En los tiempos antiguos, los dioses griegos caminaban entre los mortales, ocultando sus verdaderas identidades bajo formas humanas. Zeus, el rey de los dioses, gobernaba con puño de hierro, manteniendo el orden y el caos en equilibrio. Afrodita, la diosa del amor y la belleza, inspiraba deseo y pasión en todos los corazones que tocaba. Aunque los tiempos han cambiado, los dioses siguen presentes, observando y manipulando desde las sombras, sus influencias tan poderosas como siempre.
Jade se levantó temprano, lista para otro día de clases y estudios. El encuentro con Alexander seguía rondando en su mente, pero se obligó a concentrarse en sus tareas. Tenía una reunión con su grupo de estudio en la biblioteca de la universidad y luego un almuerzo planeado con Adrian y Aurea. La mañana pasó rápidamente entre clases y discusiones académicas.
Después de la reunión, se dirigió al café del campus para encontrarse con Adrian y Aurea. Mientras caminaba, no podía evitar notar la belleza del campus en primavera, con los árboles floreciendo y los estudiantes llenando los senderos. Llegó al café y encontró a Adrian y Aurea esperándola en una mesa al aire libre.
“¡Hola, chicos!” saludó Jade, sonriendo.
“Hola, Jade. ¿Cómo estuvo la reunión?” preguntó Adrian, levantándose para darle un abrazo, junto con un fugaz beso en la mejilla.
“Productiva, aunque un poco agotadora. Necesito un descanso,” respondió Jade, sentándose y suspirando mientras observaba como los árboles se movían al compás del viento.
“Entonces este almuerzo viene en el momento perfecto,” dijo Adrian, sonriendo.
El mesero se acercó para tomar sus órdenes. “¿Qué les gustaría pedir hoy?”
“Para mí, una ensalada César y un té helado,” dijo Jade.
“Yo tomaré una hamburguesa y una limonada,” añadió Adrian.
“Y yo quiero un sándwich de pollo y un café,” dijo Aurea.
El mesero asintió y se retiró. Mientras esperaban su comida, Jade, Adrian y Aurea comenzaron a conversar sobre sus estudios y proyectos futuros.
“¿Has pensado en lo que harás después de la maestría?” preguntó Aurea.
“He estado considerando varias opciones. Me encantaría trabajar en una organización que se enfoque en preservar la historia y la cultura,” respondió Jade.
“Eso suena perfecto para ti. Siempre has tenido esa pasión por la historia y la mitología,” comentó Adrian, sonriendo.
“Sí, aunque a veces me pregunto si debería haber estudiado algo diferente. Algo más práctico,” admitió Jade.
“No digas eso. La historia y la cultura son esenciales. Sin ellas, no sabríamos de dónde venimos ni hacia dónde vamos,” respondió Adrian con convicción.
“Gracias, Adrian” dijo Jade, sonriendo.
“¿Y tú, Aurea? ¿Qué planes tienes?” preguntó Adrian, volviéndose hacia ella.
“Estoy pensando en seguir con mi investigación sobre la influencia de la mitología en la literatura moderna. Es un tema que me encanta, aunque a veces siento que nunca encontraré suficientes fuentes,” dijo Aurea.
“Hablando de ello, Adrian, algo que siempre me ha fascinado es cómo los dioses son descritos en la mitología,” dijo Jade, girándose hacia él. “Tus ojos, por ejemplo, me recuerdan a una descripción que leí una vez sobre el dios Hermes. Tienen el mismo color y forma.”
Adrian, incómodo, frunció el ceño. “Eso es una coincidencia interesante, Jade. Pero no deberías tomar esas lecturas tan en serio. Son solo mitos.”
Jade se rió, tratando de aliviar la tensión. “Lo sé, solo me pareció curioso. No tienes que preocuparte, no creo en esas cosas.”
La conversación continuó, abarcando temas desde sus estudios hasta anécdotas divertidas de la universidad. Mientras la tarde avanzaba, Jade se sentía más relajada, disfrutando de la compañía de sus amigos sin sospechar los secretos que ambos guardaban.
Esa noche, en un restaurante extravagante y de alta gama, una cena de élite reunía a varios dioses griegos encubiertos. El lugar estaba decorado con candelabros de cristal y mesas cubiertas con manteles de seda. La luz suave y dorada iluminaba el salón, creando un ambiente lujoso y opulento.
Alexander, Sebastian y Henry estaban entre los invitados. Alexander se sentía fuera de lugar, pero sabía que era necesario mantener ciertas apariencias.
“Alexander, viejo amigo, ¿cómo estás?” preguntó Henry, su tono autoritario y demandante.
“Bien, Henry. Ha sido una semana interesante,” respondió Alexander, su tono más reservado.
“Me alegra oírlo. Aunque veo que tienes algo en mente,” comentó Henry, sus ojos observadores no dejando escapar nada.
Sebastian, siempre el observador, intervino. “Alexander está lidiando con un pequeño dilema personal, Henry. Algo relacionado con una mortal.”
Henry levantó una ceja, sorprendido. “¿Una mortal? ¿De qué se trata?”
“Una joven llamada Jade,” explicó Sebastian, sonriendo de manera casi macabra. “Parece que ha capturado la atención de nuestro querido Alexander.”
“Interesante,” murmuró Henry, mirando a Alexander con curiosidad. “¿Y qué piensas hacer al respecto?”
“No estoy seguro aún. Necesito entender más sobre ella antes de tomar cualquier decisión,” respondió Alexander, su voz firme.
"Para ser el Dios del amor, me parece fascinante verte de esta forma." Alexander frunció el ceño al no entender. "Hace siglos que no te veía nublado por tus pensamientos".
"Nunca antes una humana me había hecho pensar más de lo normal" Le respondió un tanto tajante.
"Que interesante..." Henry sonrió de lado con burla mientras asentía hacia él.
Mientras conversaban, Arabella Reed se acercó a la mesa. Su presencia era imponente y su belleza natural capturaba miradas a su alrededor. Sonrió de lato de forma altanera al saber lo que causaba su presencia en dicho lugar.
“Alexander, querido, me alegra verte,” dijo Arabella, su voz suave pero cargada de una fuerza innata.
“Arabella,” saludó Alexander, cortés pero distante.
“Siempre tan formal,” rió Arabella, sentándose a su lado para poder inclinar su cuerpo hacía el suyo y generar una ruptura en el espacio personal del magnante. “Me pregunto, ¿qué es lo que te tiene tan distraído últimamente?”
Alexander mantuvo su expresión impasible. “Asuntos de negocios, nada más.”
“Negocios... ¿o placer?” insinuó Arabella, sus ojos brillando con interés y un rayo de seriedad.
“Negocios,” repitió Alexander, su tono más firme.
Henry y Sebastian intercambiaron miradas, ambos entendiendo la tensión en el aire. Arabella siempre había mostrado un interés especial en Alexander, pero él nunca había correspondido a sus sentimientos.
“Alexander tiene mucho en su plato en este momento, Arabella,” comentó Sebastian, tratando de suavizar la situación. “Y parece que su atención está en otro lugar.”
Arabella frunció el ceño, pero se recostó en su silla, aceptando la respuesta por ahora. “Bueno, considerando que su atención debería de estar en el aquí y ahora, deberías de enfocarte mucho más en nosotros en estos momentos Alex”
La cena continuó con una mezcla de conversaciones banales y discusiones más serias sobre sus roles en el mundo moderno. Henry, más demandante que nunca, dejó clara su aversión por ocultar sus verdaderos nombres. “No me gusta esta farsa. Fingir ser alguien que no somos. Deberíamos ser capaces de usar nuestros verdaderos nombres, no les debemos nada a los mortales, por el contrario, ellos nos deben a nosotros.”
Arabella sonrió de manera burlona y respondió solo a él. “Oh, Ares, siempre tan dramático, deberías de seguir cazando a humanas para relajarte un poco.”
Henry la miró con una expresión altanera. “Cuida tus palabras, Artemisa, no querrás hacer el ridículo. Acuérdate que me debes respeto.”
“Respeto es una palabra interesante viniendo de ti, Henrey,” replicó Arabella, recobrando la compostura y mencionando su nombre como mortal. “Eres conocido por tu falta de moderación, tanto en la guerra como en tus... otros intereses.”
La sala parecía respirar con la intensidad del intercambio, los otros dioses observaban en silencio. En ese momento, Alexander no pudo evitar fijarse en Arabella. Nunca la había visto así: tan segura, tan desafiante. Algo en su postura y en la manera en que enfrentaba a Henry despertó en él una curiosidad intensa. ¿Qué había cambiado en ella? ¿Qué le había dado esa nueva fuerza? La tensión en el aire no era solo el resultado del enfrentamiento, sino también una promesa de que había más por descubrir, más secretos por revelar.