5

1714 Words
Lucas me mira con diversión cuando aparece frente a mí. Debo estar como una momia. Tengo una resaca tremenda, se me parte la cabeza, mi pelo se puso en modo enemigo y no tuve otra que hacerme un rodete despeinado y ni siquiera tuve tiempo de maquillarme. Ni hablar de mi vestimenta tan extraña, donde combiné zapatillas de colores con un unicornio dibujado, un short de jean que me queda tan corto que me incomoda muchísimo y una remera roja que sin querer manché de lavandina y ni cuenta me di. —Te ves súper —comenta con sarcasmo—. ¿Tuviste una mala noche? —No, de hecho, tuve una excelente noche. La pasé genial. —Esbozo una sonrisa que me sale más como una mueca de asco. Suelta una risita por lo bajo y se pone a medir las paredes con el metro mientras yo voy viendo las posiciones de las cosas e imaginando como podría comenzar a arreglando y anoto todo en mi libreta. No puedo creer que Amanda le haya encargado este cuarto, ahora vamos a tener que estar encerrados todo el día en esta pequeña habitación, ya que también es el cuarto que tengo más prioridad para decorar. —¿Tuviste sexo? —interroga de repente, tomándome por sorpresa. Lo miro con las cejas arqueadas y se encoje de hombros en un gesto de que no hizo nada malo. —¿Qué te importa? —inquiero con cara de pocos amigos. Me dedica una sonrisa torcida mientras da unos pasos hacia mí, quedando tan cerca que siento el calor emanando de su cuerpo y mi respiración se entrecorta. Suspiro e intento mantener la cordura. Sus labios se ven demasiado apetitosos, rosados, rellenos y suaves. —Entonces no tuviste una buena noche —susurra con voz ronca. Acerca su boca a mi oído—. Una noche sin sexo es solo eso, una mala noche. Ruedo los ojos y lo aparto de mí con un leve empujón, aunque por dentro me dejó temblando como gelatina. —No estoy de acuerdo —expreso intentando sonar normal. Siento mis mejillas rojas y calientes, espero que no se note—. Hay muchas cosas que hacen una buena noche sin necesidad de eso. —Como digas —dice volviendo a su puesto de trabajo, se coloca el casco, cruje sus dedos y comienza a sacar el papel tapiz de la pared, tal y como le pedí. Decido salir de la habitación, siento que estoy perdiendo la cabeza y creo que quedé como una aburrida, aunque no me importa, ni que me interesara estar con él. Ja, es obvio que es un sinvergüenza, ¿cómo me va a hablar de ese modo? ¡Ni siquiera me conoce! Es una total falta de respeto. Bufo y saco esos pensamientos de mi mente. Me tengo que centrar en el trabajo y nada más. Paso por el baño, el cual está lleno de hombres golpeando paredes, riendo y trabajando a lo loco. Me quedo un instante observando para ver que todo esté bien y sigo con mi recorrido. En el camino me encuentro con una de las amas de llaves, así que la detengo para preguntarle qué piensa del cuarto de sirvientes. —No sé, yo no duermo acá. Los únicos que están en ese cuarto son Mariela y Antonio. Señala al jardinero y una chica que lo está ayudando a regar las plantas. Asiento con la cabeza y le dedico una sonrisa de agradecimientos antes de salir al patio. Me acerco aellos y me sorprendo al ver que son muy jóvenes, deben tener apenas dieciocho años. —Hola, soy Malena, la decoradora. —Me presento—. ¿Ustedes son Antonio y Mariela? —Sí —contesta el muchacho. Estrechamos nuestras manos y esbozan una sonrisa tímida. Ambos son parecidos, altos, morenos, ojos negros… me parece que son hermanos. —Vengo a hacerles un par de preguntas —prosigo—. ¿Ustedes duermen en el horrible cuarto gris que parece una cárcel? —Se ríen y hacen un gesto afirmativo—. Entonces, me gustaría saber si tienen alguna idea de cómo les gustaría la habitación. A pesar de que soy decoradora y puedo formar mi propia opinión, quiero que ustedes me digan qué desean… —Nos gustaría que haya flores y tonos pasteles —dice Mariela con rapidez—. Y que al menos se vaya la humedad de la pared. Lo demás no nos molesta tanto, en realidad. Yo asiento y no paro de anotar. —¿Qué clase de flores? —pregunto para tener algún detalle más. —Margaritas o tulipanes —responde ella otra vez. Lo anoto. —Me encantan los tulipanes —comento—. Lástima que nunca vi ninguno. Se miran entre sí y sonríen. Entonces, el muchacho me hace un gesto para que los siga y comienzan a caminar hacia el fondo del jardín. Tras un largo camino de ladrillos y fuentes, llegamos al fondo del jardín. Está lleno de tulipanes, y tienen de todos los colores. Suelto una carcajada como si fuese una nena pequeña y ellos me miran con diversión. —¡Me encantan! —repito—. ¿Será que puedo llevarme alguna a mi casa? Aprietan la boca a la vez y niegan con la cabeza. —Esto lo plantó el marido de la señora y son un tesoro para ella, solo podemos tocarlas para podarlas o regarlas, pero no podemos sacar ni una sola porque nos mata —explica él. Arqueo las cejas con sorpresa. —Entiendo —digo finalmente, mi tristeza se nota, pero tampoco va a cambiar mi vida llevarme un tulipán a casa—. Bueno, chicos, ¿desean agregar algo más a la lista de cosas que les gustaría? —No, señorita, gracias —replica Antonio sin dejar de sonreír. Murmuro un saludo y vuelvo nuevamente a la mansión. Los ruidos de martillazos, taladros, gritos y más son demasiado molestos y me hacen doler los oídos, pero como estoy bastante acostumbrada, puedo soportarlo. Lo que no puedo soportar es ver la concentración de Lucas, moviendo sus manos con rapidez mientras lija una pared y toma agua con rapidez. Solo ese simple gesto me hace nublar mi razón y me cacheteo mentalmente. Estoy perdida, estoy segura de que ya no tengo vuelta atrás. —¿Necesitás algo? —cuestiona con tono burlón sin dejar de trabajar. —¿Siempre me vas a preguntar eso? —interrogo con tono cansado. Suelta una risa y asiente. —Es mi frase de cabecera, ¿te molesta? —responde sin dejar de sonreír. Decido no contestar, ya que muy probablemente me va a discutir la respuesta—. Pero de verdad te pregunto, ¿necesitás algo? —¡No! Solo estaba viendo… trabajas bien. —Hace diez años que soy albañil. —Se encoge de hombros. Luego se da vuelta y me mira con profundidad—. Me dicen que soy muy hábil usando las manos. Me atraganto con mi propia saliva y me aclaro la voz hasta que siento que puedo hablar. Él continúa observándome, ahora con expresión divertida. —Sí, se nota… Quiero decir, se nota tu experiencia... de obrero —replico con rapidez. —Y de otras cosas también… —murmura volviendo a lijar. ¿Cuántas veces me voy a sonrojar? ¿Cuántas veces voy a mal pensar? ¡Que Dios me ayude! —Tengo mucho calor… —comenta, secándose la frente con el dorso de la mano—. ¿Puedo ir a la piscina? —Obviamente que no… ¡ni siquiera es tu recreo todavía! —exclamo atónita. No puedo creer que siga insistiendo con eso. —¿Y en mi recreo puedo? Chasqueo la lengua y salgo de la habitación antes de que me siga preguntando. Uno de los albañiles que está trabajando en el baño me detiene. También es joven, sus ojos son negros y tiene un lunar justo en la punta de la nariz. Está muy bien afeitado y su boca es pequeña. —Señorita —me dice—. ¿Este está bien? Me muestra una cerámica para colocar en la pared, pero es realmente horrible. Es n***o con dibujos de diablo. Arrugo la nariz. —¿Esto lo pidió la señora? —interrogo atónita. No creo que ella pidiera eso. —No, lo pedí yo —contesta una voz gruesa, masculina y fuerte justo detrás de mí. Salto del susto y me giro con rapidez para ver de quién proviene. Trago saliva al reconocerlo y su figura demuestra toda la autoridad que tiene. El señor Blackstar, Alejandro Blackstar, para ser más exacta. Es alto, debe medir un metro ochenta y cinco, su figura es estilizada, pero no puedo notar más allá de su traje. Me mira con el ceño fruncido, sus ojos negros me escudriñan de arriba abajo y de repente me siento terrible por llevar una ropa tan fea y estar tan demacrada. Tira su cabello corto y n***o hacia atrás con un suspiro y luego se rasca la mandíbula, la cual está decorada con una barba incipiente. El otro obrero se le queda mirando con la boca abierta, como si hubiera visto un extraterrestre, y estira su mano para estrecharla con el hombre. Yo hago eso, pero en vez de estrecharla, la lleva a su boca y me da un beso seductor y cortés. Quisiera que me trague la tierra en este mismo instante. —Ese baño va a ser mío y yo pedí esos azulejos, señorita… —Malena Torres —me presento—. Disculpe, pero yo creo que un baño es para relajarse y esto no logra su función, esta cerámica da miedo y no me gusta para nada. —¿Me tiene que gustar a mí o a usted? —inquiere con interés, el maldito tiene razón. —Bueno, es verdad, pero yo doy mi opinión como decoradora. —¡Ah! Es usted la decoradora de la que tanto habló mi mamá… —Vuelve a recorrer mi cuerpo con su mirada—. Si se viste como decora, debo admitir que no me va a gustar para nada. Me cae mal, ¿quién se cree que es? Bueno, es un modelo conocido, pero se siente superior o capaz de decir todo lo que se la pasa por la cabeza sin filtro solo por eso. Pongo mala cara. —Soy decoradora de ambientes, no de cuerpos —contesto con los dientes apretados. Esboza una sonrisa de labios apretados. —Buen punto. —Le sostengo la mirada hasta que el muchacho que nos acompaña se aclara la voz. —¿Entonces pegamos estos o no? —cuestiona con incomodidad. —No —replica Alejandro—. Que la señorita elija lo que crea acorde a mi baño. Quiero que sea algo relajante, pero que también demuestre masculinidad —agrega observándome. —Perfecto, cuente con ello —expreso con seriedad. Hace un sonido de conformidad y se da media vuelta. Me quedo mirando el espacio vacío y arqueo las cejas. ¿Todos los hombres son así de desafiantes o todos están cada vez más locos?
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD