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2316 Words
Para cuando dan las ocho de la mañana están todos despiertos y Cassidy se ha sentado a mi lado en la mesa sólo para estar cerca de él. Finge hablar conmigo para seguir allí con algún pretexto hasta que lo único que hace ya es sólo mirarle. —Igual deberíamos ir despejando la nieve para cuando vengan los equipos de la ciudad —comenta Ed. En este momento saltarme unas cuantas horas muertas en un incómodo silencio me parece lo mejor. Creo que soy la primera a la que eso le parece una buena idea y Erick también se apunta a despejar nieve. Ya no nieva casi, es sólo la que se ha acumulado en el suelo y prefiero congelarme en la calle a seguir aquí dentro. Esto ya me agobia. Me enfundo en mi abrigo hasta los topes y me cuelgo la mochila; por suerte el Chico Misterio ya ha dejado de pintar hace raro y he podido guardarme las cosas sin sentirme mal por pedírselas por muy c*****o que me parezca. Los pies se me hunden unos centímetros cuando paso por el hueco de la puerta que Erick abre. pateo algo de nueve desde fuera para que la puerta se abra del todo. Me dedico a quitarle la nieve a mi camioneta y despejar las ruedas. —Bonita camioneta, rubita. —Te la cambio si quieres. Erick se ríe y le da unas palmadas a su todoterreno. Me encantaría tener su coche, seguro que él podría irse ya con esas pedazo de ruedas que tiene. —No —se ríe—. Estoy bien así. Si me hubiera pasado eso con mi padre, él hubiera tenido la solución achicando la nieve con algo que llevara en la pick up de la camioneta; yo saqué todo lo que él tenía de allí atrás cuando me fui a la universidad. Pateo la nieve amontonándola a los lados mientras hacemos un camino. Tomy sale a ayudar, me paso más tiempo intentando esquivarle que quitando nieve. Norma al final también se une y miro de vez en cuando dentro de la estación para ver a Cassidy intentando ligar con el Chico Misterio. Él se pasa la mano por el pelo y cuando sube la cabeza de sus manos tatuadas, me mira, me pilla mirándole y vuelvo rápida a la nieve. No mucho después escucho pisadas más fuertes en la nieve cerca de mi y aplasta el sendero que hacía. No ayuda, pasa de largo hacia su estúpida moto. Si fuera peor persona soltaría un chascarrillo sobre el hecho de que su moto haya quedado semi sepultada por la nieve y que no pueda montarla con el suelo cómo está. —¿No tienes pensado ayudar? Es una pregunta tonta, yo sí creo en el sentimiento humanitario, en que entre todos podemos despejar un camino para los coches y acelerar el momento de irnos. Pero ya veo que él no piensa como yo. Tampoco me responde y su actitud tan privada logra ponerme nerviosa. Escucho a Norma decir que los efectivos de la ciudad que limpian las carreteras no pueden tardar mucho en pasar. Yo no veo el momento de poder irme, de llamar a mi madre y de explicarle a Claire porqué llego casi un día tarde. Mañana empiezan las clases y todo lo planeado para hoy se me está atrasando a cada hora que pasa. El Chico Misterio limpia su moto y se enciende otro cigarro. ¿Tres? Ni él puede estar tranquilo en esta situación, no puede evitar pasarse la mano por el pelo casi con frustración por estar ahí atascado. Todos sentimos el alivio cuando a eso de las nueve y media pasa una quita nieves despejando la carretera. Gracias a nuestro camino despejado el todoterreno de Erick puede pasar mejor y abrir mejor el paso hasta ponerse detrás de la maquinaria y seguir su camino. Nos saca la mano por la ventanilla para despedirse y creo que soy la única que se lo devuelve. Ed y Norma son los siguientes y Cassidy ya no parece tan interesada en el Chico Misterio cuando corre a su mini rosado exclamando que no puede esperar a tener cobertura de nuevo. Ella ni se despide y yo estoy organizando unas cosas en el maletero de mi pick up para que la mochila no vaya suelta ahí atrás todo el camino, cuando Tomy se me acerca y me extiende un trozo de papel con su número. —Te conozco de la universidad —me dice y se hunde las manos en los bolsillos—. Estudio bioquímica en la facultad y a veces nos hemos topado en la cafetería del campus. Ni haciendo memoria me acuerdo de él. No recuerdo haber visto una cara cómo la suya en mi vida. Sin embargo y para no alargar la charla, asiento y me guardo el papel en el bolsillo del abrigo. —Qué bien —mascullo y abro la puerta de mi camioneta—. Bueno... adiós. Me encierro en mi coche y me tengo que rebuscar en los bolsillos del abrigo para dar con las llaves, tengo las manos heladas y se me caen bajo el asiento así que maniobro para recuperarlas. Me agacho, el abrigo me molesta así que me lo quito y lo lanzo a los asientos traseros antes de inclinarme de nuevo y estirar el brazo hasta tener las llaves de vuelta en mis dedos. Cuando me incorporo, veo la furgoneta de Tomy pasar por delante de mis narices. ¡Y por fin puedo respirar a gusto! ¡He sobrevivido a la noche con extraños! Me froto las manos y giro la llave en el contacto avanzando lentamente, cuando veo por el retrovisor a la última persona que queda. No puede conducir la moto, no hay cobertura y el cielo no se ha despejado, sólo ha dejado de nevar pero no descarto que se ponga a llover de repente. Que haya pasado la quita nieves no dice que haya eliminado todo, se puede resbalar y le puede ocurrir algo; o puede quedarse ahí parado terminándose sus cuatro cajetillas de cigarros hasta crear una señal de humo que alguien advierta. Nada me lo impide, ni un sólo pensamiento negativo salvo el hecho de que no le conozco y aún tengo la posibilidad de que me noqueé en mitad de la carretera, el coche se vaya a pique y me haga de todo. > Ya me hubiera asesinado. Y esa parte de mi me hace tirar del freno de mano y la camioneta frena bruscamente. El Chico Misterio sigue ahí, fumando, tan tranquilo junto a su moto y me levanta las cejas cuando señalo mi camioneta. —¿Necesitas ayuda? —ofrezco—. Al final, vamos al mismo sitio, ¿no? —¿Y tú qué sabes? Menudo imbécil es. —Puedo acercarte a la ciudad más cercana dónde no haya mucha nieve si es lo que quieres. ¿O vas a esperar a que se despeje el camino? Tengo cuerdas y cadenas para asegurar tu moto atrás. Camino hasta el maletero y doblo lo que lo cubre. Es una placa de metal ajustable y plegable, cosa bastante útil para vivir en un sitio en el cual no sabes cuando lloverá. Para mi sorpresa no es tan c*****o ni tan tonto, sabe que si no es conmigo no saldrá de aquí en muuuucho tiempo. Camina al otro lado de la pick up, me ayuda a doblar el techo y después a bajar mi maleta. —Gracias —musito. Guardo mis cosas en los asientos traseros de la camioneta, son muy estrechos, pero la maleta cabe entre el respaldo de mi asiento y los pies del asiento de atrás, empujo mi mochila bajo el asiento del copiloto y otra maleta más pequeña con mis cosas de aseo y algunos regalos que acomodo cómo un tétrix. Le veo arrastrar la moto por la nieve, las ruedas no giran y me encuentra mirándolo. —Me has mirado mucho, no lo intestes camuflar ahora —suelta con sorna. —No te creas tanto, no te miraba a ti, os he mirado a todos —devuelvo de la misma forma. Cojo el techo, que pesa bastante y lo arrastro hasta el borde. —Ya, claro —ironiza. Resoplo y empujo la plancha de metal hacia él, hasta que cae al suelo en forma de rampa. No tiene tantos músculos como para levantar la moto, nadie los tiene. —Pues es así —me defiendo—. Me gusta observar a quién me rodea, más si son unos extraños con los que me he quedado encerrada. Sujeto la placa y él empuja la moto hasta que se sube con ella al maletero de mi camioneta y por el peso se hunde. Tiene suerte de que lo único que siempre lleve sean las cuerdas para afianzar las cosas aquí atrás. —Te ha quedado bien el dibujo —comenta, es lo primero bueno que dice en todas estas horas—. ¿O hacías un esquema de nosotros por si te pasaba algo? Seguro que si le digo que es justamente por eso, se burlará más de mi. —Tu dibujo sobre mí tampoco estaba mal —contraataco. Eso le cierra la boca. Afianzamos la moto y baja de un salto ágil. Se me hace de lo más raro estar dentro del coche con él a mi lado. No tiene las manos tan tatuadas a cómo pensaba, distingo un par de tatuajes sueltos en sus dedos que no me dicen nada y cuando lanza el cigarro ya acabado por la ventanilla, distingo en su dorso dos espadas cruzadas muy en tinta negra. —¿Me vas a decir ya cómo te llamas? —le pregunto volviendo a arrancar. —Seth. Seth. Suena bien. Suena rudo. Asumo su nombre y sigo conduciendo lentamente. Sé que puedo ir más rápido porque las señales me lo permiten, pero no me arriesgo. El viaje ya empieza siendo incómodo y la radio no encuentra ni una sola emisora que se escuche con proporción. —Y... umm... Ese chico, Tomy, dice que estudia en la universidad también. No dice nada, se saca el teléfono del abrigo y empieza a teclear. —¿Hay cobertura ya? —No —me responde de lo más seco. Levanto las cejas y sigo conduciendo a una velocidad moderada para no patinar con la nieve. No me puedo creer que haya subido a un extraño a mi coche, que lo tenga aquí al lado y que encima sea un chico que parece un mafioso. Mi madre me mataría si me viera. Me saldría con eso de: > Y hasta Kyle me diría algo aunque estaría inmerso en sus videojuegos. —¿Tienes un cargador del coche? Me sorprende que tenga la iniciativa de preguntarme algo. —Sí —respondo y señalo la guantera—. Hay cómo... demasiados cables. Encuentra un cargador de los tres que tengo y por suerte, le funciona. Se acomoda en el asiento y le doy una ligera mirada que le hace levantar las cejas. Estoy esperando... —Gracias —murmura a desgana. Ver que eso le molesta me hace sonreír. Que se fastidie, que aprenda a ser más adulto. —De nada —canturreo y lo escucho resoplar—. ¿Siempre eres así? —¿Así de c*****o? Me gusta que el adjetivo se lo ponga él. —Puede. —Pues puede. —Ya, se nota. No debería decirlo, sigue siendo un extraño al que he metido en mi coche y podría tener cualquier tipo de reacción. Pero se lo toma mejor de lo que pensaba porque hace un gesto hasta medio divertido. Conozco este camino a pesar de que es (como mucho) la cuarta vez que lo hago. Es a lo que me arriesgué al elegir una universidad a siete horas de casa, he llegado a un límite al que jamás había conducido antes y durante este primer cuatrimestre he descubierto una localidad amplia con todo tipo de cosas y actividades. El cartel avisa a un par de kilómetros de divisar la primera construcción. El suelo sigue algo helado, pero la radio ya funciona, hay conexión aquí, y ahora unas gotas de agua golpean el coche. ¿Es seguro dejarlo aquí? Voy disminuyendo la velocidad y él se quita el cinturón de seguridad. —Oye, no me molesta llevarte al campus o dónde vayas, no creo que sea seguro ir con la moto. —Pues no creas tanto. Yo debería ser la que no quiere llevarlo, no le conozco, desconfío de él, y aún así soy mejor. Pero bueno, ¿no quiere? Pues allá él. Giro el volante metiéndome en los límites de la localidad y tiro del freno de mano bajo el techo de una gasolinera que sí funciona; me miro la aguja del depósito, no he gastado mucho pero por si acaso, debería echar gasolina. Seth sale prácticamente huyendo de mi coche, yo también bajo para ayudarle y su cuerpo sobresale mucho más que el mío por el límite alto de la camioneta, por eso le cuesta mucho menos meter la mano dentro de la pick up y desenganchar las cuerdas y las cadenas. Ni un simple gracias sale de su boca hasta que ha bajado la moto que casi se le resbala por las placas de hielo que aún quedan en algunos charcos. —Gracias —me dice. Me hace sonreír ver que una simple palabra puede poner incómodo a un tipo como este. —De nada —me hundo las manos en los bolsillos y doy unos pasos hacia la gasolinera—. Pues... hasta otra. ¡Qué tonta! ¿Hasta otra? ¿Hasta otra qué? Si ni siquiera espero que me hable en clase.
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