquietante entre ternura y dominio.
— Yo... yo no quiero una relación con ustedes — digo con lentitud, como si cada palabra pesara, intentando sonar como una chica tímida e intimidada por su presencia. Tal vez así me dejen en paz. Tal vez así me crean débil.
— Tesoro, aquí — Amon señala a sus hermanos y luego a sí mismo, con gesto firme — es sí o sí... — su tono cambia, ahora es molesto, irritado por mi rechazo.
— N-no puedo... y n-no quiero — balbuceo, como si el miedo me estuviera comiendo por dentro.
Pero no es miedo... es ira contenida. Es frustración.
— Creo que estamos siendo muy pacientes contigo, Zoe... — la nueva voz resuena como un trueno. Grave, pausada, pero cargada de una amenaza latente que hiela la sangre. Es la primera vez que lo escucho desde que estamos aquí. Hasta ahora había permanecido en silencio, observando.
Oír mi nombre en su voz... me estremece.
Benno.
Ese nombre pesa en el aire como una sentencia.
Y lo peor es que, por un segundo, me paraliza. Porque temo... temo lo que yo podría ser capaz de hacer si me arrinconan más.
— No... no quiero una relación con ustedes — respondo nuevamente, esta vez con más firmeza, aunque mi voz aún suena contenida.
Apenas termino la frase, siento cómo quien está detrás de mí me agarra con brusquedad. Sus dedos se clavan en mis brazos como si fueran garras, obligándome a tensar la mandíbula. Rechino los dientes, no por miedo... sino por la rabia que me provoca. Es una reacción visceral, el ardor interno que me grita que lo golpee, que lo aleje, que lo queme vivo con mi desprecio.
— Pequeña muñeca — murmura con una voz melosa y repugnante mientras me gira a la fuerza para que lo mire de frente —, nosotros fácilmente podríamos destruirte. Tú no estás en posición de decir un “no”. Con un simple chasquido, podrías amanecer muerta frente a tu propia casa... haciendo sufrir a tus seres queridos.
Como si eso fuera a asustarme.
Serás estúpido, Raían.
— O algo mucho mejor — continúa, acercando su rostro al mío con una sonrisa torcida —, podríamos desaparecer de la noche a la mañana a tu bella familia... a tu madre... y a esos preciosos gemelos.
Siento el golpe de esas palabras directo al estómago. Una parte de mí quiere levantar la mano y estrellarla contra su rostro, dejarle una marca que nunca olvide. Pero me contengo. Aprieto los labios, forzándome a fingir miedo... aunque lo único que siento es una furia hirviente.
— Serías la única culpable de la muerte de tu familia. Y lo mejor... podríamos dejarte con vida. Sí, dejarte viva con la culpa clavada en el alma, sabiendo que por tu terquedad, ellos ya no están — dice con esa mezcla repugnante entre molestia y diversión, como si disfrutara cada palabra, cada segundo de su discurso enfermo.
Hace una pausa, y sus ojos bajan lentamente hacia mi pecho. Extiende la mano y desabrocha con lentitud el botón superior de mi saco, mientras habla con una voz más baja, cargada de una lujuria que me revuelve el estómago.
— ...y también podríamos disfrutar de este bello cuerpo...
Trago saliva, no por miedo, sino por contener las ganas de escupirle en la cara. Para ellos, ese gesto es señal de debilidad. Para mí, es una promesa silenciosa de que esto no se quedará así.
— ¿Me estás amenazando? — pregunto con incredulidad, con un tono seco que no puedo disfrazar del todo. Lo miro directo a los ojos, y él responde con una sonrisa ladeada, maliciosa, dejando que un mechón rebelde de su cabello anaranjado caiga sobre su rostro. Esa imagen se clava en mi mente como una advertencia visual.
Y, por primera vez... me estremezco.
Esto no me gusta.
Esto no me gusta para nada.
— Podríamos disfrutarlo contigo o sin ti... — murmura con esa arrogancia odiosa —. Podríamos arruinarte la vida. Dejarte sola en el mundo si no aceptas esto. Muñeca, no sería justo matar a dos pequeños inocentes solo por tu terquedad...
Esa última frase me rompe algo por dentro.
Una parte que apenas y podía sostenerse.
Lo miro con asco. Con odio puro. Él lo interpreta como miedo. Como si me estuviera doblegando.
Pero no entiende.
No saben con quién están jugando.
¿Qué tal si mejor yo les arruino la vida a estos desgraciados de mierda?
La otra es…
¿Cómo saben tanto? ¿Qué acaso me vigilan?
Eso es imposible... tengo casi todo un ejército detrás de mí.
Mi entorno está blindado, nada se mueve sin que yo lo sepa.
Y aun así, ellos saben.
Ellos siempre saben.
En este momento soy perfectamente capaz de cortarlos en pedazos y dárselos de comer a los perros callejeros, uno por uno, lentamente, como castigo por su descaro.
Por su invasión.
Por creer que pueden manejarme como a una muñeca rota.
Malditos mal paridos sean los Brooks.
Pero no. Ellos no arruinarán mis planes.
Son una molestia, sí.
Una espina en el zapato, sí.
Un obstáculo que no tenía contemplado…
Pero no son algo que no tenga solución.
Son idiotas arrogantes.
Y los idiotas caen.
Siempre.
Pero…
En realidad...
Ellos vinieron a mí.
Yo no los busqué.
No me arrastré.
No me arrodillé.
No pedí nada.
Fueron ellos los que irrumpieron en mi vida.
Entonces… ¿por qué no decir que no?
¿Por qué no levantarme, escupirles en la cara y dejarlos con su patético ego hecho pedazos?
Porque sé que todo se volverá más difícil. Sin duda lo será.
Mis planes, que hasta ahora iban marchando a mi ritmo, se complican con cada palabra, con cada mirada de ellos.
Pero se complicarán aún más si digo no.
Y yo... no puedo permitirme retroceder.
Así que espero no arrepentirme de esto.
Al final de todo… si una relación nace de la obligación, no es una relación de verdad… ¿verdad?
Porque si fuera una relación real, mi padre pondría el grito en el cielo.
Y no, no lo haría porque su única hija esté con cinco hombres — eso, para él, no es un escándalo.
El verdadero problema sería la fama de esos cinco hombres.
Ese sería el verdadero grito.
Ahora me pregunto…
Zoe… ¿estás lo suficientemente cuerda como para aceptar que te pongan el cuerno cinco malditos a los que ni siquiera amas?
Probablemente no.
Probablemente esté cayendo más bajo de lo que imaginé alguna vez.
Pero si quiero venganza, si quiero hacerlos pagar, debo tener el control absoluto de mi vida.
Incluso si eso significa ensuciarme hasta el alma.
— Son unos desgraciados... — expreso en voz baja, sin darme cuenta. Es apenas un susurro, pero suficiente para que todos lo escuchen. Los miro, y su sorpresa se transforma en sonrisas.
Sonríen.
Como si yo fuera una pequeña mascota rebelde que finalmente aprende a obedecer.
— Pero... teniendo una propuesta tan... amplia, con muchas opciones — digo con sarcasmo, ladeando un poco la cabeza mientras los miro con falsa consideración — creo que aceptaré... tan generosa oferta — termino con un tono cargado de asco, como si las palabras me envenenaran la boca.
— ¿Ves, amor? No era tan difícil — expresa Amon con burla, su sonrisa es tan falsa como su dulzura — ¿Empezamos con las presentaciones y las reglas? — pregunta con cinismo, mirando a sus hermanos con aire de victoria.
Los demás asienten. Como si esto fuera un simple trámite. Un juego.
— Amon, el mayor — comienza, señalándose con evidente orgullo.
— Le siguen Benno y Graven, comparten el segundo lugar — agrega, haciendo un gesto vago hacia ellos.
— Después está Raían… y por último, Adad.
Asiento con la cabeza, sin decir nada.
Sus nombres ya me los sé.
Se los he memorizado como una buena enemiga memoriza a sus amenazas.
Por un momento, creí que se presentarían en orden alfabético.
Pero no. Nada en ellos parece seguir la lógica.
Miro a Benno.
Me observa con indiferencia, como si no valiera su tiempo.
Luego mis ojos se cruzan con los de Graven, y me doy cuenta de algo: no se parecen en nada.
¿Tienen la misma edad? ¿Son gemelos?
Imposible saberlo.
Con ellos, todo es confusión.
— ¿Ya me puedo ir a clases? — pregunto, molesta, sin disimulo.
Estoy cansada.
Saturada.
Y siendo completamente sincera… esto me revienta.
Podrán ser extremadamente guapos, podrán creerse los dioses de este maldito pueblo…
Pero yo no tengo por qué aguantarlos.
Y no lo haré... más de lo necesario.
Suficiente tengo con mis propios problemas, como para ahora también cargar con los suyos.
— No, cariño... aún faltan las reglas... — responde Amon, con una sonrisa que me dan ganas de estampar contra el suelo.
Lo miro fijamente, clavando en él todo el odio que puedo reunir en mi mirada.
Mis ojos, esos que todos dicen que son "hermosos".
Y sí... quizás lo único realmente hermoso que tengo sean mis ojos.
Son lo único que me gusta, lo único que valoro con cierta vanidad.
Los heredé de mi padre. Intensos, fríos, implacables.
No como los de mi madre, que se llenaban de lágrimas con solo ver una injusticia.
— ¿Ah, sí? ¿Y cuáles son las dichosas reglas? — pregunto con un tono lleno de fastidio, de irritación apenas contenida.
Si tengo que soportar su presencia, sus aires de superioridad, su ego inflado, entonces al menos que ellos aprendan a soportar mi mal humor.
No pienso poner la otra mejilla.
No pienso ser una mosquita muerta con ellos, ni fingir que soy sumisa solo para no hacer olas.
Antes, sí... antes lo hacía. Por conveniencia. Para no llamar la atención.
Pero ahora que ya la tengo, ahora que ellos me han puesto bajo sus focos, sería una estupidez seguir ocultándome.
Y si tengo la atención de estos cinco, no tardaré en tener la atención de los demás.
— Cariño, ese tonito no me gusta — responde Raían, el que aún me mantiene sujeta como si fuera suya.