En la antigua Grecia, las intrigas y conflictos entre los dioses eran tan comunes como sus interacciones con los mortales. Hera, la reina de los dioses, era conocida por sus celos y su feroz protección del orden divino. Uno de los mitos más fascinantes es el de Hera y Hércules, donde la diosa, en su deseo de venganza, puso innumerables obstáculos en el camino de Hércules.
Hércules, hijo de Zeus y la mortal Alcmena, era odiado por Hera desde su nacimiento debido a la infidelidad de Zeus. Desde pequeño, Hera intentó eliminarlo, enviando serpientes a su cuna que Hércules estranguló con sus propias manos. A lo largo de su vida, Hera continuó su campaña de odio, causando un ataque de locura en Hércules que lo llevó a matar a su esposa e hijos. Buscando redención, Hércules emprendió los Doce Trabajos, tareas casi imposibles impuestas por el rey Euristeo bajo la influencia de Hera.
Durante estos trabajos, Hera intentó sabotear sus esfuerzos, como enviar un cangrejo gigante durante la lucha contra la Hidra de Lerna. A pesar de sus esfuerzos, Hércules superó cada desafío.
Este mito nos recuerda que incluso los dioses, con todo su poder, son vulnerables a las pasiones humanas y que los conflictos divinos pueden tener repercusiones tanto en el Olimpo como en la tierra.
Alexander se encontraba en su oficina, revisando documentos con una concentración inusual. Sabía que la situación con Jade era delicada, y tenía que ser cuidadoso en cada paso que daba. Justo cuando pensaba que tenía un momento de tranquilidad, la puerta se abrió de golpe y Helena, su hermana, entró con una expresión de furia.
"Alexander, necesitamos hablar," dijo Helena, su voz cargada de tensión.
Alexander levantó la mirada, sorprendido por la irrupción. "Helena, ¿qué haces aquí?"
Helena cerró la puerta detrás de ella y avanzó hacia el escritorio de Alexander. "No puedo creer que hayas abandonado el Olimpo por venir al mundo de los humanos. ¡Y ahora me entero de que estás encaprichado con una humana!" Alzó su voz con fuerza. "Y no solo cualquier humana, con Jade"
Alexander se levantó de su silla, manteniendo la calma. "No es asunto tuyo, Helena. Mi vida aquí no te incumbe." Hera negó con su cabeza al no estar de acuerdo con su respuesta.
"¿No me incumbe?" replicó Helena, su tono burlón. "Alexander, eres mi hermano. Y más allá de eso, eres un Dios. Tienes responsabilidades que no puedes simplemente ignorar." Eros se posicionó frente a su escritorio y se cruzó de brazos.
"Mis responsabilidades son mías para manejar," respondió Alexander con frialdad. "Deberías estar junto a Zeus, no molestándome a mí."
Helena se cruzó de brazos, su mirada fulminante. "Estás jugando con fuego, Alexander. Sabes muy bien que Zeus no tolerará esto. Ya ha pasado un siglo desde que te alejaste, y ahora, con esta humana..."
"Jade no es asunto de Zeus ni tuyo," interrumpió Alexander, su voz firme. "Y te sugiero que regreses al Olimpo y dejes de interferir en mi vida."
Helena soltó una risa amarga. "¿Interferir? Alexander, estoy aquí para recordarte quién eres y cuál es tu lugar. No puedes simplemente huir de tus responsabilidades y esperar que todo siga igual."
"Helena, tú no entiendes," dijo Alexander, su voz bajando un tono. "No es tan simple como crees."
"¿Ah, no? ¿Y qué es entonces?" replicó Helena, su voz llena de sarcasmo. "¿Un juego? ¿Una diversión temporal?"
"Esto no es un juego," respondió Alexander, con seriedad. "Pero tampoco tengo que darte explicaciones."
"¿No? Pues te diré algo, Alexander. Si sigues por este camino, no solo te arriesgas a ti mismo, sino también a ella. Y sabes muy bien que hay dioses que no dudarán en usarla contra ti," advirtió Helena.
Alexander apretó los puños, su mirada dura. "Sé proteger a Jade. No necesito tus advertencias."
Helena lo miró fijamente, la ira en sus ojos. "Espero que sepas lo que estás haciendo, Alexander. Porque si no, podrías perder mucho más de lo que imaginas."
Alexander frunció el ceño. "Eso ya lo sé. Lo que no sé, es por qué vienes al mundo humano a hacerte amiga de ella."
Su hermana lo miró fulminante. "Eso no es de tu incumbencia Alexander." Se encogió de hombros. "Lo que si debería de importante es la seguridad de ella y alejarte de una vez por todas de este tonto juego que tienes."
Con esas palabras, Helena se giró y salió de la oficina, dejando a Alexander sumido en pensamientos oscuros. Sabía que su hermana tenía razón en cierto sentido, pero no podía permitir que nadie, ni siquiera ella, interfiriera en su relación con Jade.
En un café cercano, Maximilian, Adrian y Eleanor se habían reunido para discutir la situación. La mañana era luminosa y fresca, pero su conversación estaba cargada de preocupación.
“Adrian, ¿cómo te sientes con todo esto?” preguntó Eleanor, su voz suave pero preocupada.
Adrian suspiró, su mirada fija en el café. “Es complicado. Amo a Jade, y saber que Alexander está tan encaprichado con ella me inquieta. No sé cómo manejar esto.”
Maximilian asintió. “Es comprensible. Alexander es... diferente. Pero sabemos que sus sentimientos por Jade son profundos, la pregunta aquí es, ¿qué tan profundos son?"
“Eso es lo que me preocupa,” dijo Adrian, su voz llena de tensión. “No quiero que Jade salga lastimada. Y en la gala, vi algo en la forma en que Alexander la miraba... no es solo un capricho.”
“Sí, se notaba que había algo más,” añadió Eleanor. “Pero Alexander es impredecible. Debemos estar atentos.”
En ese momento, Jade entró en el café, buscando un lugar para sentarse. Adrian la vio y levantó la mano para llamarla.
“¡Jade! Ven y acompáñanos,” dijo Adrian con una sonrisa.
Jade se acercó a la mesa, sonriendo tímidamente. “Hola, chicos. No quería interrumpir.”
“No interrumpes, siéntate con nosotros,” dijo Maximilian, señalando una silla vacía.
Jade se sentó junto a Adrian, y mientras lo hacía, su brazo rozó el de Adrian. De repente, Jade soltó un grito ahogado, llevándose la mano al brazo.
“¡Ay!” exclamó Jade, sus ojos llenos de dolor.
Maximilian y Eleanor intercambiaron miradas de preocupación, mientras Adrian fruncía el ceño, claramente furioso al saber la razón de ese grito.
“Jade, ¿estás bien?” preguntó Eleanor, tratando de calmarla.
“No lo sé. Sentí un dolor muy extraño cuando toqué a Adrian,” dijo Jade, con los ojos llenos de lágrimas.
Adrian miró a Maximilian y Eleanor, su expresión grave. “¿Qué está pasando?”
Maximilian suspiró, sabiendo que no podían ocultar la verdad entre ellos. “Creo que sabemos lo que pasó, Adrian.”
“Sí, pero no podemos discutirlo aquí,” añadió Eleanor, mirando a Jade con preocupación. “Jade, tal vez deberías descansar un poco. No te preocupes por esto ahora.”
Jade, aún sintiendo el dolor, asintió lentamente. “Sí, tal vez sea lo mejor. Lo siento por interrumpir.”
“No te preocupes, Jade. Estaremos aquí si necesitas algo,” dijo Adrian, su voz suave pero tensa.
Jade se levantó con cuidado, despidiéndose del grupo antes de salir del café. Los tres dioses la observaron mientras se alejaba, la preocupación claramente visible en sus rostros.
Una vez que Jade estuvo fuera de vista, Eleanor miró a Maximilian y Adrian. “Jade ha sido tocada por el poder divino de un dios.”
Adrian apretó los puños, la furia evidente en su rostro. “¿Alexander usó su poder con ella? ¿Por qué?”
“Probablemente porque sentía que estaba perdiendo el control,” dijo Maximilian, su voz calmada pero firme. “Pero esto es peligroso. Si otros dioses se dan cuenta, Jade podría estar en gran peligro.”
“Debemos protegerla,” dijo Adrian, su voz llena de determinación. “No permitiré que Alexander, o cualquier otro, le haga daño.”
Eleanor asintió. “Estamos contigo, Adrian. Pero debemos ser cautelosos. No podemos permitir que Jade sepa demasiado, y debemos asegurarnos de que esté segura.”
Los tres dioses se miraron, sabiendo que el camino por delante sería difícil. El amor y la protección que sentían por Jade los unía, pero también sabían que estaban enfrentando fuerzas mucho mayores que ellos.
Mientras Jade caminaba de regreso a su apartamento, no podía dejar de pensar en el extraño dolor que había sentido. Era como si algo dentro de ella se hubiera encendido, una sensación desconocida y perturbadora.
Al llegar a su apartamento, se recostó en el sofá, tratando de calmar su mente. Sabía que algo estaba ocurriendo, algo más allá de su comprensión, pero no podía identificar qué era. Esa noche, Jade soñó con Alexander. En su sueño, él la miraba con una intensidad que la dejaba sin aliento. Sus ojos reflejaban una mezcla de amor y posesión, y cuando él la tomó en sus brazos, sintió una ola de calidez y seguridad.
“Eres mía, Jade,” susurró Alexander en el sueño. “Nunca lo olvides.”
Jade se despertó sobresaltada, su corazón latiendo con fuerza. Sabía que su relación con Alexander era complicada y peligrosa, pero no podía evitar sentirse atraída por él, a pesar de todo.