En cuanto Abel se va, Eduardo suspira de alivio y luego me mira con los brazos en jarra. No puedo evitar reír ante su expresión, parece una madre enojada. —¡Es de no creer! —exclama—. ¿No era que no iban a tener sexo? —No dije que lo tuvimos... —manifiesto haciéndome la distraída. —¡Ja! Pero es más que obvio, se te nota en la cara. —Me saca la lengua y siento que mis mejillas se sonrojan—. Se cuidaron, ¿no? Me rasco la cabeza con expresión inocente y se toca el puente de la nariz con un suspiro resignado. —¿No te dije yo que te cuides? —inquiere chasqueando la lengua—. ¿Querés tener un hijo con un hombre que ni siquiera sabe si quiere estar con vos o si seguir con su prometida por lástima? —Solo se dio así... —murmuro. —¡Son adultos, Maru! Y ponerse el maldito globito solo toma cinc

