Cruzo una mirada desafiante con él, pero su expresión solo muestra diversión. No puedo creer lo que provoca en mí solo con esos ojos brillantes. ¡Apenas lo conozco, por Dios!
—¿Estás bien, Malena? —cuestiona Amanda con preocupación, sin darse cuenta de la guerra visual que tengo con el albañil.
—Sí, trastabillé un poco, pero estoy bien —replico intentando sonar normal.
—Un poco… —murmura el muchacho con ironía.
—Bueno, mañana ya podés venir un poco más cómoda, no es necesario que te vistas así —expresa la señora mirando mis zapatos con comprensión.
Vuelve a levantar la mirada y mira al obrero molesto y a otros diez más de los que apenas me estoy percatando de su presencia. Si sigo así voy a hacer muy mal mi trabajo.
—Bien, él es Juan, el maestro mayor de obras. —Señala a un hombre moreno, canoso y con una sonrisa de dientes torcidos que le correspondo con amabilidad. Luego comienza a señalar a otros chicos hasta llegar al que más me interesa—. Y él es Lucas, el técnico de obras e hijo de Juan. ¿Quién la pone al día a la señorita? —interroga observando a Juan. El hombre palmea a su hijo y contengo un bufido.
—Él se encarga, nosotros vamos a comenzar a trabajar —replica el señor. Dicho esto, todos se mueven menos Lucas, que observa mi escote sin ningún tipo de disimulo.
Cuando quedamos solos, lleva sus manos lentamente hasta mi camisa y abrocha el botón que volvió a desprenderse. Me muero de vergüenza al darme cuenta de que habrá visto mi sostén de encaje blanco.
—Eso me estaba distrayendo demasiado —murmura con voz seductora, erizando mi piel en menos de un segundo. Trago saliva y me aclaro la voz, esperando que no se note la tensión que provoca en mí. Debo admitir que su mono de trabajo azul le queda tan moldeado a su perfecto cuerpo que también me distrae.
—¿Podrías explicarme los cambios que la señora Blackstar planea hacer? Apenas me estaba mostrando la casa, pero no me comentó absolutamente nada —digo haciendo caso omiso al comentario que hizo.
—Por supuesto. —Apoya una mano en mi espalda y baja hasta depositarla en mi cintura. Me dirige por las escaleras con lentitud, sin soltarme. Creo que toma confianza demasiado rápido, no sé cómo se atreve a tocarme de esta manera. Primero el botón de la camisa, ahora esto—. Si te incomodo, te pido disculpas. Solo no quiero que vuelvas a caerte —expresa con caballerosidad.
Aprieto la mandíbula y quiero pegar mi cabeza contra la pared. Yo pensando que es un confianzudo y solo me está ayudando. Me siento una tonta. Señala con la cabeza el baño y se pone un casco amarillo antes de entrar. Sus compañeros andan martillando y tirando abajo algunas paredes. El polvo que sale me hace toser un poco y mi acompañante esboza una sonrisa burlona.
—La señora quiere que ampliemos este cuarto. Dejará de ser un baño, pasará a ser el cuarto de relajación. Vamos a poner un jacuzzi, también quiere una parte con sauna. —Arqueo las cejas y se encoge de hombros—. Tiene plata —comenta. Asiento con la cabeza dándole la razón—. Quiere paredes que aíslen el sonido… espero que no sea para crear un cuarto de tortura encerrando a alguien en el sauna.
No puedo evitar sonreír y sus ojos azules grisáceos se iluminan con diversión. ¿Por qué es tan lindo? Saco un cuaderno y bolígrafo de mi bolso y comienzo a anotar las cosas importantes. Continuamos a la siguiente habitación en reforma. En realidad es un cuarto enorme y vacío al que le están tirando las paredes. Lucas se saca el casco y me lo pone a mí.
—Es que siento que sos una persona que tiene mala suerte y que probablemente te va a caer un pedazo de pared en la cabeza —me dice soltando una carcajada. Ruedo los ojos, pero no me quito la protección porque en parte tiene razón; suelo tener mucha mala suerte.
—¿Y qué va a ser este lugar? —interrogo con interés.
—Un invernadero —replica mirando a su alrededor. Asiento con lentitud y continúo anotando—. Te voy a mostrar lo que va a ser mi cuarto favorito y de lo que estoy a cargo, aunque todavía no empecé a hacer nada —suelta con entusiasmo.
Lo sigo y me lleva hasta la habitación de los sirvientes. Arqueo las cejas y me mira con expectación.
—¿Vas a tirar abajo esta pieza? —cuestiono incrédula. Hace un sonido afirmativo—. ¿Y qué pensás hacer?
—Un cuarto de juegos…
—¿Y dónde van a dormir los que trabajan en este lugar? —interrogo cruzándome de brazos.
—¿En sus casas? —responde en pregunta, como si fuera obvio. Chasqueo la lengua.
—Definitivamente, no. De esta habitación me encargo yo, queda intacta. Solo hay que ver porqué hay humedad en los rincones, mejorar un poco el color y va a quedar divino… —expreso. Chasquea la lengua y niega reiteradas veces con su cabeza—. ¿Qué?
—Que yo ya hice el plano para tirar abajo esto y convertirlo en otra cosa. No podés decirme que no, ya se lo presenté a la señora y…
—¿Lo aprobó? —inquiero. Su mandíbula se tensa y aprieta los puños. Supongo que eso es un no—. Entonces, esto va a seguir siendo el cuarto de los mayordomos hasta que ella o su hijo digan lo contrario.
—¿Quién sos vos para decirme lo que va a pasar con esta pieza? —pregunta de repente, llamando mi atención ante su brusquedad. Lo miro con frialdad y observo como traga saliva, pero mantiene la frente en alto.
—La señora Blackstar me dejó a cargo de todos ustedes durante el tiempo que ella se vaya de viaje, por lo que ahora, básicamente, soy tu superior y me vas a tener que respetar —contesto con firmeza. No voy a dejar intimidarme por nadie, ni siquiera por este hombre que se hace el profesional y me parece que es pura charla. Lo lindo que es queda opacado por su personalidad tan asquerosa.
—¿Y qué se supone que es tu trabajo? —quiere saber con un tono más calmado.
—Soy diseñadora y decoradora de interiores, por lo que sé distinguir cuando un cuarto puede mejorar sin necesidad de ser tirado abajo —replico. Su seriedad es demasiada y no puedo evitar sonreír satisfecha. Creo que no va a volver a molestarme.
Doy media vuelta y comienzo a salir del lugar, pero agarra mi muñeca y me atrae hacia él, provocando que choque contra su cuerpo esbelto y caliente. Le sostengo la mirada y esboza una sonrisa torcida que me deja sin aliento.
—Me gusta que seas desafiante —comenta sin dejar de sonreír—. ¿Qué apostamos?
—¿Con qué? —digo confundida.
—Sobre si la dueña de la mansión va a aceptar mi propuesta o se va a quedar con tu aburrida idea de dejar todo como está —contesta con desinterés. Resoplo.
—No me interesa apostar sobre eso, la verdad.
—Vamos, no seas aguafiestas. ¿Qué querés apostar? —Al ver que no digo nada, se acerca a mí para terminar de acortar la poca distancia que hay entre nosotros. Por Dios, sabe que es sexy y sabe que me deja sin aliento—. Si ganás, te dejo tranquila durante el tiempo que estemos trabajando juntos.
—¿Y sino? —cuestiono haciéndome la distraída con una pelusa que flota en el aire. Toma mi barbilla y gira mi rostro para que lo mire.
—Y sino… vas a tener que admitir que te vuelvo loca.
Suelto una estruendosa carcajada y le doy un leve empujón.
—En tus sueños. ¿De dónde sacaste semejante ridiculez?
—Conozco las señales físicas de las mujeres… ¿Creés que no me acuerdo de cómo me espiabas por la ventana ayer?
—¡No te espiaba por la ventana! —exclamo asombrada. No puedo creer que se acuerde de eso—. Estaba regando las plantitas que tengo en el balcón.
—Supongamos que te creo… pero entonces, no me olvido de cómo me comiste con la mirada cuando te abrí la puerta de Alfredo —replica. Otra vez una sonrisa pícara ilumina su perfecto rostro y me dan ganas de pegarle para que la borre.
—No te comí con la mirada, solo me quedé impresionada al ver que no eras mi vecino de siempre, solo eso. —Me encojo de hombros y comienzo a irme de nuevo, pero vuelve a detenerme.
—Bonita, entonces decime qué querés apostar.
—¿No vas a dejarme en paz, no? —Suspiro cansada y aprieto mis labios—. Bien, si gano yo, me dejás tranquila y si ganás vos… hago lo que me pidas.
Al momento de decirle eso me arrepiento por completo, ya que sus ojos brillan de modo travieso.
—Trato —es lo único que dice estrechando mi mano.
Ese roce provoca cosquillas por todo mi cuerpo. Maldita sea, de verdad me está volviendo loca. Amanda entra a la habitación mirando un papel y nos sonríe con cortesía.
—Bien, supongo que estaban hablando sobre esta habitación —expresa viendo nuestras manos unidas. Lo suelto rápidamente y me aclaro la voz. Asiento con la cabeza.
—Sí, estábamos poniéndonos de acuerdo —dice mi acompañante—. ¿Vio mi propuesta? ¿Qué piensa?
—Bueno… doy el visto bueno para que esto se transforme en un cuarto de juegos… —Lucas festeja pero la señora levanta la mano para callarlo—. Se va a transformar en eso, pero que sea un cuarto recreativo para los sirvientes. Por lo que quiero que se sigan manteniendo las camas, porque ellos seguirán durmiendo en este cuarto. ¿Sí?
—Entendido —digo.
Blackstar se va y me quedo mirando a Lucas, que me devuelve la expresión de confusión.
¿Quién ganó la apuesta?
—Bueno, supongo que te voy a dejar en paz, pero primero… vas a hacer lo que yo quiera —dice, atrayéndome a él.
¡Ay! ¿En qué me metí?