En las profundidades de la mitología griega, se oculta una historia secreta y prohibida entre dos de los dioses más poderosos: Artemisa y Ares. Aunque conocidos por sus contrastantes dominios – la serenidad de la naturaleza y la furia del combate – estos dos titanes del Olimpo compartieron un romance que desafió las leyes divinas y los principios por los que eran venerados.
Artemisa, la diosa virgen de la caza y la naturaleza, conocida por su pureza y su implacable defensa de la castidad, se encontró envuelta en una pasión secreta con Ares, el temido dios de la guerra. Este amor oculto fue tanto una unión de opuestos como una colisión de fuerzas incontrolables. En sus encuentros clandestinos, la serenidad de los bosques de Artemisa se mezclaba con la tempestad que siempre acompañaba a Ares, creando momentos de intensa conexión y peligro. Pero para Ares, este romance no fue más que un capricho, una obsesión momentánea con lo puro e indomable de Artemisa, un desafío a su poder y control.
Su relación, sin embargo, no podía escapar de las críticas y el escándalo. Los otros dioses, al enterarse de este amor prohibido, vieron en él una traición a los mismos principios que Artemisa y Ares representaban. Artemisa, la cazadora intachable, la protectora de la pureza, se veía ahora enredada en una pasión que contradecía su esencia. Ares, el dios de la guerra, encontrando en ella no solo una amante, sino un refugio de paz en medio del caos que él mismo provocaba.
Este romance, lleno de secretos y encuentros furtivos, llegó a un punto crítico cuando la diosa Atenea, hermana de Ares y símbolo de la sabiduría y la estrategia, descubrió su relación. Atenea, que valoraba la lógica y el orden, vio en este amor una amenaza al equilibrio entre las fuerzas del Olimpo. En un intento por preservar el statu quo, Atenea confrontó a ambos dioses, forzándolos a elegir entre su relación y sus deberes divinos.
La situación se complica cuando Ares descubre que, en este siglo, Artemisa siente amor por Eros. Aunque nunca había amado realmente a Artemisa, la idea de que su "conejito de la naturaleza" pudiera amar a otro le despierta una inquietud y celos sobre naturales que no puede ignorar, pero que prefiere no mostrar o mencionar.
“Mi falta de moderación, como tú lo llamas, es lo que mantiene el equilibrio en este mundo,” respondió Henry, con una sonrisa irónica. “Tú, en cambio, te escondes en los bosques, lejos de las verdaderas batallas.”
“Y sin embargo, son mis bosques los que te proveen de los recursos que tanto necesitas para tus guerras,” dijo Arabella, cruzando los brazos. “Sin ellos, tus ejércitos no durarían mucho.”
Henry se inclinó hacia adelante, su mirada intensificándose. “No subestimes el poder de la guerra, Artemisa. Tus bosques pueden ser valiosos, pero es la sangre derramada en el campo de batalla lo que realmente define el destino de los hombres y dioses por igual.”
Arabella dio un paso atrás, sintiendo la intensidad de sus palabras. “Tal vez, pero no olvides que la guerra no es la única manera de asegurar nuestro dominio. La caza, la estrategia, y la paciencia también juegan su papel.”
“Esa es una perspectiva muy limitada,” respondió Henry, su tono despectivo. “El conflicto es inevitable, y solo los más fuertes sobreviven. Deberías recordar eso la próxima vez que decidas ponerte en mi camino.”
Arabella frunció el ceño, su paciencia comenzando a agotarse. “No necesito tus lecciones sobre supervivencia, Ares. He visto más batallas de las que puedes imaginar, y he aprendido que la verdadera fuerza no siempre viene del combate directo. No sé si me explico o necesitas que te lo mencione de otra forma” Sus ojos parecían dagas de odio, lo cuál hizo que Sebastián y Alexander vieran la escena con burla y seriedad por los temas hablados.
“¿Ah, sí?” Henry levantó una ceja, desafiándola. “Entonces demuéstralo. En lugar de palabras, muéstrame tu fuerza en acciones. Tal vez entonces entenderé tu punto de vista querida Arabella.” Escupió su nombre con burla.
“Lo haré,” dijo Arabella, sus ojos brillando con determinación. “Y cuando lo haga, tal vez finalmente aprenderás a respetar algo más que la fuerza bruta.”
Henry la miró por un largo momento, evaluándola. Luego, asintió lentamente. “Esperaré ese día, Artemisa. Hasta entonces, no olvides que aún me debes más de lo que vales tú y otros diez Dioses de esta sala.”
“Y tú a mí,” replicó Arabella, sin desviar la mirada. La tensión entre ellos seguía siendo palpable, pero en ese momento, ambos sabían que habían establecido un entendimiento, aunque fuera frágil.
Arabella desvió la mirada, sintiéndose momentáneamente avergonzada y colérica por dicha escena. La tensión en el aire era palpable, pero la conversación continuó, aunque con más cuidado de no ofender a ningún otro Dios.
En un momento de la cena, Christopher Blackwell se unió a la conversación, su presencia oscura y misteriosa dominando el ambiente. Con su cabeza, le hizo una seña a Alexander para que lo acompañara un poco lejos de la mesa “Alexander, he oído que estás interesado en una mortal. ¿Es eso cierto?”
“Solo estoy observando por ahora, Christopher,” respondió Alexander, con su tono firme. "No entiendo cómo este tema se salió de mis manos sin siquiera yo mencionarlo..."
“Somos Dioses" Se encogió de hombros y prosiguió con la conversación "Observando... ¿o algo más?” preguntó Christopher, su voz cargada de insinuaciones. “Además, he escuchado que no eres el único que ha puesto sus ojos en ella. Parece que varios de nuestros colegas están... interesados.”
Alexander frunció el ceño, preocupado por las implicaciones de las palabras de Christopher. “Solo observando,” repitió, su expresión inquebrantable.
Christopher sonrió de manera enigmática. “Sabes, Alexander, los mortales pueden ser fascinantes, en mi punto de vista, estos seres me encantan, pero también tenemos que tener en cuenta que puede llegar a ser peligrosos. Debes tener cuidado. Las historias están llenas de tragedias que comenzaron con un dios encaprichado por una humana.”
“Soy consciente de los riesgos, Christopher. No necesito que me lo recuerdes. Y no estoy encaprichado con la humana” respondió Alexander con firmeza, intentando creer en sus propias palabras.
“Solo te advierto, Alexander. No es solo el destino de los mortales lo que está en juego. Nosotros también podemos ser afectados por nuestras propias decisiones,” dijo Christopher, su tono cargado de una amenaza velada.
“Lo tendré en cuenta,” dijo Alexander, con su mirada fija en Christopher.
Mientras tanto, Arabella, que no había dejado de mirar a Alexander con interés, volvió a intervenir acercándose a ambos, bajo la mirada seria de Henry desde los lejos. “Disculpen si los interrumpo caballeros" Les sonrió de lado "Alexander, me pregunto si has pensado en tomarte un descanso. Tal vez un viaje podría despejar tu mente.”
“Un viaje no es lo que necesito ahora, Arabella. Gracias por la sugerencia,” respondió Alexander, su tono cortés pero distante.
“Lo entiendo, pero es algo que te puede servir" Se encogió de hombros "Aunquet, no te preocupes Alexander, solo quiero lo mejor para ti,” dijo Arabella, su voz suave pero insistente.
Los tres Dioses se regresaron a sus respectivos lugares. La cena continuó con una mezcla de conversaciones y tensiones ocultas. Arabella no podía evitar sentir una punzada de celos cada vez que miraba a Alexander. La idea de que su interés estuviera en alguien más le hervía la sangre.
“Alexander, realmente deberías considerar tomarte un tiempo para ti. A veces, alejarnos de todo puede ayudar a ver las cosas con más claridad,” insistió, su tono más urgente.
Alexander suspiró, su paciencia empezando a agotarse. “Aprecio tu preocupación, Arabella, pero mis prioridades están aquí por ahora.”
Arabella no se dio por vencida. “¿Hay algo más que te preocupe, Alexander? Puedes confiar en mí. Sabes que siempre he estado de tu lado.” Henry apretó el tenedor con su mano al sentir como su cuerpo se tensaba al escucharla hablar así.
Alexander la miró fijamente, tratando de mantener la compostura. “Gracias, Arabella. Pero realmente, estoy bien.”
“Bueno, espero que encuentres la paz que buscas, y si quieres de mi ayuda para hacerlo, no lo dudes.” dijo Arabella, finalmente rindiéndose, aunque con evidente frustración en su mirada.
La conversación continuó con más cuidado, mientras Arabella se sumía en sus pensamientos, aún molesta por la idea de que Alexander pudiera estar interesado en alguien más.
En un momento de la cena, Christopher volvió a hablar, cambiando ligeramente el tema. “Alexander, también he escuchado rumores sobre ciertos movimientos en el mundo de los mortales que podrían afectar nuestro equilibrio. ¿Has notado algo peculiar en tus observaciones?”
Alexander, agradecido por el cambio de tema, respondió. “He notado algunas cosas, pero nada concluyente. Sin embargo, siempre es prudente estar atentos. Los mortales son impredecibles.”
Christopher asintió, su tono más serio. “Sí, la imprevisibilidad de los mortales es tanto su debilidad como su fortaleza. Hemos visto demasiadas veces cómo un solo individuo puede cambiar el curso de la historia.”
Henry intervino, su tono autoritario. “Es nuestra responsabilidad mantener el equilibrio y asegurar que esos cambios no nos afecten negativamente. No podemos permitirnos distracciones.”
“Estoy de acuerdo,” dijo Alexander, su tono ahora más firme. “Debemos mantener nuestra vigilancia y estar preparados para cualquier eventualidad.”
Arabella, aún con su mirada fija en Alexander, no pudo evitar añadir. “Y eso incluye asegurarnos de que ninguno de nosotros esté demasiado... distraído.”
La tensión en el aire se podía cortar con un cuchillo. Mientras tanto, entre la multitud, Adrian apareció acompañado de Julian Davis. Ambos se acercaron a la mesa, añadiendo otra capa de tensión a la reunión.
“Buenas noches,” saludó Adrian, su tono amable pero cargado de un subtexto que solo los dioses podían entender.
“Adrian, Julian, bienvenidos, lastimosamente este restaurante la única agua que tiene, viene en estas botellas" Señaló a su botella mientras observaba a Julian "Pero bienvenido” dijo Henry, su voz autoritaria. “Se podrán unir a una conversación interesante.”
“Parece que hay muchas cosas interesantes en el aire esta noche,” comentó Julian, sus ojos brillando con curiosidad "Y créeme que no estoy hablando del agua"
“Siempre hay algo interesante cuando estamos todos juntos,” dijo Sebastian, sonriendo.
La conversación continuó, con los dioses intercambiando historias y estrategias sobre cómo influir en el mundo mortal sin revelar sus verdaderas identidades. Alexander se mantuvo en silencio, reflexionando sobre sus próximos pasos y las advertencias de Christopher.
Al final de la noche, mientras todos se preparaban para irse, Alexander y Adrian cruzaron sus miradas. Un breve momento de reconocimiento pasó entre ellos, un asentimiento de cabeza por cordialidad, sin saber que ambos estaban encaprichados por la misma humana.
Mientras tanto, Jade regresaba a su apartamento después de un día largo y productivo. Al cerrar la puerta detrás de ella, dejó escapar un suspiro de alivio. El apartamento, su santuario personal, la recibió con su cálida familiaridad. Mientras se quitaba los zapatos y se dirigía hacia la cocina para prepararse una taza de té, no podía evitar sentirse curiosa sobre lo que el futuro le deparaba.
Con la taza de té caliente en las manos, Jade se dirigió hacia el balcón y se sentó en su sillón favorito. Las luces de la ciudad brillaban a lo lejos, y el murmullo constante del tráfico creaba una sinfonía urbana que siempre encontraba reconfortante. Mientras observaba el horizonte, no podía evitar que su mente vagara en el aún desconocido Alexander. Sonrió de lado mientras se mordía el labio y negaba con la cabeza.
"Ilusa..."