Andrés Se acerca a mí con paso tímido y, en cuanto se sienta a mi lado, tengo que controlar el impulso de tirarla hacia atrás y hacerla mía de una buena vez. En cuanto vea cómo lo hago, ya no va a querer alejarse de mí. Me doy una cachetada por dentro, en vez de estar haciéndome el difícil para que me ruegue que vuelva a la cafetería, me está hablando y yo ni siquiera la escucho porque estoy perdido en sus labios rellenos moviéndose con rapidez y en sus ojos negros grandes y brillantes que me miran con expresión avergonzada. —¿Me estás escuchando? —pregunta ella de repente poniendo los ojos en blanco. —Sí, morocha, obvio. —¿A ver, qué te dije? —Que vuelva al trabajo. —Me encojo de hombros. Ella resopla y vuelve a levantarse de la cama. —Si no te interesa volver, no vuelvas, pero lo ú