Capítulo 6: Confesiones en la oscuridad

1189 Words
Abel me pasa a buscar a las ocho en punto en su Volkswagen Gol rojo. Siempre fue puntual, y hoy no iba a ser la excepción. Entro al auto, respirando hondo, y lo saludo con un breve beso en la mejilla. Tengo ganas de abrir la puerta y tirarme, estoy tan arrepentida de haber aceptado esta invitación. —Buenas noches —dice esbozando una sonrisa. Hago un asentimiento con la cabeza a modo de saludo y suspira—. Perdón, esto fue idea de Rox, yo no quiero obligarte ni nada... —Está bien —lo interrumpo restando importancia con la mano—. Es mi compañera de trabajo, no tengo amigos y ahora que nosotros también lo somos... supongo que no hay problema en que nos juntemos. Me quedo en silencio y él se aclara la voz con incomodidad. Al final, solo arranca el motor y no dice ni una palabra en el camino hacia su casa. Yo no puedo parar de pensar en que la última vez que estuvimos juntos en un auto hicimos cosas indebidas en el asiento trasero. Bufo y me mira de reojo, pero sigue sin expresar nada. En cuanto estaciona el coche frente a su departamento, suelto un silbido de impresión. ¿Quién diría que iba a estar viviendo en los suburbios de las casas lindas y los edificios caros? Suelta una risita y se sonroja. —Entre los dos ganamos bien —comenta abriendo la puerta del edificio. Luego me dirige al ascensor y presiona el número diez. Menos mal que no tenemos que subir las escaleras hasta ese piso. La tensión entre nosotros es palpable, estamos alejados y de brazos cruzados. Cuando llegamos al piso cinco, la luz parpadea y, como si fuera una broma, todo se apaga. Suelto un grito del susto y él me rodea con sus brazos para que me tranquilice. Saca el celular de su bolsillo, le aumenta el brillo y hace una mueca. —Se fue la luz, ni siquiera hay wifi —manifiesta. Chasqueo la lengua y hago un puchero. ¿Por qué me tiene que pasar todo a mí?—. Tranquila, tengo algo de señal, voy a llamar a Roxana para avisarle que estamos en el ascensor. No creo que tarde mucho en volver la electricidad. Suelto una protesta por lo bajo cuando veo que mi teléfono tiene un quince por ciento de batería, me siento en el suelo mientras él se va hacia el rincón otra vez para hablar con su mujer, pero la llamada dura menos de dos minutos. Supongo que no tiene mucha señal. Enciende la linterna ya que la luz de emergencia no ilumina casi nada y se acerca para sentarse junto a mí. —Esto es una locura —murmura. Asiento con la cabeza. —Sí, parece que tengo una pésima suerte... —Bueno, ¿tan malo te parece quedarte encerrada conmigo? —pregunta divertido. Pongo los ojos en blanco y me encojo de hombros. Abrazo mis piernas y lo miro. —¿Te digo la verdad aunque te duela? —interrogo. Hace un sonido afirmativo—. Odio haberme quedado encerrada con vos acá, hubiera preferido quedarme encerrada con el mismísimo diablo en persona. —Auch, dolió de verdad —replica bajando su mirada—. ¿Tan mal la pasabas cuando estábamos juntos? Lo observo durante unos segundos. Esos labios que tanto me gustaba besar siguen igual de apetitosos y suelto un resoplido. —Amaba estar con vos, pero sabés que no te voy a perdonar lo que me hiciste. —¡Que no hice nada! —exclama ofendido—. Llegué a casa y ya no estabas más, ¿cómo iba a saber yo que el hijo del portero se había metido en la cama con una mujer? —Bah, eso es algo que inventaron todos para hacerte quedar bien. Gruñe y se frota el rostro con cansancio. —Dejémoslo así, mejor —agrega—. No tengo muchas ganas de discutir y de todos modos esto ya no importa. Me voy a casar y sé que aunque te repita mil veces la verdad no me vas a creer. ¿Y de qué serviría? Igual no vamos a volver. —Exactamente —contesto. Se produce un silencio muy profundo, ni siquiera se escuchan nuestras respiraciones. Cada vez que hablamos del pasado, mi corazón sigue doliendo como si hubiera sido ayer. Rasca su brazo y simplemente se arrastra hasta la otra punta del ascensor. —Leí el guión de la película cuando se lo entregaron a Roxana —expresa con aire distraído. —¿Y qué te pareció? —quiero saber con tono nervioso. Esboza una sonrisa. —Me parece que es nuestra historia con otro final. Me sonrojo y miro hacia otro lado. Él lo sabe, cuando escribí esa historia todavía estaba perdidamente enamorada de él. ¿Cómo le explico que es algo que tenía guardado de hace mucho y que apenas está viendo la luz? —No —es lo único que comento. Se ríe con incredulidad. —¿Qué tengo que hacer para que me creas? —repite de nuevo. —Nada, Abel, basta. Me estás torturando y pensé que habíamos quedado como amigos. —Está bien, no hablo más. —Se queda en silencio por un instante y suspira muchísimas veces. No puedo evitar sonreír, lo conozco demasiado y sé que cuando hace eso es porque quiere decir algo. —A ver, ¿qué pasa? —Que necesito tu perdón para poder casarme en paz —replica en voz baja. —Hace dos días te ibas a casar sin saber que yo iba a volver, así que no necesitás mi perdón. Además, ¿qué tengo que perdonar? Si supuestamente decís que no hiciste nada, que no me engañaste... Hace una mueca y asiente. —Es verdad. Sí, mejor olvidemos todo, no tenés que perdonarme nada porque yo jamás te fui infiel y creo que muy dentro de tu corazón lo sabés. Y por último, solo quiero decirte que tenía muchísimos besos guardados para cuando nos volviéramos a ver, pero obviamente Roxana no se merece eso, porque en todos estos años ella fue la única que me ayudó a olvidarte. Trago saliva mientras intento digerir sus palabras. ¿Muchos besos guardados? —Ella es una buena persona. Y si yo también tengo que confesar algo, debo admitir que pensé que te había superado, pero no es así —respondo con tono dudoso. —Y yo nunca te pude olvidar del todo —susurra. —Ni yo. En ese momento la luz vuelve, y otra vez me arrepiento de mis palabras. Es fácil confesarse en la oscuridad, pero verlo a los ojos... Me mira con seriedad y no pronunciamos palabra. Me pongo de pie con lentitud en cuanto el ascensor vuelve a moverse y él me imita. —Lo que dijimos acá, acá se queda —dice. Asiento junto con un sonido afirmativo y nos miramos un instante antes de que se abran las puertas en el piso correspondiente. Quizás esta charla sirvió para comenzar a cerrar esa etapa. Una vez confesado, adiós amor.
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