Cita a ciegas

1967 Words
Sentí que estaba soñando, giré la cabeza hacia mi madre y ella sonrió. – Gabriela, nunca dijiste que era tan linda – mencionó la mujer que estaba sentada en el otro lado de la mesa. Al sentarme, mis músculos estaban rígidos. – Estoy segura que lo mencioné, mi Regina es la más hermosa. Cariño, Antonio acaba de regresar al país. Estuvo en el extranjero por un largo tiempo. – Seis años – dijo él. Hice mis cuentas, hace seis años yo tenía veintiuno, estaba en tercer año de la universidad, así que debió ser justo después de la pasantía de Leo y del crimen de acoso. – Y ahora es el director de una automotriz, ¡no es admirable! – dijo mi madre y volteó a verme. Yo permanecí en silencio, y ella continúo – Regina trabajaba como ejecutiva en la empresa, pero decidió retirarse para concentrarse en manejar sus acciones. Tal y como mi madre lo dijo, no había espacio para la honestidad en las relaciones – mamá, estas un poco confundida, la ejecutiva era Sarah, yo trabajaba en recursos humanos, atendía el buzón de quejas y sugerencias, también iba a las tiendas a revisar que todo estuviera en orden, me dieron un coche para poder moverme, pero olvidaron darme beneficios de estacionamiento y pasaba casi todo el día caminando, ¡es increíble lo difícil que es conseguir un lugar para estacionarte en el centro de la ciudad!, ¿les ha pasado? Por suerte, humillarme era parte de mi rutina en las citas a ciegas. Hola, soy Regina: la hija fracasada de la familia. – Mi padre hizo lo mismo – dijo Antonio – cuando recién comenzaba me envió como asistente a uno de los despachos jurídicos que manejamos, aprendí qué tan seguido se atasca el papel en las impresoras de tóner. Mamá lo encontró gracioso; yo pensé en Leo. La puerta se abrió, los meseros acomodaron los platillos, y con cuidado, tiré de la blusa de mi mamá tres veces para indicarle que ese hombre no me gustaba, ella se aclaró la garganta. – Pedí ostiones para ti, sé que los adoras. No era la primera vez que me sentía incomoda en una cita, pero esa vez fue diferente, busqué la salsa entre los pequeños platos de la mesa y me encontré con la mirada de Antonio. Su sonrisa era tan delgada como la línea entre la cortesía y la burla. – Escuché que abrieron un nuevo piso en el bar, más en el estilo de los jóvenes – dijo la señora Celeste. – También lo escuché, en el pent–house, Regina, deberías ir, pasas muy poco tiempo conviviendo con chicos de tu edad. La señora Celeste volteó a vernos – Antonio no ha ido, hijo, ¿por qué no la llevas? – Me encantaría. – No hace falta. Los dos respondimos al mismo tiempo. Yo no quería dejar espacio para dudas – estoy ocupada, dejé mi trabajo para concentrarme en las acciones que me dejó el abuelo, algunas son de empresas en las que no estoy interesada y planeo venderlas, aunque, no se mucho sobre eso, ¿cómo se vende una acción? Mi mamá me pellizcó la pierna, dolió. – Eso es perfecto, Antonio puede ayudarte, él sabe mucho sobre esos temas. Él comía despacio y constantemente me miraba – te daré mi tarjeta, llámame cuando quieras y lo discutimos, si son acciones que compró el señor Duarte, pienso que te conviene conservarlas, podemos revisarlas juntos – me guiñó el ojo. – Maravilloso – dijo mi madre – tendré que encargarte a mi Regina, cuídala bien. De haber sabido que sería así, me habría quedado en casa. Una media hora después me levanté al baño, regresé, y descubrí que en la habitación solo estaba él, Antonio Evans. – Dijeron que saldrían a fumar un cigarrillo, no creo que vuelvan. No me sorprendió, di la vuelta para salir del restaurante sin despedirme ni dar explicaciones. – Si te vas ahora, le pediré a tu madre que arregle otra cita, si te quedas, prometo que no volveré a molestarte. Dudé, sabía que mi madre no se rendiría, era muy insistente con las citas, ni siquiera saber que yo tenía novio la detuvo, así que regresé, me senté y miré la comida con desconfianza, estuve mucho tiempo en el baño, él se veía muy relajado – tú pediste la cita, ¿por qué? Se encogió de hombros antes de responder – me hablaron de matrimonio, pusieron muchas fotografías sobre la mesa y tú estabas entre ellas, quise comenzar con un rostro conocido. – Choqué contigo, te grité, golpeaste mi hombro y pensaste, ¡es el prototipo de la esposa perfecta! – ¿Eres así en todas tus citas a ciegas? – Sí, todo el tiempo, tengo experiencia. Al menos unas setenta – exageré – desde los veintidós están tratando de casarme y sigo soltera, ¡qué te dice eso! – Qué no has encontrado al hombre correcto, o, que desconfías de los hombres que te presenta tu madre, porque estás molesta. Eres completamente capaz de elegir al hombre con el que pasarás el resto de tu vida y ella sigue obligándote a asistir a estas reuniones, te sientes frustrada y decides que no les darás ni una oportunidad a esos hombres. Eso es totalmente cierto. – Yo no tengo tanta experiencia, eres mi cita a ciegas número seis. – Dicen que el siete es un número de la suerte, apuesto a que encontrarás a la correcta en tu siguiente cita – me levanté y él tomó mi mano, no me lo esperaba, tampoco se sintió tan asqueroso como imaginé que sería. – Traerán el postre, tu madre lo ordenó, dijo que era tu favorito, también pediré más bebidas, supongo, que no tomarás esto – me soltó para apartar los vasos y dejarlos del otro lado de la mesa – puedes estar tranquila – me guiñó el ojo – cumplo lo que prometo. No encontré razones para irme, tampoco me sentí tan incomoda como al comienzo, la mirada de Antonio distaba mucho de nuestro primer encuentro, se sentía, cómoda – la última vez que nos vimos me llamaste ¡estafadora!, y ahora, quieres invitarme el postre. Él hizo un sonido raro al pasar aire entre los dientes – ese fue un error de mi parte, en mi área de trabajo te topas con toda clase de personas, te malinterpreté y actúe a la defensiva, ¡lo lamento! Trajeron una copa de helado, ese no era mi postre favorito. – Espere – dijo Antonio – ella ordenará otra cosa. Lo miré sin comprender – estoy bien – tomé la cuchara y lo probé. Era helado de Brandy. Antonio apartó la copa – ¿estás bien? – Sí – respondí y tomé una servilleta – el brandy es la bebida preferida de mi abuelo, solía ir a su oficina y ver una botella en la esquina de la mesa, yo odio el brandy – lo dije tan casualmente, un segundo después me pregunté qué estaba haciendo, no suelo compartir detalles de mi vida con extraños. – No tienes que comerlo si no quieres – dijo Antonio y retiró el plato, después movió el suyo hacia mi lado – imaginé que este te gustaría más. Lo pedí para ti. Era una rebanada de pastel con la cuchara limpia y dos trozos de fresa en la parte de arriba. – ¡Cómo supiste que no iba a gustarme el helado! – La señora Duarte habló mucho de ti, y no te molestes, pero sonaba como si no te conociera. – Tú tampoco me conoces. Él sonrió – cierto, ¿no quieres el pastel? – tomó un pedazo y lo acercó a mis labios. Mis dedos se sintieron entumidos, tomé la cuchara y al regresé al plato antes de decidirme a probarlo. – Tampoco es tu postre favorito, tal vez la próxima vez acierte. – No habrá una próxima, lo prometiste. – Podríamos encontrarnos por casualidad, Obsidiana no es mi restaurante favorito, pero es cómodo, accesible y no tengo que reservar con anticipación, prometo que será con las mejores intenciones – levantó la mano – no me gustaría toparme contigo y que me tratarás como a un extraño, o peor, una mala cita. No voy a mentir, fue la mejor de todas mis citas a ciegas, no me hizo preguntas indiscretas, no indagó en mi religión, experiencias pasadas o expectativas del futuro, en realidad, hablamos de nada y sentí que me conocía mejor que mi propia madre. Él pagó la cuenta, no me dejó sacar mi cartera, se despidió con un apretón de manos, no invadió mi espacio personal, me acompañó a mi coche, abrió la puerta para mí y al final, me dio su tarjeta. – Por si algún día necesitas ayuda. Fue tan diferente a lo que imaginé. – Lo lamento – le dije – yo choqué contigo, estaba distraída, di la vuelta sin ver y…, no estaba en mi mejor momento. – Lo sé – fue su respuesta. Aún no recuerdo cuándo fue la última vez que un hombre me impresionó, por eso conduje a un mirador, tomé mi celular y marqué el número de Leo. Él no respondió a la primera, marqué dos veces más y finalmente contestó. – Regina. – Hola, ¿recuerdas al hombre del otro día?, al que le grité y tú me llevaste a la habitación de arriba del restaurante para decirme que era muy peligroso y que no debía encontrarme con él. Tras una pequeña pausa, él dijo – sí, lo recuerdo. – Acabamos de tener una cita. – ¡Qué! – Mi madre organizó una cita a ciegas, me dijo que me vería en Obsidiana y cuando llegué descubrí que era con él, no lo sabía antes de entrar a la habitación, por eso se llama: ¡cita a ciegas! – ¿Sigues con él? – No, estoy de camino a casa, nos separamos hace un rato. Escucha, ¿estás seguro de que fue él quien acosó a tu compañera?, porque me pareció agradable, paciente, comprensivo, muy diferente de la primera vez – lo dije porque quería escuchar su reacción. Y esa fue – no sabes juzgar a las personas. Apreté el celular con fuerza – claro, ¡qué tonta soy!, ¿no? – Regina, ¿podemos hablar después? – ¿Para qué?, ya sé que soy tonta, no necesitas agregar algo a esa frase. – No fue lo que dije. – Fue lo que escuché. Él resopló – ¿puedo ir a tu casa más tarde? – Si eso quieres, avisaré en la entrada, lleva tu identificación – colgué la llamada, conduje a casa y subí a mi habitación. Pensé en lo que Víctor me dijo, quizá no era amor, sino solo un capricho. Lo conocí cuando era muy pequeña. Mi mundo era diminuto y de pronto, comenzó a girar alrededor de él. Sentí una punzada en el pecho, tengo tan claros todos los momentos que pasamos juntos, si cierro los ojos sé que puedo verlo corriendo bajo la lluvia, o dormido en el salón de clases, puedo verlo sentado con las piernas levantadas encima del asiento de enfrente, el cabello despeinado y la forma en que aventaba su mochila para apartar su lugar en las gradas del gimnasio. Y también, puedo verlo siendo un adulto, caminando lejos de mí, con la mirada al frente, sin voltear ni una sola vez a verme. Si piensas en la misma persona cada minuto de tu vida, ¿cómo lo llamarías?, siempre supe que lo amaba, me había autoconvencido por años, pero, cuando estaba delante de mí, todo cambiaba, ese día bajo la lluvia volvía a mi cabeza y me llenaba de sentimiento. ¿Por qué no me elegiste? ¿Qué está mal conmigo?
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