—¿Ya te vas?—pregunta el hombre canoso, al verme bajar.
—Sí, debo irme.
—No te vas a despedir—expresa señalando a su familia con la mirada, quienes aún duermen.
—Será mejor que no lo haga—sugiero, no soy buena con las despedidas, además aunque nos ayudamos mutuamente, evite revelar mi nombre para no familiarizarme con ellos.
—¿Adónde iras?—me cuestiona cuando doy media vuelta. Ciertamente, no es de su interés el que pasara conmigo a partir de este momento, pero no quiero mostrarme grosera cuando ya me han traído hasta acá.
—Iré a visitar a un amigo—trato de forzar una sonrisa, quizás para demostrarle que no hay necesidad de preocuparse por una desconocida como yo. Solo entonces el hombre relaja sus músculos faciales y asiente.
Continuo mi camino hacia la casa de Stefan, pero mientras camino comienzo a llorar. Se supone que ese día cambiaría mi vida, pero no de la manera en como resulto. Creí que para estas alturas ya sería la esposa de Stefan, tendríamos nuestro propio hogar y tan solo quizás un pequeño creciendo en mi vientre, fruto de nuestro amor. Es extraño recorrer las calles de la aldea, sabiendo que nada de lo que soñé se ha vuelto realidad.
Avanzo con rapidez hasta llegar a la calle en donde Stefan vivía, mi padre decía que desde la guerra esas casas en donde solía vivir la gente que pobre no eran más que un nido de ratas, porque ahí también solían refugiarse los huérfanos.
Al ver la casa de Stefan a la distancia siento alivio y tristeza al mismo tiempo. ¿Qué se supone que le diré? ¿Cómo reaccionará al verme? ¿Me odiará?
Pero al acercarme me percato que la casa de Stefan ya no es como yo la recordaba, hay hierbas por doquier, las ventanas están rotas y hay un letrero viejo y descolorido que tiene la palabra «Vendido» en letras rojas.
Me detengo en seco, no puedo creer lo que veo con mis propios ojos. Me acerco tratando de encontrar lógica a lo que ocurre, tal vez Stefan solo se ha mudado, eso quiero creer, quizás ha encontrado la manera de darle a su familia la vida que me prometió, así que me acerco a la puerta tratando de encontrar alguna otra nota que me dé indicaciones de donde encontrarlo.
—Si buscas a la familia Benoit temo decirte que se marcharon del pueblo—escucho una voz gangosa detrás de mí y al mirar de reojo, descubro a una anciana que lleva un balde de leche fresca en las manos.
Oculto mi rostro aún más con la capucha y evito mirarla de frente para poder preguntarle sobre la familia de Stefan.
—¿Sabe a donde fueron?
—No lo sé—dice y ladea la cabeza—después de aquel incidente en el que murió la amante del rey, la familia tuvo que vender todo lo que tenían para pagar sus deudas porque el hijo que era el sustento de la familia nunca volvió.
Me quedo sin aliento, todo este tiempo pensé que Stefan fue liberado, no tenían por qué retenerlo cuando no hizo nada.
—¿Se sabe algo de él? ¿Si aún sigue en prisión? ¿O al menos si está vivo?—la voz se me hace pequeña, me siento débil como para poder articular alguna otra palabra.
—No lo sé—responde negando con la cabeza.
No puedo preguntar otra cosa, el nudo en mi garganta no me lo permite, además de qué mis lágrimas están nublando mi vista. Doy media vuelta, agacho la mirada y lloro en silencio para que aquella anciana no lo note.
—¿Eran parientes tuyos?—cuestiona. Siento una mano sobre mi hombro, lo que me hace girar en su dirección y luego dar un paso hacia atrás al tenerla tan cerca.
—No—ladeo la cabeza—pero quizás es mi culpa que él este desaparecido y probablemente muerto.
—Tal vez sepa como encontrarlo—musita, deduzco que se está apiadando de mí. Bien, puede irse y pasar de largo el hecho de que esté ahí, pero no, está intentando encontrar una solución a mi problema.
—Tal vez en Griffia, la ciudad real, puedas encontrar una respuesta. Conozco a un joven que vive alla, quizás él puede ayudarte, su nombre es Edward. Él es un Grifa que trabaja en las oficinas de documentación...
—¡No!—grito—no quiero ayuda de ningún Grifa.
La mujer alza las cejas un poco sorprendida, pero aun así me dedica una sonrisa comprensiva.
—Él no es como otros Grifas, él es mi nieto, trabaja en la oficina de documentación porque en su profesión no necesita emplear la violencia sino su inteligencia. Su apellido es Hughes, búscalo, estoy segura de que si le explicas tu problema él te ayudará.
No puedo hacerlo, no puedo ir a buscar a un maldito Grifa, solo porque la anciana lo sugiere, va en contra de todo lo yo creo, es decir, ellos fueron los malditos que asesinaron a mi padre y también los que se llevaron a Stefan, no puedo ceder e ir con la cabeza gacha a pedir ayuda a unos de ellos. Me quedo en silencio, no puedo sentir y ni siquiera tomar en cuenta esa opción, da asco.
—Sé que es difícil para ti teniendo en cuenta la reputación que tienen los Grifas, pero si no lo haces, puede que nunca encuentres al joven que buscas—comenta como si supiera la guerra moral que se libra dentro de mi cabeza, ir o no ir, esa es la cuestión.
—¿Dónde...—me detengo, no puedo creer lo que estoy por hacer—puedo encontrar a su nieto?
La anciana sonríe provocando que los pliegues que forman sus arrugas se vean aún más definidos.
—Al medio día sale un carruaje hacia Vultur, una ciudad a pocos kilómetros de la ciudad real, tómalo y ve hacia allá, encuentra la forma de llegar a Griffia y una vez ahí, dirígete a la oficinas de documentación, está en el centro de la ciudad, lo reconocerás por el enorme grifo que custodia su entrada, pregunta por mi nieto y explícale lo del chico Benoit, seguro que él te ayudará.
No sé como voy a lograr todo eso, en mis bolsillos no hay nada, de hecho, están rotos, pero Stefan merece ser buscado, aun si está muerto, merezco saberlo, es mi derecho, de esa forma podre llorarle en paz a mis muertos.
La anciana retoma su camino sin que yo me dé cuenta, me ha ayudado mucho, pero igual necesito otro favor.
—¡Disculpe!—grito, mi voz resuena en toda la calle—¿Sabe qué paso con el letrado que murió ese día?
La anciana vuelve a girar hacia mí, encorva los labios, como quien está a punto de comunicar una mala noticia.
—Está en el cementerio junto a su esposa, algunos hombres y mujeres que le conocían y le tenían afecto reclamaron su cuerpo y le dieron sepultura.
Trago saliva al sentir un nudo en la garganta, me pregunto si aquellos que presenciaron esa horrible escena se sintieron culpables de no poder ayudarnos, enterrar a mi padre fue lo único que pudieron hacer por nosotros.
—Oye—grita la anciana—tú eres la que asesino aquella chica ¿No es así?
Me quedo en silencio perpleja, reflexionando que es lo que he hecho para delatar mi identidad ¿Llorar y enfadarme por la injusticia a dos personas inocentes¿O debería decir tres? Yo también fui una víctima de lo que ocurrió, fui arrestada, torturada y amenazada.
—¡Yo no la mate!—mi voz resuena con ferocidad, hace eco, pero el sonido pronto se dispersa, nadie la escucha, nadie con excepción de aquella anciana.
Un segundo más tarde, aquella mujer gira en mi dirección, baja su balde de leche y luego suspira.
—La hija de una mujer tan bondadosa como lo era tu madre y de un hombre tan respetado como tu padre no podría hacerle daño a nadie
Me sonríe y en esa sonrisa veo un poco de esperanza, alguien cree en mi inocencia y eso es suficiente para mí en este momento, pero también debo tener en cuenta que no todo aquel que me reconozca o escuche mi historia creerá en mi versión de los hechos, mi verdad. Por lo tanto, si quiero seguir pasando desapercibida y seguir fingiendo ser una persona diferente.