Ese día estaba alterada.
¿Qué tanto?
Cada mañana tomo un vaso de licuado con fibra, me ayuda a la digestión. Ese día fui a una cita a ciegas y olvidé mi licuado, así que volví a casa, destapé la botella, le di un trago…, y escupí en el lavabo. Lo que tomé era muy dulce, pero tenía una consistencia arenosa, como polvo húmedo. No era mi licuado, era uno de los medicamentos de Víctor.
Pasé un largo rato frente al espejo, retocando mi maquillaje, peinándome y practicando mi sonrisa.
– ¿Por qué hago esto? – me pregunté. Leo tocó el timbre, yo bajé y abrí la puerta – bienvenido – él no había dicho ni una palabra y yo ya estaba molesta. Entró directo a la sala y miró alrededor – no está aquí, en caso de que lo estés buscando. No suelo dejar que desconocidos entren a mi casa – lo solté, queriendo decir; “eres especial, ya date cuenta”
Él dio la vuelta y me miró – lo siento – se sentó – sé que no tengo derecho a decirte esto, pero, podrías por favor decirme qué sucedió en la cita.
No me sentía de humor, estaba delante del hombre al que supuestamente amaba y quería echarlo de mi sala, pero seguía aferrada, sin importar qué doliera, quería estar con él.
– Mi mamá me llamó para decirme que tenía una cita a ciegas, no me preguntó, ella nunca lo hace, solo dijo, este es el lugar, esta es la hora, ¡ponte algo sexy!, para que conste, esto fue lo que llevé – señalé mi vestido y me senté – fue en Obsidiana, abrí la puerta y él estaba ahí, con su mamá.
Conté cada detalle, entre más hablaba, más notaba su expresión, no me preguntó cómo me sentí al escuchar a mi madre confundir mi trabajo con el de mi hermana, pero si preguntó por él.
No tardé en notarlo, Leo no estaba interesado en ese hombre, estaba obsesionado.
Si volteó a verme, fue porque dejé de hablar.
– ¿Por qué te estoy contando esto?, fue mi cita, y una muy interesante, por cierto, me dejó su número de teléfono, en caso de que necesite ayuda legal – mostré la tarjeta – ¿debería llamarlo?
No lo vi levantarse, pero sí escuché el sonido de la mesa siendo empujada y al segundo siguiente, lo vi frente a mí, tomando la tarjeta de entre mis dedos con una mirada dura. Si hubiera sido papel afilado, me habría cortado. Mi corazón latía muy rápidamente, pocas veces lo tuve tan cerca de mí, y fue por alguien más – tiene que ser una persona muy especial, casi me cortas un dedo – exageré.
– ¿Por qué?, de todas las personas – dio la vuelta, sentí que esa pregunta no fue para mí, él estaba hablando consigo mismo – ¿quién arregló la cita?
– Él, dijo que su familia le entregó varias fotografías, la mía estaba ahí, posiblemente mi mamá la envió, dijo que quería ver un rostro conocido.
– ¿Ya se conocían?
– Hablaba del día en que chocamos en la entrada de Obsidiana, esa fue la primera vez que lo vi.
Leo apretó las manos en puños, la tarjeta de presentación aún estaba entre sus dedos y la dobló.
– Vas a arruinarla, devuélvemela – intenté tomarla, pero él apartó su mano.
– ¿Planeas llamarlo?
– No tengo asesor legal, ¿lo olvidaste?, hace poco firmé un contrato como accionista de una empresa y tuve que arreglármelas yo sola con las malditas cláusulas, él se ofreció muy amablemente a asesorarme, no veo por qué debería despreciarlo, fue…
– Amable y comprensivo, ya lo mencionaste – se apartó, su tono era muy agresivo.
Sé cómo se ven los celos, los vi en mi rostro por años y sabía que la reacción de Leo era otra cosa, algo que no podía describir – estoy cansada, sé que tienes problemas, que estas en plena lucha interna, no necesitas decirlo, ¡lo estoy viendo!, y sé que delante de lo que sea que te esté pasando, mis problemas son insignificantes, pero, todo lo que quería era trabajar contigo, necesito un asesor legal, ¡quién mejor que mi amigo de toda la vida!, hasta pensé que estarías feliz y aceptarías de inmediato, ¡me equivoqué!, no quieres tener nada que ver conmigo, ni aunque te pagará lo suficiente como para abrir tu propio despacho, ¡ya lo entendí! – no quería llorar, en serio, no quería hacerlo – lo que no puedo comprender, es esto, te pones como loco cada vez que te menciono a ese hombre, no quieres que lo vea, ni que me encuentre con él, ¿qué soy exactamente para ti?, una persona a la que le das órdenes y tiene que obedecerte, ¡por que sí!
– Te expliqué.
– ¡Eso fue mentira!, y no me digas lo contrario, si el problema fue que no pudiste encontrar trabajo en otros despachos, entonces, habrías aceptado mi oferta, a la primera, no, esto es algo más. Estás obsesionado con ese hombre, si aceptaste comer conmigo esa tarde, fue porque querías inspeccionar el restaurante, me usaste, me mentiste y ahora intentas controlar con quién tengo citas y con quién no. Voy a olvidar que alguna vez fuimos amigos, es obvio que tú ya lo hiciste.
Esperaba que él me contradijera, pero el silencio se volvió pesado. Me levanté y caminé hacia la puerta para abrirla y pedirle que se marchara, hasta ese punto, todo salió mal y la única cosa de que la que estaba totalmente convencida, era que Leo y yo nunca seriamos una pareja.
Él sujetó mi brazo, dio la vuelta y tomó mi hombro, pude ver las líneas en su ceño fruncido y pensé, “no te esfuerces”
– Tienes razón, te mentí, no fue un caso de acoso, fue un homicidio.
– ¡Qué!
– Fui a casa de mi compañera, me detuve en el portón, iba a tocar el timbre y lo vi a él salir por la puerta, me vio, me reconoció y volvió a entrar, traía una sudadera envuelta en sus manos, me pareció sospechoso, así que salté por encima de la barda, entré a la casa y la encontré muerta en la sala, corrí a la puerta principal, él le dio la vuelta a todo el callejón, llegamos al mismo tiempo a su coche, quise golpearlo, me paré delante del parachoques y…, él me atropelló.
– No, eso no pasó – entré en negación.
Él remangó su camisa para mostrarme una cicatriz en el dorso de la mano izquierda, después se agachó, subió su pantalón y vi una línea de piel más clara en su pantorrilla.
– Fractura de tibia, no fue un impacto a alta velocidad, pero cuando caí, apoyé el peso sobre mi mano.
– ¿En qué año?
– Un par de meses antes de graduarnos.
En aquellos días, le decía a Diego que debía quedarme a estudiar, salía de la universidad, me subía al autobús, caminaba a la universidad de Leo y entraba a la biblioteca, a la cafetería o iba al edificio de artes liberales para conocer a su novia.
Soñaba con el día en que nos encontraríamos por casualidad, ya tenía la excusa preparada, solo hacía falta que él me viera y volveríamos a ser amigos, pero jamás pasó, así fue como conocí a Rafael.
Y durante ese mismo tiempo, él estaba en el hospital recuperándose por múltiples fracturas.
No pude creerlo.
Leo volvió a subir su pantalón – mi compañera estuvo en coma por casi un año, dijeron que fue una caída, por la noche la casa se incendió, supuestamente por una fuga de gas, y nada quedó de la escena.
Sabía que había algo más, pero no me imaginé eso.
– El novio de mi compañera estudió sistemas computacionales, consiguió las memorias de las cámaras, pasó meses limpiándolas y no obtuvo ni una sola imagen, porque eran memorias nuevas, alguien fue, las cambió y luego le prendió fuego a la casa.
Una lágrima bajó por mi mejilla.
– Un compañero de mi clase iba conmigo, pasó a la tienda a comprar, yo seguí caminando, unos minutos después me vio correr hacia un coche, tomaron su declaración y concluyeron que todo fue mi culpa: qué, imprudentemente, me coloqué delante del auto y causé el accidente. Así que nadie lo investigó.
Regresé a la sala para sentarme – tal vez fue el momento y lugar equivocado, él llegó, la vio en el suelo y salió corriendo.
Leo también volvió a la sala y se sentó frente a mí – ya no había escena, así que tomaron la declaración de los paramédicos, ellos dijeron que todo estaba en orden, sin señales de lucha, poca sangre en el suelo. Eso no fue lo que yo vi. Y sí hubiera sido un accidente, ¿por qué se deshizo de toda la evidencia?
Muchas piezas se colocaron en su lugar, el tiempo que no pude contactarlo, la relación a distancia de la que me hablaron sus compañeras no era una relación, esa persona era su contacto en el extranjero y estaba buscando a Antonio, su rechazo la primera vez que nos vimos, la expresión en su rostro cuando lo vio en el restaurante y la forma en que me apartó de él.
– Ese día, no iba a acercarme, te vi ir hacia la entrada, él caminaba por la parte de atrás, pensé que no iban a encontrarse, pero tú, giraste, chocaste con él y comenzaste a discutir.
Recordé ese día y lo enojada que estaba.
– Me cubrí el rostro con uno de los menús para que no me reconociera y te lleve al segundo piso.
Me concentré en su mano, no vi su rostro, y fue una pena, me habría gustado verlo intentando esconderse detrás de un trozo de papel plastificado.
– Si organizó esa cita, fue porque me reconoció.
– Auch, y yo pensando que me invitó a salir porque soy atractiva.
– Por favor…
– Solo bromeo, lo entiendo – suspiré y pasé mis manos hacia el frente – y, ¿cuál es el plan?
Él se lamentó – no hay plan, te lo dije porque quiero que entiendas lo peligroso que es. Vives en una zona con mucha seguridad, en tanto no le permitas la entrada, estarás bien.
– ¿Qué pasa si él insiste en reunirse conmigo?, ya conoce a mi madre, es posible que también conozca a mi papá, tarde o temprano coincidiremos en alguna fiesta.
– ¡Podrías no ir!
– Mejor dime que me quede encerrada en casa.
Él asintió, admitiendo en silencio que yo tenía razón.
– Hay una solución, una forma en que yo esté protegida de ese payaso y tú puedas investigarlo – fue esa noche – cásate conmigo.
Fui muy impulsiva. No era el momento, ni el plan. Pero una vez que las palabras salieron, no quise retirarlas.